NabuccoMiguel Lorenzo Mikel Ponce Les Arts min

En pie

Valencia. 03/12/2019. Verdi: Nabucco. Plácido Domingo, Anna Pirozzi, Riccardo Zanellato, Arturo Chacón-Cruz, Alisa Kolosova, Sofía Esparza y otros. Orquesta de la Generalitat Valenciana. Coro Jordi Bernàcer, dirección musical. Thaddeus Straussberger, dirección de escena.

La temporada lírica de Les Arts alzó el telón anoche con el estreno de Nabucco en lo que ha supuesto el regreso de Plácido Domingo a los escenarios españoles, tras unos agitados meses en los que su reputación se ha visto cuestionada. Iniciaba así también su andadura la primera temporada programada por Jesús Iglesias, el nuevo director artístico de Les Arts, tras una pretemporada en la que se han podido ver Le nozze di Figaro y La tabernera del puerto.

Tanto Domingo como el Palau de Les Arts se han mostrado en pie, se han reivindicado sin ruido pero con firmeza. No era fácil retomar la normalidad, ni para el cantante ni para la institución. El primero ha visto caer su credibilidad en Estados Unidos, aunque los principales teatros europeos mantienen intactos sus compromisos con él. Les Arts, por su lado, no ha cejado de perseguir una estabilidad institucional que ansía desde que la tristemente desaparecida Helga Schmidt fuese arrancada de su despacho por la policía, en el principio de un via crucis judicial que a día de hoy todavía no se ha resuelto.

En rol titular, Domingo reivindicó su oficio, sus tablas y su magnetismo. Fue más logrado, en lo vocal, su desempeño hace unos meses en Dresde junto a Saioa Hernández. Pero como hemos dicho ya tantas veces: sigue siendo el rey, porque pocos artistas son capaces de generar tanto teatro a su alrededor con su sola presencia. A esto le acompañan unos medios que rozan el milagro, si pensamos en que Domingo bordea ya los ochenta años de edad. Hubo instantes más desiguales, ya fuera por fatiga o por olvidos puntuales con el texto, pero al final Domingo estaba ahí, poniéndose en pie una vez más.

La voz más imponente de la noche fue, sin duda, la de la soprano italiana Anna Pirozzi, casi insultante en su eficiente recreación del rol de Abigaille. No en vano este papel ha sido su fetiche desde que Riccardo Muti se fijase en su potencial y la tomase como una de sus voces de referencia. La Abigaille de Pirozzi lo tiene todo: brillantez, presencia, lirismo y toda la pirotecnia que cabe esperar. Bravissima.

Del resto del reparto cabe poner en valor la bravura y belleza tímbrica de Arturo Chacón-Cruz, como Ismaele; la solidez y buen desempeño actoral de Alisa Kolosova como Fenena; y la limpia y esmaltada emisión de Sofía Esparza como Anna. Por último, algo justo de medios, falto de empaque aunque impecable en estilo, el Zaccaria de Riccardo Zanellato.

Con fortuna desigual, la producción de Thaddeus Strassberger juega a recrear el estreno original de Nabucco, retomando el manido aunque eficaz recurso del teatro dentro del teatro, con un giro final que involucra a la propia sala en un bis del Va pensiero que evoca la aclamación popular a Vittorio Emmanuele Re d´Italia (y con ello el consabido acrónimo de “Viva VERDI”). No es un mal trabajo, desde un punto de vista intelectual, aunque a la postre poco más o menos que a un Nabucco tradicional al uso, que avanza sobre todo gracias al empaque teatral de los solistas y el coro. 

La noticia más feliz para Les Arts de este Nabucco es que, a pesar de todos sus vaivenes institucionales, la calidad de la orquesta sigue intacta. Sigue siendo, sin un ápice de duda, la mejor formación de España, de cuantas ocupan un foso; y una de las dos o tres mejores en términos absolutos. Aunque sin titular desde que Roberto Abbado finalizase su vinculación con Les Arts, lo cierto es que la Orquesta de la Generalitat sigue presentando un sonido de referencia. Y lo mismo cabe decir del coro titular del teatro, verdaderamente monumental en su desempeño. Jordi Bernàcer, maestro bien conocido en la casa, dirigió con brío y con arrestos. A su versión faltó quizá algo de lirismo, en los pasajes más contemplativos, pero no se le puede achacar distanciamiento o falta de teatralidad, ni mucho menos. 

Foto: © Mikel Ponce / Les Arts