Una tenue luz de esperanza
Barcelona. 05/03/2019. Palau de la Música Catalana. Schubert: Winterreise. Matthias Goerne, barítono. Leif Ove Andsnes, piano.
Aún con la resaca de una Bella molinera memorable, al día siguiente volvimos al Palau de la Música Catalana para compartir con Matthias Goerne y Leif Ove Andsnes otra velada, en esta ocasión un viaje por el gélido invierno schubertiano. La posibilidad de disfrutar, en días consecutivos, de los dos grandes ciclos del compositor vienés, a los que hay que añadir una tercera jornada dedicada a Schwanengesang, interpretados por un especialista mayúsculo como el barítono de Weimar, es una de esas experiencias inolvidables para todos aquellos que amamos el Lied.
Goerne, que el día anterior se había mostrado vocalmente fresco y descansado, en el inicio de este Winterreise mostró una cierta fatiga, con un sonido menos flexible que el primer día, algún pianísimo ligeramente calado y menos rotundo en el forte. Estas limitaciones se pusieron de manifiesto desde Gute Nacht hasta Der Lindenbaum. Pero a partir de esta pieza, tan emblemática, Goerne empezó una de sus habituales transformaciones, sumergiéndose en la obra de manera incomparable, sin obviar ningún rincón, ningún matiz, ningún acento.
Cuando sucede esto, su misma mirada se transforma y en ella podemos percibir desde la de un niño desconcertado hasta la de un ser maduro absolutamente desesperado que avanza inevitablemente hasta lo abismos del dolor humano. Para todo ello, sin duda, es necesaria la complicidad del acompañante y, en este sentido, Leif Ove Andsnes ha entendido perfectamente el rol que tenía que interpretar. En algún momento se le podría haber pedido un poco más de protagonismo, de personalidad, pero eso con un músico como Goerne al lado, que conoce esta obra al dedillo, que tiene una visión propia y muy particular de concebirla e interpretarla y que se permite, prácticamente, dirigir a su acompañante a través de la gestualidad de las manos y el movimiento del cuerpo, es tarea complicada. En cualquier caso, Andsnes lució un bello sonido y se plegó a acentos, dinámicas y cambios de tempo constantes con gran precisión.
La visión de Matthias Goerne de Winterreise difiere en algunos aspectos de la de la mayoría de colegas. En lugar de contemplarlo como un descenso a los infiernos, como un viaje hacia la nada, como un monumento al nihilismo, Goerne vislumbra una tenue luz de esperanza al final del túnel. Sólo, en un pequeño pueblo alejado de todo, suena la viola de rueda de un músico ambulante. Y ahí, nuestro protagonista encuentra un cierto sentido a su existencia. Esa lectura de la obra provoca una interpretación que se traduce en una permanente lucha, llena de caídas, pero también de superación a pesar de las dificultades. Desde el piano más sutil al forte más violento, nuestro protagonista se revela y Goerne ofrece una interpretación que puede sorprender por visceral, que puede considerarse demasiado dramatizada para los estándares habituales, pero que tiene un grueso intelectual y artístico indiscutible y episodios de una profundidad, especialmente en el segundo libro, espeluznante.
Momentos como la trilogía que forman Der Greise Kopf, Die Krähe y Letzte Hoffnung nos muestran al Goerne más alucinado, que retrotrae por momentos a un Wozzeck avant la lettre. El paso de la alucinación desesperada a una resignación mística se concreta en la memorable Das Wirtshaus, que en manos de Goerne adquiere una intimidad y una trascendencia inigualable. Todo el trayecto confluye en el sobrecogedor Der Leiermann, en el que cada palabra adquiere un peso descomunal.
Dos noches inolvidables, sobrecogedoras, de aquellas que dejan poso en el espectador y huella en la historia de un auditorio. En este caso, un Palau de la Música al que hay que agradecer la apuesta por estos tres conciertos, teniendo en cuenta el riesgo que supone programar Lied en una sala tan grande y en Barcelona. No cabe duda que el resultado artístico merecía correr con el riesgo.