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Amansar a las fieras

Madrid. 23/05/19. Auditorio Nacional. Temporada 18/19 de Ibermúsica. Obras de Shostakovich y Tchaikovsky. Baiba Skride, violín. Gewandhausorchester Leipzig. Andris Nelsons, director de orquesta.

El pasado jueves, el público del Auditorio Nacional (parte de él, entiéndaseme) volvió a hacer gala no ya de una mala educación supina, sino de una crispación preocupante. Una de las mejores orquestas del mundo, así lo ha dicho Platea hace pocos días, se retrasaba en salir al escenario alrededor de 10 minutos sobre la hora programada. Si lo piensan un poco, ese acto de interpretar música delante de otros que han pagado por escucharte, es algo totalmente forzado, antinatural en realidad. Puede ser incluso violento, como así han expresado grandes músicas de la talla de Martha Argerich o Maria João Pires. Si yo fuera músico y me viese en la "obligación" de tocar ante otros, les citaría, pongamos, entre las 17h y las 22h y ya vería yo cuando reúno fuerzas y ganas suficientes para exponerme ante miles de desconocidos... si es que llego a salir. El caso es que sin saber qué ocurría, numerosas personas comenzaron a dar palmas - que no aplaudir - exigiendo el comienzo del concierto. Cuando finalmente los músicos empezaron a ocupar el escenario, unos cuantos les recibieron entre abucheos y gritos. Tal vez a alguien le haya podido dar un infarto en camerinos, o tal vez hayan estado apagando un incendio que nos hubiera devorado a todos, pero qué más da, hay quien prefiere abuchear sin saber qué ha pasado, antes de reflexionar siquiera dos segundos. Lo expongo aquí porque es un hecho que entronca directamente con lo ocurrido estos mismos días en el Teatro de la Zarzuela y me hace reflexionar, una vez más, sobre la enorme responsabilidad que tenemos quienes escribimos sobre música a la hora de exponer y denunciar este tipo de hechos; la doble vara de medir para con el público y su relación con el hecho musical. Es algo de lo que espero hablar más adelante, en la serie que comencé sobre el aislamiento del crítico de música clásica, pero de momento, una vez llamada la atención sobre este comportamiento intolerable, centrémonos en el concierto en sí.

Cada uno en sus coordenadas, tanto a Shostakovich como a Tchaikovsky les tocó lidiar con sus particulares fieras; las personales y las que vinieron de fuera. No tengo claro que ninguno de los dos consiguiera detenerlas del todo. En sendos planos artísticos, nos dejaron estratosféricos testimonios de ello y dos de esas partituras son las que presentó la Gewandhausorchester en el Audiotorio Nacional. En primer término, el Concierto para violín nº1 de Shostakovich con una solista, Baiba Skride, con quien ya ha trabajado en más de una ocasión Andris Nelsons, generando una fluida y armoniosa comunicación entre ellos. Un remar en el mismo sentido que, obviamente, refuerza un instrumento y unas formas de bellísima factura como son las de Skride. Hondura y sentido en un primer movimiento que se desplegó tan sereno como sobrecogedor, apesadumbrado en su punto justo, emocionalmente desolador... los mimbres propios de Shostakovich, que se vuelcan hacia el lado más sórdido en la continuación de la obra y que aquí se dibujo con una estupenda solista en la Passacaglia, demostrando otro camino perfectamente válido para acercarse a este otro lado de la luna. Un Shostakovich tal vez menos ácido, menos incisivo, pero indudablemente bello.

Tchaikovsky llegó en la segunda parte con su Quinta sinfonía, todo un hit, un top of the pops en la programación madrileña... y en cualquier programación.  Es por ello quizá algo complicado hacerse hueco en la memoria auditiva de los oyentes como una de las mejores versiones que uno pueda recordar simplemente en los diez últimos años. De ello fueron víctimas, en cierta medida, Nelsons y la Gewandhausorchester. En lo que fue una lectura siempre aseada, compacta y tensa, que ya es mucho decir, en el Andante inicial los tiempos se mostraron quizá un tanto personales en Nelsons, resuelto para quien escucha en cuanto se sumerge, compases más adelante, en el sentir del letón, quien cuenta además aquí con la mejor baza posible en estas páginas: una cuerda deslumbrante, cohesionada, suntuosa, que eleva cualquier Tchaikovsky a cotas muy altas. El Cantabile del segundo movimiento rozó la magia y las maderas se mostraron soberbias en su totalidad, estando la batuta ciertamente atenta a las dinámicas para dotarlas del imprescindible protagonismo con el que han de contar. La noche terminó por todo lo alto, con un público que aplaudió a rabiar... no hay nada como saber esperar.

Foto: Rafa Martín.