No tan fiero como lo pintan
Frank Castorf dirige La forza del destino de Verdi en la Deutsche Oper de Berlín
Berlín. 14/09/2019. Deutsche Oper. Verdi: La forza del destino. María José Siri (Leonora di Vargas). Russell Thomas (Don Alvaro). Markus Brück (Don Carlos). Marko Mimica (Padre Guardiano). Agunda Kulaeva (Preziosilla). Misha Kiria (Fra Melitone). Michael Kim (Mastro Trabuco). Orquesta y Coro titulares de la Deutsche Oper de Berlín. Frank Castorf, dirección de escena. Jordi Bernàcer, dirección musical.
Abucheos, pitidos, gritos de "¡Viva Verdi!", un espectador repitiendo "Boooooring!" a voz en grito. Qué fácil es provocar, sobre todo si quienes se pretenden ofendidos vienen ya calientes de casa, con ganas de armar un buen pitote a la mínima. Digo esto porque me cuesta creer que nadie dentro de las coordenadas del teatro alemán desconozca cuáles son el estilo y el enfoque de Frank Castorf en sus propuestas. Encumbrado y condenado por igual en el mundo de la lírica a resultas de su incomparable propuesta para el Anillo wagneriano en Bayreuth, en 2013, la figura de Castorf sigue suscitando simpatías y desafecciones en igual medida. Yo no me confieso un seguidor acérrimo de su estilo, que tiendo a ver un tanto repetitivo, aunque me quito el sombrero sin duda alguna ante su ingenio y su capacidad para iluminar espacios distintos, a menudo desapercibidos para el común de los directores de escena. Sea como fuere, cuando se anunció su presencia al frente de esta nueva producción de La forza del destino de Verdi, un título en cierto modo maldito, todo hacía presagiar que acabaría liándose alguna algarada, ya fuera en el estreno o en las funciones posteriores. Y así ha sido, de una manera tan previsible que termina por resultar cómica, no ya por Castorf, sino por cierto perfil entre los espectadores, entre quienes se distingue a veces la rara especie de quienes acuden al teatro a desahogar sus miserias, en modo alguno llevados por la curiosidad intelectual o por el afán de dejarse sorprender y emocionar por una nueva propuesta.
La realidad es que la propuesta de Castorf es bastante más conservadora de lo que pudirea parecer. No ya porque tienda a repetir sus mismos y habituales recursos, desde la reconocible escenografía de Aleksandar Denic al empleo del vídeo en directo, sino porque termina siendo sumamente fiel a un libreto que no es nada fácil de sacar de sus costuras. De ahí que Castorf logre la ingeniosa labor de ser casi literal al texto aparentando sin embargo haber trasladado la representación a un universo completamente ajeno a las coordenadas verdianas más reconocibles. Castorf regresa una vez más una de sus obsesiones, en torno a la compleja amalgama entre democracia, socialismo y capitalismo, trasunto entrecruzado aquí por una reflexión general, de fondo, en torno al liderazgo entendido como caudillismo. La representación está cuajada así de guiños a temas colaterales, desde la opresión de la Iglesia a los nativos en América hasta la aparición de la industria del cine en Italia como un sucedaneo del panem et circenses, como la mejor arma para mantener a raya al pueblo sin que éste lo perciba como tal. Desde luego, un discurso que suena mucho más interesante que la simplona mirada que parecieron arrojar quienes abuchearon la representación a mitad de una de sus escenas, en la que dos de los intérpretes sostenían un parlamento sin música, quizá extenso, no lo niego, pero en modo alguno irreverente o desalentador. Se podrá discutir la pertinencia de incorporar o no esos textos, como es discutible la enigmática figura del indio/ángel que atraviesa toda la representación, pero todo responde al menos a una motivación, al margen de que ésta se comparta o no. La producción de Castorf podrá incurrir en algún puntual exceso, más por insistencia que por falta de coherencia; pero no es tan fiera como la pintan quienes se afanaron en abuchearla.
En el apartado vocal destacó el fantástico el Don Carlo di Vargas del tenor norteamericano Russell Thomas, dueño de una genuina voz de spinto, con pegada en el agudo, al que asciende con soltura y poderío. Su gran aria del tercer acto fue uno de los momentos álgidos de la velada, exhibiendo Thomas un control firme de su instrumento, plegando su voz a una lograda media voz e incorporando abundantes inflexiones dinámicas. Irreprochable, en fin, su recreación de este exigente y fatigoso papel, que resolvió sin apenas visible esfuerzo. A su lado, en excelente madurez vocal, la soprano uruguaya María José Siri brindó una contenida y elegante interpretacion de la parte de Leonora di Vargas. La voz de Siri suena ahora mismo fácil y homogénea, con un canto legato de exquisita factura, sin tensiones en la emisión. Su Verdi es belcantista, sin renunciar por ello a ser expresivo y teatral. Nada que objetar, en suma, a una interpretación espléndida.
Muy flojo en cambio el Marqués de Calatrava de Markus Brück, lastrado por una emisión ruda y un canto demasiado tosco, sin rastro de la nobleza connatural al personaje en cuestión. Sin fisuras no obstante el resto del plantel, destacando el sonoro y contundente Padre Guardiano de Marko Mimica y el desenvuelto Fra Melitone de Misha Kiria. Menos lució en cambio la Preziosillia de Agunda Kulaeva, un tanto envarada aunque poseedora de una voz atractiva. Y voz a seguir la del joven tenor coreano Michael Kim, aquí como Trabuco.
En el foso, muy competente labor del maestro español Jordi Bernàcer, reemplazando a Paolo Carignani, anunciado en un principio al frente de esta nueva producción. Bernàcer apostó por tiempos claros, sin renunciar a un gesto vibrante y siempre atento a las voces, con las que demostró una evidente sintonía. Buena labor de la orquesta titular de la Deutsche Oper, más allá de un par de ataques en falso, poco después del alboroto de los pitidos y abucheos, y quizá pues un tanto desconcertados por ello.