Mujer emancipada sobre fondo azul
Bayreuth. 11/08/2019. Festival de Bayreuth. R. Wagner, Lohengrin. Piotr Beczala, Camilla Nylund, Elena Pankratova Tomasz Konieczny, Georg Zeppenfeld, Egils Silins. Director de escena, Yuval Sharon. Director Musical, Christian Thielemann.
Luz y electricidad tienen una relación de causa y efecto, tan íntima, tan histórica, que ambos términos han llegado a funcionar como sinónimos en el lenguaje cotidiano. Es una metonimia de manual que, a pesar de su simpleza retórica, conforma la base creativa del Lohengrin que este año se repone en Bayreuth, tras su estreno accidentado el verano pasado. Es, como se ha dicho, una producción fallida, en parte por la sustitución a última hora del director de escena; Yuval Saron tuvo que hacerse cargo de finalizar un proyecto ya modelado. Así, se hace difícil la asignación de méritos y responsabilidades.
Innumerables desatinos se pasean sin rubor por la escena, desde esas alas de insecto que pretenden representar el poder político de los personajes, a unas centrales y postes de electricidad que, lejos de desarrollar el concepto de luz que nuclea la obra de Wagner, lo maltratan y trivializan. Pero no sería justo afirmar que esta es una producción tan solo de desaciertos. Un par de valiosos elementos salvan la experiencia escénica.
El primero son las evocadoras imágenes de Neo Rauch y Rosa Loy: unas agigantadas creaciones al óleo, en estrictísima paleta de azules de Prusia, que tiñen la trama de espíritu nostálgico y atmosferas ensoñadoras. El inicio del segundo acto -afortunadamente sin rastro de vatios ni culombios- nos transporta a una nocturnidad hipnótica y extraterrenal. El segundo elemento, muy revelador, consiste en construir una mirada emancipadora hacia Elsa. Tantas veces presentada como una cotilla irremediable que no es capaz de frenar su impertinente curiosidad, aquí se nos muestra como una mujer que quiere conocer. Exige saber quién es ese que se presenta como salvador repentino y con quien parece que está obligada a compartir el resto de su vida. Rebelión y empoderamiento se introducen sin erosionar el libreto. Lástima que, escénicamente, este viaje apenas se traduzca en un cambio del color del vestido y unos calambrazos.
Musicalmente, este Lohengrin continua su tradición de cancelaciones y sustituciones, que comenzó el año pasado con la espantada de Roberto Alagna. En esta ocasión ha sido el esperadísimo debut de Netrebko en Bayreuth el que tendrá que esperar a mejor ocasión. Un parte médico de agotamiento y un montón de fotos vacacionales en Instagram junto a su marido -que también ha cancelado sus compromisos precisamente en las mismas fechas-, han alimentado la decepción y la polémica. En su lugar, tuvimos a una Camilla Nylund de escasas fuerzas, probablemente a consecuencia de simultanear este papel con el de Eva en los geniales Maestros de Kosky. Prácticamente inaudible en la primera parte, guardó su energía para esos momentos de emancipación en un notable tercer acto.
Piotr Beczala se confirma como un excelente Lohengrin. En el terreno vocal luce caudal y presume de un timbre bello y luminoso. Curiosamente, su fraseo parece buscar continuamente el registro heroico, como si Lohengrin no colmara sus pretensiones wagnerianas. Si triunfó en la vertiente musical, en lo dramático, sin embargo, su interpretación se antojó algo acartonada y unidimensional. La intensidad rabiosa y el carnoso color vibrante de Elena Pankratova la certifican como una magnifica Ortrud y como una de las mejores mezzos wagnerianas de la actualidad. El inmenso y amenazador Teralmund de Tomasz Konieczny y el sólido Heinrich de Georg Zeppenfeld completaron un cartel de secundarios redondo.
El extraordinario coro del Festival cumplió las expectativas, -¿se puede cantar mejor?- mientras en el foso encontramos a un Christian Thielemann extrañamente contenido. Como si de los tonos azules del escenario se hubiera contagiado, ofreció una interpretación espacial y atmosférica. La obertura no fue un rayo de luz, sino un panorama completo de irisaciones y en los momentos climáticos las voces orquestales parecían surgir suavemente de todas las direcciones. En los momentos más íntimos se retiró para acompañar a los cantantes con certeras pinceladas sonoras
Para finalizar, una reflexión. Con Lohengrin, en Bayreuth, llevamos una progresión descendente en la escala evolutiva. Pasamos de los humanos, a los ratones de Neuenfels y ahora, a los insectos. Solo esperemos que, en la próxima producción, Brabante no descienda al dominio de los paramecios. Capaces somos.