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Bajo el sol

27/06/2019. Irun. Centro Cultural Amaia. Jacinto Guerrero: La rosa del azafrán: María Rodriguez (soprano), Alberto Arrabal (barítono), María Jesús Sevilla (soprano), Juan Carlos Barona (tenor cómico), Koldo de Torres (tenor), Carmen Terán (actriz/), Rafael Álvarez (tenor cómico), Jesús Ortega (actor). Orquesta y Coro “Luis Mariano”. Dirección del coro: François Ithurbide. Dirección de escena: Antonio Ramalho. Dirección musical: José Antonio Irastorza.

La modesta puesta en escena mostraba en el telón del fondo un círculo rojo brillante queriendo simbolizar ese sol manchego que imaginamos inclemente y poderoso. Bajo ese calor los agricultores de la zona se dejan la espalda trabajando para los señoritos, dueños de las tierras. En esos lugares las cosas siempre se han hecho como Dios manda y esta zarzuela nos muestra precisamente las vicisitudes de aquellos que deseando romper normas no escritas pero socialmente enraizadas son capaces de recurrir incluso a la trampa para concluir como desean aparentando, eso sí, el orden necesario.

Si el sol presidía la puesta en escena, fuera, en las festivas calles de Irun el mismo caía a plomo, como es infrecuente por estos lares. Pareciera que nos encontrábamos en medio de la Mancha más soleada más que en la Gipuzkoa habitualmente más fresca; pareciera que estábamos fuera de todo orden. Quizás lo único que estaba en su sitio era que un año más, como viene transformándose en hermosa tradición, Irun incluía dentro de sus fiestas patronales la lírica. Este año, Jacinto Guerrero y su zarzuela La rosa del azafrán.

La función comenzó con un pequeño sobresalto porque se anunció la sustitución a última hora de Cesar San Martín, el Juan Pedro anunciado por Alberto Arrabal por indisposición repentina del primero. Por lo menos hubo capacidad de reacción y tuvimos que evitarnos el trago de sufrir el vivir una función con un cantante protagonista enfermo. Y hay que decir que entre los cantantes principales fue precisamente Alberto Arrabal el más interesante por volumen y por credibilidad del personaje. Es cierto que algunos agudos estaban demasiado preparados pero teniendo en cuenta su precipitada llegada y la dureza de un personaje que tiene mucho que cantar, su labor fue muy meritoria.

En el lado femenino vocal las cosas tuvieron dimensión bien distinta. La Sagrario de María Rodriguez está construida desde la experiencia pero mientras la zona central es potente y bien proyectada, el agudo está castigado, quedándose mate las más de las veces. Más discutible fue la Catalina de María Jesús Sevilla, peleada con la afinación y con una voz ligera y de escaso volumen, enseñando colores diversos en función de la tesitura empleada como quedó en evidencia en la célebre Escena de las espigadoras.

La parte cómica fue muy bien resuelta al contar con dos valores seguros: por un lado, un Juan Carlos Barona de voz más que suficiente y capacidad cómica evidente; y qué decir de Rafael Álvarez, un Carracuca de manual, que nos hizo sonreír en cada una de sus intervenciones y que desempeñó sus notas en la Canción de las viudas con sumo acierto.

En el lado estrictamente actoral muy bien Karmelo Peña como Don Generoso; este actor se llevó, sorprendentemente, el !bravo¡ más contundente durante la función al término de su escena del acto II. Por el otro lado, muy bien y creíble la Custodia de Carmen Terán. Los tres bailarines del Ballet de Cristina Guadaño cumplieron con nota mientras que el Coro Luis Mariano estuvo bastante desequilibrado: bastante mejor ellas, con mayor cuerpo y unidad mientras que ellos estaban faltos de empaste y destemplados en algunas notas. En ocasiones los tenores apenas eran tres cantores, lo que me parece excesivo por defecto.

La dirección musical se encargó a uno de los nombres más unidos a la zarzuela cual es el de José Antonio Irastorza, que estuvo muy atento para superar tanto los problemas de la mini-orquesta Luis Mariano como para guardar el necesario equilibrio entre foso y escenario, uno de los problemas más habituales de Irun. Por cierto, el director nos ofreció, si lo que aprecié no es engañoso, una escena infrecuente al interrumpir uno de los interludios orquestales ante el aparatoso ruido que estaba haciendo una persona del público con su abanico.

Y es que en la propuesta escénica de Antonio Ramalho el sol jugaba un papel decorativo importante pero también lo vivíamos de forma real por el insoportable calor que padecía la ciudad fronteriza. Así, los abanicos estuvieron presentes a lo largo de todas las butacas, conformándose una pequeña y anárquica orquestina que acompañaba voces e instrumentos. Una pena que la gente no sepa comportarse y entender el ruido que se hace, sobre todo en el momento de despliegue y cierre del instrumento en cuestión. Del tarareo hoy no voy a decir nada; hace tiempo que creo no hay remedio.

El teatro, en esta única función, presentaba una entrada en torno al 80% de las butacas, lo que no está nada mal. No deja de ser hermoso comprobar que año tras año en el programa de fiestas de una localidad, la que fuere, se hace un pequeño pero significativo hueco a la lírica.