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Desparpajo y generosidad

07/07/20. Madrid, Teatro Real. Las voces del Real. Canciones de Verdi, Leocavallo, Puccini y otros autores. Antoine Palloc, piano. Sonya Yoncheva, soprano.

Este es uno de estos recitales en los que la atmósfera es, al menos, tan relevante como lo musical. Recientemente Platea Magazine ha entrevistado a Sonya Yoncheva para su portada de la edición impresa de julio, en un diálogo en el que ya se le adivinaban grandes dosis de naturalidad, empatía y desparpajo, algo que derrochó generosamente en su recital del Teatro Real de este fin de semana.

A Yoncheva se la ve encantada con su segundo embarazo. No encuentra que su avanzado estado sea motivo para anular sus actuaciones. Tan capaz se siente -y con razón-, que estaba dispuesta a cantar Medea en agosto en Salzburgo, llevando encima ocho meses de gestación; algo que finalmente no ocurrirá, no por falta de ganas de esta todoterreno, sino por la normativa de seguridad del país austríaco. Hoy muestra con orgullo su feliz momento, incluso físicamente, montada en unos taconazos de vértigo y un escotadísimo vestido de noche que nos hizo temer una salida de lugar en cualquier instante. Ni rastro de complejos caducos, brava.

Pero además de ganarse la simpatía del público por su presencia y por unas cautivadoras palabras en un estupendísimo español, Yoncheva convenció por su canto. En la primera parte del concierto, seis canciones de Verdi, se valió de la uniformidad del estilo para lucir las características de su instrumento. El agudo es brillante, sólido, y con una potencia squillante que produce conmoción y asombro. La intensidad de “Il tramonto”, los adornos ligeros de “Ad una stella” y el canto ligado de “In solitaria stanza” (que comparte melodía con “Tacea la notte placida” de Il Trovatore) certifican el dominio de la técnica que le han proporcionado fama. 

El dramatismo, sin embargo, no fue el protagonista de su actuación, aun cuando algunas piezas lo pidieran. Apenas se reflejó en unos suspiros furtivos y algunos filados ejecutados con premura. Una emotividad placentera, luminosa y optimista dominó la segunda mitad del recital, cuyo programa se construyó como un popurrí sin un sentido evidente. Incluso el “Quiero morir contigo” de Ruta le sonó a Yoncheva coqueto y lleno de vitalidad -se ve que en este instante los sacrificios y defunciones le son ajenas.   

 

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El pianista Antonie Palloc se entregó a la causa, hasta el punto de que le brotaron lágrimas de emoción en varias ocasiones. La complicidad con su soprano fue evidente. Su acompañamiento, sin embargo, fue menos conmovedor. Siempre en un segundo plano frente al torrente vocal de la búlgara y con una interpretación más rítmica que melódica, tan solo le lució la introducción de “L’esule” la pieza más larga y elaborada de toda la velada. 

Pero lo mejor, como tantas veces ocurre cuando una estrella elige un programa de canciones, llegó con las arias de ópera, con los bises. Hasta cuatro nos regaló Yoncheva a pesar de un cansancio que se hacía más y más evidente. ¡Qué generosidad! En la “Habanera” de Carmen se obró un pequeño prodigio, cambió el color, su voz de tiñó de cierta oscuridad de mezzo a la que añadió ese temperamento que parece que le viene de serie. Y como bien nos anunció, su “Adieu, notre petite table” no fue un adiós, sino un hasta luego.   

Y abandonamos la sala con tremendas ganas de volverla a ver en diciembre, en lo que promete ser el cenit de nueva temporada del Real, su Imogene de Il pirata con Javier Camarena. No se lo pierdan.