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Con mano izquierda

Madrid. 15/12/2019. Auditorio Nacional. Obras de Beethoven y Mahler. Orquesta Nacional de España. Anthony Marwood (violín) como Jean-Guihen Queyras (violonchelo) y Alexander Melnikov (piano)Antonio Méndez, dirección musical.

Les parecerá anecdótico, pero tengo la impresión de que hay una especie muy particular de directores a los que se distingue por su manejo de la mano izquierda. Piensen en algunos de los más grandes: Carlos Kleiber o Leonard Bernstein... Hay de hecho toda una legión de maestros en activo que han hecho suyo el gesto de Claudio Abbado, con esa característica mano izquierda, los dedos estirados, como sopesando el aire con su mano: Daniel Harding y Gustavo Dudamel serían los casos más evidentes. Pero la mano izquierda alude también, en nuestra preciosa lengua, a un modo de proceder, al ingenio y cintura con la que alguien se desenvuelve para lograr sus fines, sin forzar las costuras. La dirección orquestal es un arte que supera con mucho los límites de la mera ejecución musical. Es un trasunto de actitud, determinación y magnetismo; al final se trata de convencer y dejarse convencer, en un toma y daca que cuesta años dominar. 

El director Antonio Méndez (Palma, 1984) viene reivindicándose como una de las batutas con más pujanza de su generación, en la estela de una hornada inédita de maestros españoles, como Pablo Heras-Casado (Granada, 1977), Guillermo García-Calvo (Madrid, 1978), Óliver Díaz (Oviedo, 1972), Gustavo Gimeno (Valencia, 1976), José Miguel Pérez-Sierra (Madrid, 1971), Pablo González (Oviedo, 1975), Ramón Tebar (Valencia, 1978) o Josep Caballé-Demenech (Barcelona, 1973). Aunque suene excesivo este recapitulado, y he dejado a varios más en el tintero, me he tomado la molestia de incluir sus fechas de nacimiento, porque creo que no somos conscientes de la pléyade de directores españoles de primera fila que tenemos ahora mismo en activo, dentro y fuera de nuestro país. Seguramente una generación dorada, cuya presencia no se explica sin la madurez de nuestro sistema educativo -a pesar de sus enormes imperfecciones- y que es buena prueba del talento que está por llegar, del que Antonio Méndez es muestra evidente.

Y es que dada su juventud, sorprende en Mendez la solidez de su enfoque. Su decisión, su entrega y su determinación reflejan una madurez muy prometedora. Diría más: con conciertos como el que nos ocupa, Mendez desafía toda tentación de ser considerado una promesa, para forzarnos a hablar de él como una insoslayable realidad. Su mano izquierda entronca con ese gesto abbadiano que antes mencionaba y el resultado musical de este concierto que nos ocupa confirma asimismo su capacidad para desenvolverse, valga la redundancia, con genuina mano izquierda desde el podio, logrando un excelente resultado de la Orquesta Nacional de España.

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Ambicioso sin duda el programa reunido para estos conciertos, nada menos que con el Triple de Beethoven y la Quinta de Mahler, dos obras capitales dentro del gran repertorio, piezas emblemáticas ante las que no caben medias tintas.  Actual maestro titular de la Sinfónica de Tenerife, Mendez expuso muchas virtudes en este concierto, en el que fue palpalbe su evidente conexión con los atriles de la OCNE, quienes forzaron a Mendez a saludar en solitario al final, aplaudiéndole. Esto no pasa siempre con los maestros que visitan el podio al frente de esta orquesta, ni mucho menos. El gesto es efusivo y nítido, amplio y al mismo tiempo detallado; y sobre todo, da la impresión de no ser mera teatralidad, sino vivencia genuina. 

En línea con esto, su versión de la Quinta de Mahler fue intensa sin ser ruidosa, arriesgada en la elección de unos tiempos estrechos y ajustados, a veces vertiginosos. Curiosamente, donde menos brilló su versión fue en el consabido y pouplar Adagio, donde el margen de mejora de las cuerdas de la OCNE quedó un tanto en evidencia, sobre todo en los violines (nada que objetar al denodado trabajo de Elena Rey como concertino). Extraordinaria la intervención de Manuel Blanco como trompeta solista e impecable Salvador Navarro con el expuesto solo de trompa en el tercer movimiento. El resultado fue una Quinta sorprendentemente vital, reivindicativa, como una apuesta intensa por 

En la primera mitad del concierto escuchamos una versión muy solvente del Triple de Beethoven. De hecho, fue más estimulante y atractiva si atendemos al detallado manejo de la OCNE en manos de Mendez, aunque el terceto de solistas fue francamente cumplidor. Tanto Anthony Marwood (violín) como Jean-Guihen Queyras (violonchelo) y Alexander Melnikov (piano) dieron muestras de una enorme musicalidad, apostando por un juego camerístico, del que Mendez se hizo cómplice. Quizá ninguno de los tres sea un virtuoso consumado -técnicamente hubo algún traspiés, aunque menor- pero convencieron con creces gracias su entendimiento y al apasionamiento con el que defendieron esta genial e inspiradísima obra del genio de Bonn. En conjunto, un concierto de muchos quilates, con una sensación de redondez que rara vez se alcanza.

Un comentario final para el público del Auditorio Nacional: así no. Toses, móviles, ruidos, aplausos a destiempo... ¿De verdad no sabemos hacerlo mejor?

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Fotos: © Rafa Martín