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 La gran suerte

Madrid. 24/11/19. Teatro de la Zarzuela. Guridi: Mirentxu. Ainhoa Arteta (Mirentxu). Mikeldi Atxalandabaso (Raimundo). Marifé Nogales (Presen). Christopher Robertson (Txanton). José Manuel Díaz (Manu). Carlos Hipólito, narrador. Coro del Teatro de la Zarzuela. Coro de Voces Blancas Sinan Kay. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Versión concierto. Óliver Díaz, dirección musical.

No saben la gran suerte, o tal vez sí, que tienen muchos y muchas de ustedes. Yo soy de Madrid. Aquí no tenemos una lengua propia, por mucho que Arniches nos ayudase a ello, ni tenemos un folclore musical enraizado, por mucho que nos creamos que sabemos bailar el chotis. Aquí todo se diluye. Es la magia de Madrid. Somos tantos, que lo somos todo. No tenemos una tradición musical que haya podido inspirar obras líricas de esas que abrazan. Porque sí, el casticismo en la zarzuela habla de nosotros y nosotras, pero estamos faltos de un manto sinfónico o cantado, de un Guridi, un Usandizaga, un Toldrà, o un Turina, por citar unos pocos, que nos envuelvan en un halo de esos que emocionan hasta la médula. Tenemos muchas cosas bonitas, pero estamos faltos de una identidad musical a la que abrazarnos. Aquí, por no tener, no tenemos ni una bandera de verdad; la inventaron Leguina, Amón y Novillo con la llegada de las autonomías... siete estrellas por la Osa Mayor y las siete provincias que nos rodean. Si es que sí, en Madrid estamos, o debemos estar, para recibir a todas y todos, porque ya lo he dicho alguna otra vez: Quien viene a Madrid, quiera o no, ya es un poco de Madrid. "Al amor abran paso los madrileños", que escribiera precisamente un catalán como Amadeu Vives.

Bajo esta última frase de Doña Francisquita, la gran suerte es también que el Teatro de la Zarzuela, especialmente en esta última etapa bajo la dirección de Daniel Bianco, se haya propuesto como una de sus metas, o así lo parece, el hacernos ver que la zarzuela va mucho más allá del madrileñismo y del cartón-piedra. Que también es eso, pero que el género va mucho más allá. Así, la aparición de esta Mirentxu de Guridi, cantada en euskera, ha sido un regalo maravilloso. Y lo ha sido, principalmente, por el sonido surgido desde el foso en esta versión concierto. La Orquesta de la Comunidad de Madrid (aka ORCAM) ha encontrado bajo la dirección de Óliver Díaz su horma, forma y camino. Creo que es una de las veces, sino la que más, que más me ha dicho y mejor me ha dicho una formación que he escuchado tanto. La evolución y mejora desde que Díaz llegó al coliseo de la calle Jovellanos es más que notable y, aunque la entidad tenga su propia programación fuera del teatro, sería fantástico que el director asturiano acabase ahora al frente de la misma. O como titular en la Ópera de Oviedo, en su ciudad natal... o allí donde quieran que sus atriles ganaran la mirada de una batuta que no sólo es que ame la música, sino que sabe cómo hacerla amar. Lo demostró en esta sublime música de Guridi, con el arranque del primer Preludio, con unos pianissimi que hubieran resultado imposibles años atrás; toda la evolución y transición del drama en la partitura, con ese espectacular envoltorio wagneriano... o la manera ya no de acompañar, sino de sostener, de cantar, de vivir con los personajes (¡ese final cuando Raimundo canta Mirentxu, barkanazazu!)... Por la situación de mi butaca, pude elegir entre leer los sobretítulos que traducían el euskera, o ver perfectamente el gesto de Díaz. Opté por el maestro. No me enteré de una sola palabra, pero me enteré de todo.

Sobre el escenario, el protagonismo de Ainhoa Arteta, quien se situaba frente al reflejo de si misma, que es algo maravilloso, cuando muchos tenemos el recuerdo de su áulica, etérea interpretación del momento final de Mirentxu, antes de morir, en su recital junto a la Orquesta de RTVE a mediados de los noventa. De nuevo volvió a demostrar la gran artista que es, con la sabiduría ahora de una mayor madurez vocal e interpretativa, que también demostró en el dúo con el tenor del primer acto. Con todo, no obstante, más allá del comentado final, hubiéramos asistido a una noche histórica si no fuera por la sensación de un papel cogido por momentos con alfileres. El ya varias veces comentado Raimundo estuvo en manos de Mikeldi Atxalandabaso, con una interpretación redonda del personaje, con una voz de verdaderos quilates, desplegada por un músico sin duda inteligente. Completaron el reparto la disfrutable Presen de Marifé Nogales, quien volvía al rol una vez más, el correcto Txanton de Christopher Robertson, quien fue a mayores según avanzaba la noche y el Manu de José Manuel Díaz, quien no siempre se mostró cómodo. Excelente, una noche más, el Coro del Teatro de la Zarzuela, con maravillosas apariciones en el segundo acto, acompañado por el Coro de Voces Blancas Sinan Kay, quienes, junto a las intervenciones solistas de Patricia Valverde y Azahara Bedmar, además de la excelente narración de Carlos Hipólito (la adaptación de Borja Ortiz de Gondra ahonda en ciertos prejuicios) redondearon una gran noche.

Para cerrar este texto, discúlpenme, necesito contarles una anécdota. Hace unos días, en Italia, un periodista italiano me preguntaba de qué ciudad soy: Madrid. Entonces me preguntó si conocía a una persona, no recuerdo el nombre. Y al contestarle que no, él solo llegó a la conclusión: "Claro, este hombre es de Barcelona y tú de Madrid. Estáis peleados, porque Madrid y Cataluña se odian, ¿verdad?". Mi reacción fue la misma que otras veces, en la misma situación: "No, mire, yo soy muy madrileño... y llevo muchos años ya, enamorado de la mujer más catalana que conozco... ¡Después de mi suegra!". Por favor, no caigamos en lo fácil, no permitamos que los gritos superficiales y burdos de quienes no reflexionan, no respetan y verdaderamente no aman tapen las voces de los que sí lo hacen, hablando educadamente e invitándonos a crecer, escuchándonos los unos a los otros. Qué maravilla que el Teatro de la Zarzuela, vuelvo a ello, nos haya permitido disfrutar de esta Mirentxu en euskera y poder sentir a través de otras culturas que también nos son propias. Disfrutemos de todo lo que somos, porque ninguno ni ninguna de nosotros somos una sola cosa. Un sólo adjetivo, un sólo término, una sola bandera... no podemos permitirnos ser tan limitados. Qué maravilla sería que pronto podamos escuchar aquí alguna zarzuela en catalán. Qué maravilla sería...

Foto: Javier del Real.