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En el nombre del padre

Salzburgo. 15/08/2019. Festival de Salzburgo. Verdi: Misa de Requiem. Krassimira Stoyanova, Francesco Meli, Anita Rachvelishvili, Ildar Abdrazakov. Wiener Philharmoniker. Coro de la Staatsoper de Viena. Dir. musical: Riccardo Muti.

Tanto la ciuad de Salzburgo como el Festival que ésta alberga, deben mucho de su fama y proyección a la figura de Herbert von Karajan. Junto con Mozart, este ya legendario maestro es sin duda la otra gran gloria local. Se cumplen ahora 30 años desde su fallecimiento y el Festival de Salzburgo no podía desde luego obviar su recuerdo. Entre 1933 y 1989, Karajan dirigió aquí la friolera de 247 representaciones de ópera y nada menos que 90 conciertos, situándose él mismo al frente de la dirección de escena de 14 títulos operísticos. Y fue precisamente Herbert von Karajan quien confió a Riccardo Muti dirigir una ópera de Mozart en el Grosses Festspielhaus, con unas funciones de Così fan tutte en 1982, título que dirigiría de hecho cada verano hasta 1985 -Muti había debutado ya aquí con anterioridad, en 1971, con Don Pasquale-. Tenía mucho sentido pues este Requiem de Verdi en su recuerdo, honrado Karajan en su paternidad referente a todo lo que hoy Salzburgo significa.

Muti, innegable autoridad verdiana, presentó un Requiem de aires muy católicos. Esto es, sustancialmente contundente y monumental, volcado hacia la espectacularidad y por ello más aterrador que conmovedor (más de Dies Irae que de Lacrymosa, por entendernos). El maestro napolitano optó por un sonido más bien marmóreo, aunque supo crear los necesarios espacios para que la espiritualidad más piadosa brillara por sí misma. En este sentido, el suyo fue un Requiem más hermoso que escalofriante, un tanto contemplativo, con instantes bellísimos como el inicio del Recordare, con unos inspiradísimos violonchelos. Lo mismo que el Agnus Dei, conmovedor, sutil y delicadísimo. Y es que ciertamente lo más maravilloso de este Requiem estuvo en manos de sus ejecutantes, con una Filarmónica de Viena en verdadero estado de gracia. Para la ocasión se contó también con el coro de la Staatsoper de Viena, eficacísimo aunque no demasiado flexible, más volcado en exhibir sus imponentes medios que en lograr un recogimiento que tampoco la batuta parecía requerirles, dicho sea de paso.

El cuarteto vocal brilló sin duda con luz propia en esta ocasión. Francesco Meli sonó como pocas veces, con una voz límpida y firme en el agudo, capaz de manejarse con soltura en una lograda media voz. Tanto su Ingemisco com su Ostias fueron de muchos quilates. Contundente y terso al mismo tiempo el bajo Ildar Abdrazakov, con hermosas inflexiones sobre el texto latino. Arrolladora la mezzosoprano georgiana Anita Rachvelishvili, dueña de un instrumento caudaloso y rico, manejado a placer. Y estilosa y exquisita, tanto en su ejecución técnica como en su musicalidad, la soprano búlgara Krassimira Stoyanova, quien ofreció una version muy personal del Libera me, en evidente conexión con la batuta de Riccardo Muti.

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