tara widmann schuen

JUVENTUD, DIVINO TESORO

Schwarzenberg, 25/08/2019, 11h. Angelika Kauffmann Hall. Recital de cámara. Obras de Schubert y Widmann. Carsten Duffin, trompa; Diego Chena, fagot; Carolin Widmann, violín, David mcCarroll, violín, Pauline Sachse, viola, Claudius Popp, violonchelo; Alois Posch, contrabajo; Jörg Widmann, clarinete.
Schwarzenberg, 25/08/2019, 20h. Angelika Kauffmann Hall. Recital de lied. Winterreise. Schubert. Andrè Schuen, voz. Daniel Heide, piano.
Schwarzenberg, 26/08/2019, 16h. Angelika Kauffmann Hall. Recital de lied. Obras de Wolf, Schubert, Mahler y Brahms. Tara Erraught, voz. Jörg Widmann, clarinete. Malcolm Martineau, piano.

Una característica que une los tres conciertos que se comentan en este artículo es la juventud que predomina en los intérpretes que intervienen en ellos. La mayor parte de lo componentes del octeto reunido para el primer concierto está alrededor de la treintena, una edad que para un músico aún es juventud aunque se vaya a entrar pronto en la madurez. Algo parecido le pasa a los cantantes Andrè Schuen y Tara Erraught, que aunque con carreras ya sólidas también creo que podríamos llamarles jóvenes. Y está Schubert y su música, que con penalidades o alegrías siempre nos transmite un indudable perfume a juventud.
El primer concierto del día 25 en la Schubertiade de Schwarzenberg lo protagonizaban ocho músicos unidos para interpretar las dos obras del programa. Fue una auténtica schubertiada, una reunión de amigos, seguramente convocados por el compositor y clarinetista Jörg Widmann, para tocar a su admirado Franz. Porque la la alegría, la felicidad, un ambiente juvenil y la satisfacción al finalizar la primera obra era palpable en los rostros de Carsten Duffin, trompa; Diego Chena, fagot; Carolin Widmann, violín, David mcCarroll, violín, Pauline Sachse, viola, Claudius Popp, violonchelo; Alois Posch, contrabajo y el propio Jörg Widmann al clarinete. Precisamente un clarinetista excelente, el conde Fernando Troyer, participante en reuniones musicales con Schubert, es el que le encarga el Octeto en Fa mayor para cuerdas y vientos D803, fechado en mayo de 1824 y que conformó la primera parte del concierto. El compositor, a petición de Troyer, se inspira en el Septeto de Beethoven y sobre todo en su aire alegre y ameno. Desde el primer movimiento (Adagio-allegro) hasta el sexto y último (Andante molto-Allegro), esta obra de considerable entidad y duración fue interpretada de manera magistral por todos los músicos, aunque destacaría especialmente el primer violín de Carolin Widmann, la viola de Pauline Sachse, el violonchelo de Claudius Popp y, por supuesto, Jörg Widmann. El público lo reconoció por unanimidad puesto en puesto en pie, la única vez que he visto este fervor en los cinco conciertos que he asistido en esta Schubertiade. Excelentes. La segunda parte estaba dedicada a una obra compuesta por el propio Widmann y simplemente denominada Oktett. El compositor, a lo largo de los cinco movimientos, juega de manera evidente con la tonalidad y a la vez con el público, que ve como el comienzo casi clasicista se va transformando de manera cada vez más abstracta y atonal para retomar, de vez en cuando, con guiños puntuales, referencias musicales que nos suenan a Strauss o Berg. Sin ser una obra excepcional se escucha con gusto y es admirable, otra vez, el trabajo de los dos hermanos Widmann fue especialmente significativo, así como el de Alois Posch al contrabajo y Carsten Duffin a la trompa. 
El Everest de los ciclos de lied es Winterreise de Franz Schubert. Esta afirmación tan rotunda es la única que voy a mantener inamovible a la hora de hacer una crónica del concierto que Andrè Schuen ofreció como cierre de jornada en la Schubertiade. Y digo esto porque si hay algo totalmente subjetivo en un aficionado al lied que hace críticas es narrar un Winterreise. Yo voy a contar lo que oí, vi y sentí con la mayor honestidad posible, como intento hacer siempre. Una crónica es simplemente una opinión, no un dogma, y otro aficionado, otro crítico, puede tener otra visión totalmente distinta, siendo totalmente sincero. Schuen es un joven barítono originario del norte de Italia donde se habla el ladino, un idioma con unas características muy particulares (y que tengo entendido que él reivindica con orgullo) que está demostrando su categoría en los teatros de Ópera. Hace poco ofreció un excelente Olivier en el Capriccio de Strauss en el Teatro Real y estoy seguro que su futuro en los escenarios aún le deparará mayores éxitos.

