Patrimonio nacional
Madrid. 05/10/19. Teatro de la Zarzuela. Guridi: El caserío. Ángel Ódena (Tío Santi). Raquel Lojendio (Ana Mari). Andeka Gorrotxategui (José Miguel). Pablo García López (Txomín). Itxaro Mentxaka (Eustasia). Marifé Nogales (Inosensia). José Luis Martínez (Don Leoncio). Eduardo Carranza (Manu). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Pablo Viar, dirección de escena. Juanjo Mena, dirección musical.
El Teatro de la Zarzuela ha de ser el lugar de todos porque la Zarzuela es el lugar de todos. Así dicho y con las zetas en mayúscula. Ha quedado demostrado, una vez más, en el arranque de la nueva temporada del coliseo madrileño. Una recuperación histórica, tanto en lo simbólico como en la partitura (edición de Tritó, que en algún momento tendremos que hablar de la gran labor de su fundador, Llorenç Caballero), tras 42 años sin que se representase El caserío de Guridi en este escenario. La zarzuela es de todos, digo, porque - de algún modo - habla de todos, más allá de ese prejuicio que empuja a algunos a imaginarla en el Madrid castizo, que también, pero que en realidad extiende sus tramas, sus localizaciones y personajes a prácticamente la totalidad del territorio español y parte del extranjero. La zarzuela somos nosotras y nosotros... es patrimonio nacional y parece que nos hemos olvidado de quienes somos. Hablo, al menos, de quienes toman las decisiones que nos afectan como público y como sociedad.
El Teatro de la Zarzuela es allí donde acudimos, como una meca en la que encontrar respuestas y depositar nuestra fe, gentes de 100.000 raleas, que diría Serrat. Como a esa fiesta que espera arriba de nuestra calle, acudimos pobres, nobles, prohombres y villanos a vivir y sentir, cada uno a nuestra manera. La temporada pasada algunos pusieron el grito en el cielo al no comprender alguna puesta escénica, como la sonada Francisquita que ahora se verá en el Liceu, objetando al arte con hojas de reclamaciones (me pregunto si podría ir a El Prado a reclamar la angustia que me provoca Goya o la concupiscencia de Rubens... o a la Tate con la Mierda en lata de Manzoni, me da igual). Para este comienzo de temporada se ha optado por el cartón-piedra, esperando que quienes se sintieron airados entonces, se encuentren un poco reconfortados mientras les alcanza la luz de la comprensión y, desde luego, el respeto por los artistas que ocupan el escenario. Voy aterrizando, pero antes, el impacto, una noche más, del maravilloso Coro del Teatro de la Zarzuela. Si este Teatro es único en el mundo es también porque, no lo olvidemos, le da vida un coro que es único en el mundo. Si es cierto que la izquierda política tiene mayor cuidado con la cultura, si es verdad que justo ahora la dirección del INAEM tiene vía directa con el Presidente del Gobierno y si es cierto que este tiene cierta sensibilidad musical (aunque sea por aquello del amor fraternal), es el momento de demostrarlo y de dar pasos definitivos en defensa de aquello que es nuestro patrimonio nacional inmaterial. De ir más allá de los bienes inmuebles, de proteger todos nuestros bienes culturales. Obvio que es algo estupendo que se intente elevar la zarzuela a la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial, pero seamos más prácticos, más directos, más certeros: creemos una categoría nacional que dote de medidas que potencien y protejan, por ley, la zarzuela, pero también su teatro y su coro. ¿De qué sirve que se quiera llevar el género a la UNESCO mientras parece que no se protege a nivel local, nacional, el coro que le da vida? Pero aquí estamos ahora mismo, con un Teatro de música sin director musical por, al parecer, una cláusula absurda en su contrato, mientras siguen sobrevolando los fantasmas de la desaparición del Coro del Teatro de la zarzuela y la disolución del INAEM en un montoncito de fundaciones más manejables para los políticos... Siempre escribo y voy a repetirlo, que de más mayor yo quiero ser el coro femenino del Teatro de la zarzuela. Sólo espero que este siga existiendo para cuando peine canas.
Continuando con la música, el arte de esta noche, El caserío vuelve al Teatro de la Zarzuela por la puerta grande, gracias a una poética, un tanto almibarada, visión de Pablo Viar en lo escénico y una lectura musical de sentido lirismo por parte de Juanjo Mena. Sobre las tablas, unos figurines de Jesús Ruiz que en ocasiones rozan la caricatura (mientras en Canadá cambián el nombre de los personajes de Turandot) y una escenografía de Daniel Bianco que guarda lo mejor para el segundo y tercer acto, además de una iluminación de Juan Gómez-Cornejo que incluso llega a parecer un homenaje a Lo que el viento se llevó. En general, una propuesta escénica costumbrista, naturalista y tradicionalmente respetuosa con el libreto, sumergido en una trama ciertamente insustancial, al menos en lo terrenal. En lo "espiritual", la batuta del director vitoriano. Al parecer ha costado que regresara al foso de Jovellanos, pero la experiencia está resultando tan radicalmente distinta a su primera vez que, según he podido saber, volverá a abrir una temporada del Teatro, la próxima 2021-2022. La cuerda de la Orquesta de la Comunidad de Madrid vibra bajo el podio de Mena. Su lirismo de corte cuasi sinfónico, tan importante en Guridi tras el tamiz del folklore, tiene pulso, emociona en una lectura de elegante vuelo; como el del compositor, que hasta en las situaciones más cómicas de la trama renuncia a vacuos efectismos. Sin duda Mena es todo un experto en su paisano vitoriano y aunque en esta zarzuela no se cantase ni una sola nota, acudir al Teatro de la zarzuela ya valdría la pena con tal de escuchar a la orquesta.
Pero es que además, sobre el escenario, acompañaron las voces al mismo nivel. Lo de Andeka Gorrotxategui como José Miguel es un derroche de medios. Las formas son de arrojo y la voz spinto, con pegada, punzante. Los mejores mimbres para un héroe o pobre diablo enamorado, en un canto más calibrado que en anteriores ocasiones. A su lado la Ana Mari de Raquel Lojendio, que hace ver la candidez y el amor de la protagonista en su vertiente actoral y que se muestra sensible, atenta a los detalles en un canto siempre acertado. Completa el trío protagonista el barítono Ángel Ódena, de timbre homogéneo, consistente y porte recio. Se suma la gran labor de una sabia Itxaro Mentxaka en su vis más cómica, junto al claro timbre de Pablo García-López, de comicidad fresca como su voz, todo un gusto y la acertada Inosensia de Marifé Nogales en su breve intervención. Redondea la noche el trabajo perfecto de la Aukeran Dantza Konpania, poniendo baile a las músicas de Guridi. Más nos vale que todo esto lo vayamos cuidando, de verdad.
Foto: Javier del Real.