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De lo orgánico a lo místico

Bayreuth. 30/07/2019. Festival de Bayreuth. Wagner: Parsifal. Andreas Schager, Günther Groissböck, Elena Pankratova, Derek Welton, Ryan McKinny, Wilhelm Schwinghammer, Martin Homrich, Timo Riihonen, Alexandra Steiner, Mareike Morr, Paul Kaufmann, Stefan Heibach, Ji Hoon, Katharina Konradi, Bele Kumberger, Marie Henriette Reinhold, Simone Schöder. Dir. de escena: Uwe Eric Laufenberg. Dir. musical: Semyon Bychkov.

El verano musical wagneriano por antonomasia es igual al Festival de Bayreuth, y si hay una ópera que tiene una singularidad única en este templo musical ese título es Parsifal. Fue la única ópera que Wagner escribió y compuso sabiendo las especiales cualidades acústicas del Festspielhaus, que inauguró en 1876 con el Ring. Estrenada en 1882, experimentar la magia de un sonido que trasciende la propia sala del Festival es una experiencia entre religiosa, mística y musical que va más allá de ser un enamorado de la música de Wagner o un creyente de la religión cristiana. El fluir de las cuerdas, pero sobretodo la inolvidable sensación que uno experimenta con un coro que resuena entre estas paredes como si fuera una verdadera caja de resonancia inasible son experiencias que un asistente al Bayreuther Festspielhas no olvidará nunca.

Estrenada en 2016, esta producción de Parsifal firmada por Uwe Eric Launfenberg habrá contentado a los fieles a las puestas en escena orgánicas y más o menos fieles a un libreto original, pero no por ello significa que la producción sea original, o contenga una experiencia estética memorable. Más bien estática, con toques de modernidad de poca relevancia dramática, ocurre en una iglesia católica en medio del norte de un Irak tomado por las tropas militares extranjeras, Laufenberg consigue hilvanar una propuesta que destaca más por la idea que por su desarrollo dramatúrgico. 

Parsifal se presenta como un agnóstico al que la guerra le da la oportunidad de creer en una humanidad perdida por sus guerras religiosas. Ese creer en el género humano, más allá de cualquier grupo religioso existente da al nuevo salvador una interesante pátina de modernidad.  Pero ni una escenografía más bien gris, ni un trabajo escénico correcto pero moroso de imaginación logra pasar a la memoria como una producción llamativa ni original.

Salvo un segundo acto más colorido y mejor tramado con la esencia pertubadora de Klingsor, aquí una especie de chamán coleccionador de cruces cristianas, y una Kundry que reclama en el imaginario de las mil y una noches a sus muchachas flor, la producción vuelve a caer en un tercer acto que hasta un final de redención suprareligioso, no despierta mayor interés ni emoción.

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Lo mejor volvió a residir en la batuta mayestática y profunda de un Semyon Bychkov de emotiva inspiración. El maestro ruso ha salvado los muebles musicales de lo que este verano iba a ser el verano de los artistas rusos. Del fiasco musical que supuso el debut de Valery Gergiev como director de la nueva producción de Tannhäuser, a la espantá de Anna Netrebko en su debut en la verde colina como Elsa, solo Bychkov ha sabido estar a la altura de calidad que se espera de un maestro de su reputación. 

El ruso supo administrar desde el podio la larga composición wagneriana desde un primer acto más contemplativo que revelador, con un segundo donde los colores de las voces de las muchachas flor o la pasión descontrolada de Kundry fueron más contenidas que sensuales. Pero fue en un memorable tercer acto, donde Bychkov escanció el jarro de las esencias, levantando el monumento orquestal que es esta partitura compleja y profunda. Las cuerdas sonaron densas y con vigor, los metales jugaron con la capacidad sensorial de una luz trascendental con una sinestesia solo posible en esta sala, las maderas y su dulce fraseo apuntaron el armazón sonoro de una ópera que es una escultura sonora que busca la trascendencia musical. Un trabajo inolvidable que dio pleno significado al llamado foso místico con un resultado catártico.

Al nivel de esta batuta reflexiva y medular sonó el maravilloso coro del Festspielhaus. Lleno de aristas y colores entre sus secciones, con un coro masculino mórbido y bien compensado y unas voces femeninas de evanescentes sonoridades casi abstractas. El trabajo del director Eberhad Friedrich volvió a hacer justicia al que se considera uno de los mejores coros de ópera del mundo.

Entre el reparto destacó el trabajo meticuloso, a veces pasional como en el segundo acto, a veces naif como en el primero, para acabar con un evidente grado de madurez en el tercero, del Parsifal de Andreas Schager. Si bien la voz es a veces estridente en un agudo algo metálico, sorprende su capacidad de matices y medias voces, sobretodo en un tercero en el que se vio beneficiado por una batuta reveladora. Schager dosificó con inteligencia sus medios, de potente cuerpo central para un instrumento que sabe lucir en los pasajes más comprometidos a pesar de esas sonoridades tendentes a lo fijo.

El todopoderoso instrumento de la mezzosoprano rusa Elena Pankratova volvió a impresionar como Kundry. La tesitura es generosa, los graves sonoros, los agudos lanzados con sobrada autoridad y un cuerpo central mórbido. El problema es un fraseo poco variado, más bien monótono a pesar de una voz siempre presente y de soberbia colocación, ideal para el papel. No es una Kundry seductora, más bien autoritaria y matronal, pero su entrega y gallardía están fuera de toda duda y se llevó la gran ovación del público junto al Parsifal de Schager y el Gurnemanz de Günther Groissböck.

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El bajo-barítono austríaco, próximo debutante Wotan en la nueva producción del año que viene en Bayreuth, mostró sus cualidades con inteligencia. No es una voz especialmente bella, ni llamativa, ni tiene un timbre atractivo sino más bien rugoso. En el tercio superior tiende a sonar apretado y justo, maneja mucho mejor un centro robusto pero también peca de un registro grave más árido que pulposo. Con todo Gunther es un buen intérprete que parece buscar siempre una articulación clara y matizada, aunque de expresión algo plana. Solventó el rol con seguridad y medios adecuados para acabar con sus extensos monólogos con solvencia y profesionalidad que le dan un margen de confianza para ver su gesta el año que viene como Dios de dioses del Walhalla.

El barítono australiano Derek Welton fue un convincente Klingsor, más atormentado de lo normal. Su timbre recio y color varonil le dio un extra de credibilidad para un rol más complejo a nivel interpretativo de lo aparente. Agudos claros y centro seguro para una buena interpretación de este hechicero personaje.

Destacó el trabajo vocal del Amfortas de Ryan McKinny en el tercer acto con un color agradable y versatilidad interpretativa. Sin ser una voz de especial carácter supo profundizar en la expresión con un cuidado estilo y un fraseo correcto. De timbre más juvenil del acostumbrado y sin problemas de tesitura el Titurel del bajo Wilhem Schwinghammer a pesar de una amplificación que no suele beneficiar al solista. Destacar la radiante belleza y timbre cristalino de la soprano de Kirguistán, Katharina Konradi quien llamó la atención como Zaubermädchen entre un grupo bien equilibrado y compensado.

Mención de honor al trabajo de la contralto alemana Simone Schröder como Voz del cielo y quien cumplirá, en el 2020, la friolera de veinte cinco ediciones cantando en el Bayreuther Festspiele desde su debut como 3ª Edelknabe en el Tannhäuser dirigido por Donald C. Runnicles en 1992 con puesta en escena de Wolfgang Wagner. Schöder ha cantado una docena de roles y será Flosshilde, Rossweisse y segunda Norna en el nuevo Ring del 2020.

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