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El Winterreise de Schuen (luego hablaré pianista Daniel Heide) está cimentado en las cualidades vocales que atesora: una voz de bello timbre, de sonido terso, joven, pleno, dominando sin problema toda la tesitura y resolviendo sin problemas las complicaciones (que no son pocas) que plantea Schubert con una soltura apabullante. Vocalmente estuvo impecable y su trabajo fue admirable, además de un planteamiento general que no se dejó llevar por la fácil lentitud o el exagerado ritmo. A la hora de analizar cada lied (cosa que no podemos hacer aquí con todos dado la extensión –veinticuatro canciones– del ciclo), yo vi el mismo enfoque pero con resultados no equilibrados. Me explico. Hubo momentos simplemente maravillosos, con frases, versos, que me estremecieron por su belleza, y otros (repito, dentro de una perfección vocal absoluta) que me dejaron más frío, sin que me viera implicado en ellos. Entre los primeros destacaría todos los lied en que predominan las medias voces, el ritmo lento, la admisión de la derrota del protagonista de la historia. Ahí Schuen estuvo simplemente apabullante, perfecto. Especialmente en los dos lieder más famosos del ciclo: un admirable Der Lindenbaum (El tilo) y un triste y conmovedor Der Leiermann (El zanfoñero). También hubo otros especialmente acertados en su enfoque como Frühlingstraum (Sueño de primavera), en los que la alegría y la frustración se mezclan con maestría y belleza, señas de identidad del compositor. Pero cuando Schubert transforma la ira o la frustración del Caminante en notas más contundentes, en forte, el barítono, luciendo una exultante voz, suena más operístico que liederista, restando el punto camerístico que reclama siempre un lied. Esto, personalmente, hizo que sintiera (porque esto es un sentimiento) una intermitente falta de conexión con el cantante y con lo que cantaba, como si todo el ciclo, en un resumen presuntamente gráfico estuviera plagado de momentos brillantes y otros donde la luz se hacía más tenue, poco intensa. De todas formas fue un buen Winterreise, y me gustaría volver a oírselo a Schuen dentro de unos años, con más poso en su vida y en su carrera. Admirable en todo momento el piano de Daniel Heide en una actuación más que sobresaliente, recreando a la perfección ese ambiente tan especial de la obra que mezcla la frialdad del invierno, la pasión del hombre, la desesperación del ser humano. Su maravilloso Der Leiermann remató brillantemente un pianismo sin mácula.
El liederabend del día 26 de agosto estaba protagonizado por Tara Erraught, que sustituía a la en un principio programada Brenda Rae. El programa elegido, junto al reconocido pianista Malcolm Martineau (trabajaban juntos por primera vez) fue variado, como variados fueron los resultados obtenidos, aunque manteniéndose en todo el recital un buen nivel pero con diferentes grados. Erraught posee un timbre bello, un canto natural fresco y alegre y una perfecta dicción (es irlandesa de origen) en alemán. Su carrera está consolidándose y se ha podido reconocer su indudable calidad en el Octavian del Rosenkavalier de hace unas temporadas en Glyndebourne o en sus trabajos en la Bayerische Staatsoper como en el Orlando Paladino de Haydn estrenado en julio de 2018. Poseedora de una excelente proyección y segura en toda la tesitura, en esta ocasión hubo puntuales dudas en la subida al agudo, momentos sin mayor importancia en una actuación vocalmente estupenda. Es una cantante que indudablemente se implica con lo que está cantando y lo expresa como parte de su forma de ser, pero en el lied esa tendencia a enfatizar tanto el gesto gesto va en detrimento del carácter del verso. Por decirlo de alguna manera un poco gráfica, podríamos decir que se ocupa mucho de la expresión corporal y gestual, lo que a veces distrae de la esencia del lied. Lo curioso es que eso ocurre casi exclusivamente en los lieder más, diríamos, jocosos, donde el poema y la música tocan temas alegres o “ligeros”. En cambio en las canciones de más calado, con un espíritu más reconcentrado y generalmente lento, la mezzo irlandesa sabe adaptarse perfectamente y entonces se disfruta mucho de su canto. La excepción a esta regla, por llamarlo de alguna manera, fue la extraordinaria interpretación de Der Hirt auf dem Felsen de Schubert que cerraba la primera parte del recital. Fue un auténtico despliegue de virtuosismo por parte de Erraught, Martineau y del magnífico Jörg Widmann, ya que el lied incorpora el clarinete. Ahí la mezcla de las tres “voces” en aires más alegres o melancólicos, funcionaron a la perfección. 

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En los cinco lieder de Hugo Wolf sobre poemas de Eduard Mörike que abrían el concierto, esa excesiva expresividad lastró relativamente un buen comienzo, aunque destacó un excelente Verborgenheit. Más centrados estuvieron los lieder de Schubert entre los que se encontraban esa pieza fundacional del lied que es Gretchen am Spinnrade y el bellísimamente interpretado Nacht und Träume. Lo mejor de la tarde vino en el principio de la segunda parte con los Lieder eines fahrenden Gesellen, esas cuatro obras maestras de Gustav Mahler. Aquí la interpretación de Erraught fue soberbia, contenida y concentrada, y especialmente brilló en Die zwei blauen Augen von meinen Schatz, en la que un extraordinario Martineau demostró su genial maestría. Volvimos un poco a la tendencia gestual del principio con los siete lieder  que componen la adaptación para solista del propio autor del ciclo más amplio de canciones húngaras llamado Zigeunerlieder de Johannes Brahms, una obra que no está al nivel del gran catálogo liederístico del compositor hamburgués. Sobra decir que Malcolm Martineau volvió a dar una lección de cómo se toca el piano en un lied. Pendiente siempre de la cantante, le aportó a ésta una madurez y una seguridad que le vino muy bien, sobre todo en las canciones de Schubert (extraordinario su acompañamiento en Margarita en la rueca). De propina, Tara Erraught nos deleitó con dos canciones populares bellísimas: Down by the Sally Gardens, con arreglo de Britten, y la irlandesa, cantada a capella, She moved through the fair, que dejó un buen sabor de boca a un recital bueno, pero irregular.