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Visión estética

Barcelona. 19/1/2019. Gran Teatro del Liceo. Händel: Rodelinda. Lisette Oropesa (Rodelinda). Bejun Mehta (Bertarido). Fabián Augusto Gómez (Flavio). Joel Prieto (Grimoaldo). Sasha Cooke (Eduige). Gerald Thompson (Unulfo). Gianluca Margheri (Garibaldo). Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Claus Guth, dirección de escena. Josep Pons, dirección musical. 

Hay veces que una ópera tiene que esperar casi tres siglos para llegar a nuestros teatros. En 1725 se estrenó en Londres la händeliana Rodelinda, una obra maestra perteneciente a su producción de madurez, de gran éxito en su época y protagonista de la moderna restauración del compositor alemán. De hecho, se trata de una las óperas que mejor recepción obtuvo en su época, y eso no es poco en un compositor autor de 42 óperas. Esta misma propuesta llegó al Teatro Real hace un par de años y recibió una acogida muy positiva, justa a tenor de lo que hemos visto ahora en Barcelona, con un reparto y una orquesta que estuvieron a la altura.

Händel exige un enorme despliegue vocal a la soprano y Lisette Oropesa encarnó una reina de Lombardía de gran factura dramática, con aplomo en el despliegue de la multifacética Rodelinda, vulnerable y desafiante, tierna y agresiva... Dotada de un centro esplendoroso, haciendo uso de un magnífico legato y de una voz fresca y bien impostada redondeó un debut brillante en el Liceu. Con momentos emocionantes como una conmovedora “Ombre, piante” –soberbias las flautas en el diálogo– se metió en el bolsillo al público. La voz expresiva y fascinante de un Bejun Mehta a alto nivel –gran conocedor de todas las aristas de la obra– como Bertarido destacó por su emisión homogénea y gran dominio de la coloratura, pero por encima de todo por hacerse suyo un personaje ambiguo con grandes dosis de imaginación dramática: su Bertarido es sencillamente inmejorable. Un sobrecogedor “Io t’abraccio” a dúo para rematar el segundo acto, pausado pero a la vez ligero y aireado, fue el momento más ovacionado de la noche. Tanto Oropesa como Mehta supieron captar la esencia de sus personajes, los únicos que no sucumben a la sed de poder. Muy solvente en general el reparto, donde también destacó, pese a no ser contralto, la mezzo Sasha Cooke enfundándose muy bien en el personaje de Eduige. Algo empequeñecido Joel Prieto en el rol de Grimoaldo, no tanto por unas prestaciones vocales correctas, como por un desempeño teatral poco elaborado y convincente, particularmente en el primer acto. Merece ser subrayado el convincente Flavio de Fabián Augusto Gómez en un reto teatral, omnipresente y sin papel vocal, que cumple con nota.

La producción escénica de Claus Guth sin duda acierta al reflejar escénicamente la complejidad psicológica que el drama y la partitura encierran. También el hecho de que en esencia se trata de : el reino de Lombardía convertido en una mansión giratoria. Una espiral de poder laberíntica en el que los personajes quedan atrapados, concebida desde la perspectiva de Flavio, el hijo de Rodelinda. No hay mayor efecto dramático que la inocencia infantil contemplando la iniquidad y barbarie adulta, como tan bien ha entendido y trazado el escenógrafo alemán, que utiliza los dibujos infantiles proyectados sobre el escenario para enriquecerlo. Si no es tan difícil ser inteligente y sutil, ¿por qué demonios sucede tan pocas veces?

Buenas sensaciones también de una orquesta reducida y con los imprescindibles detalles tímbricos, pero no historicista ni con pelucas, como bromeaba Josep Pons en la presentación. Pese a tener algún resbalón en la obertura, un continuo muy sólido, así como vientos y cuerdas muy elocuentes en la retórica y el fraseo que demanda la partitura. La batuta se esmeró en la precisión rítmica y el tratamiento de las dinámicas: Pons dirigió un conjunto flexible y en líneas generales equilibrado, con margen de mejora pero con notable instinto dramático y manteniendo siempre buena sintonía con la escena. Algo o mucho del buen resultado debe tener que ver también con contar con músicos fiables y curtidos en el repertorio como David Bates y Daniel Espasa desde el clave o la concertino Lina Tur Bonet.

Sólo queda recomendar la propuesta como corolario: tenemos aún muchos días por delante para acercarnos al Liceu y disfrutar de una soberbia muestra del repertorio operístico barroco servida con visión estética y rotunda profesionalidad. 

Foto: Antoni Bofill.