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Belleza efímera

Barcelona. 22/4/16. Auditori. Guix: Imatges d’un món efímer. Jachaturián: Concierto para violín y orquesta en Re mayor. Smetana: Mi patria (selección). Serguéi Jachatrián, violín. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Tomáš Netopil.

Discreta tanto la afluencia de público como la interpretación de una OBC poco reconocible, algo condicionada por las rotaciones y teniendo en cuenta el margen de mejora que tenía tratándose del primero de los tres conciertos del programa. Esta vez se contaba con la visita por primera vez de Tomáš Netopil (Kroměříž, 1975), un director checo con cierto reconocimiento, que venía especialmente a mostrar su lectura de una selección de la popular Mi patria (1872-1875) de Bedřich Smetana

No obstante, el concierto comenzó con una cita de mayor interés, en nuestra opinión, como es la de poder escuchar la obra de un compositor contemporáneo de nuestro país –particularmente ahora que nos lo pondrán cada vez más difícil hacerlo, como indica la programación de la próxima temporada–: en este caso, Imatges d’un món efímer (2011) de Josep Maria Guix (Reus, 1967), encargo de la JONC que la estrenó en 2011. Se trata de una partitura de factura orquestal extensa pero convincente y minuciosa (destaca la administración de la percusión a la que Guix incorpora el waterphone, dotando la atmósfera de un constante carácter de ensoñación irreal), que sabe trasladar a lo acústico, con espontaneidad, sabiduría y contención de medios, la plasticidad y concentración de los haikus japoneses en los que se inspira. Netopil controló las dinámicas, siempre muy cerca del pianissimo, y la orquesta tuvo una gran respuesta, logrando esa sutilidad cambrística que se abre lentamente en unas cuerdas bien empastadas desde el sonido de una campana, espejo musical de un haiku del gran poeta japonés Bashō: “El sonido de la campana se expande en la bruma del alba”. El discurso de Guix, que reduce al mínimo las fronteras entre sonido y silencio, despliegue y repliegue, es exigente para intérpretes y auditorio: no encontramos en él drama ni desarrollo, sólo un coherente y profundo lirismo contemplativo que no deja indiferente. 

En las antípodas de la estética de Guix se encuentra la obra que seguía, el Concierto para violín y orquesta de Aram Jachaturián, uno de los más ilustres miembros del panteón de héroes culturales de Armenia, y compositor predilecto para el oficialismo de la Rusia soviética. La obra constituye ante todo un alto reto técnico para el solista y el joven armenio Serguéi Jachatrián (Erevan, 1985) –el más aplaudido de la tarde sin duda– no sólo superó el desafío sino que lo hizo con nota muy alta, mostrando una madurez sorprendente desde un enérgico Allegro con fermezza en el que ya en la larga cadencia dejó al auditorio boquiabierto, hasta el Allegro vivace brillante, de sonido poderoso y cálido y vibrato bien administrado. Fuera de algunos desajustes para equilibrar el fraseo entre solista y orquesta, los esfuerzos de Netopil por lograrlo terminaron por dar frutos, ofreciendo un buen colchón sonoro a la imaginación del vertiginoso arco de Jachatrián, que con un bis tomado de la música de su país, terminó de cautivar al Auditori.  

La selección (tres de los seis poemas sinfónicos) de Mi patria nos dejó mucho más fríos. Netopil, algo torpe y exagerado, en líneas generales no mostró la serenidad y control que esperábamos y el trabajo particularmente con metales y maderas, carentes de matices, mostraba todavía mucho margen de mejora. Aunque tras el solo de arpas en el “Vyšehrad” los vientos no mostraron la misma delicadeza, como sí lo hicieron las cuerdas en una entrada subrayada enfáticamente por Netopil, la fluidez del río Moldava se dejó escuchar, aún teniendo en cuenta que el director checo le puso más azúcar de la cuenta a un pastel ya de por sí cargado, en su pugna por arrancar un lirismo que sólo en contadas ocasiones y con más ademanes que concreción sonora, logró transmitir en “Šárka”, el último de los tres poemas de Smetana.