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Talento y oficio 

Guillermo García-Calvo dirige Lohengrin en la Ópera de Chemnitz

Chemnitz. Theater Chemnitz. Wagner: Lohengrin. Mirko Roschkowski (Lohengrin), Cornelia Ptassek (Elsa), Stéphanie Müther (Ortrud), Martin Bárta (Telramund) y otros. Robert-Schumann-Philharmonie. Joan Anton Rechi, dirección de escena. Guillermo García Calvo, dirección musical.

Tres años lleva ya el madrileño Guillermo García-Calvo (a la sazón nuevo director titular del Teatro de la Zarzuela) siendo el Generalmusikdirektor del Theater Chemnitz y la Robert-Schumann-Philharmonie. Durante este tiempo su entrega al repertorio romántico alemán ha sido una constante, poniendo en escena una nueva producción del Anillo. Su batuta encabezaba ahora un nuevo Lohengrin, con firma en el apartado escénico de Joan Anton Rechi, regista bien conocido en nuestro país (algunos de sus trabajos más recientes se han podido ver en el Liceu y en el Festival de Peralada). La sede la Ópera de Chemnitz presenta una sala que sorprende por sus reducidas dimensiones, lo que convierte la experiencia teatral en algo mucho más próximo e íntimo de lo que estamos acostumbrados con este repertorio.

García-Calvo exhibe un profundo conocimiento de este repertorio y sus particularides estilísticas. No cae en la tentación de un Lohengrin pomposo y altisonante. Su discurso busca la teatralidad desde la construcción de atmósferas contrastadas, desde el lirismo evocador a la tensión más vibrante. Busca siempre un sonido bien balanceado, intentando integrar a las voces, sin limitarse a acompañarlas o a hacerse seguir por los solistas. Su dirección fue una suma bien equilibrada de talento y oficio, en complicidad evidente con un conjunto sinfónico, la Robert-Schumann-Philharmonie, que se mostró muy capaz y muy afin a este repertorio. Voluntarioso también el coro titular del teatro, con momentos más logrados que otros.

La nueva producción firmada por el andorrano Joan Anton Rechi tenía buenas intenciones pero en su conjunto resultó un tanto naíf. La acción se traslada a los restos de un parque de atracciones, en mitad de una atractiva escenografía firmada por Sebastian Ellrich. La acción del libreto transcurre en mitad de ese derruido Wunderland, alegoría de un mundo que ya no existe, cuyos equilibrios se han roto y que en vano Lohengrin intentará restaurar con su intervención. Es complicado llevar una obra como Lohengrin más allá de la pura literalidad de su libreto, en el marco de una recreación realista, de corte puramente romántico. Rechi es valiente, buscando algo más, sin recurrir a efectismos vanos, pero tampoco logra elevar una propuesta que vaya mucho más allá del plano meramente estético. Falta, en suma, una dramaturgia más consistente y elaborada, capaz de sacar un mayor partido a una idea de partida que, se antojaba, podía dar más de sí. 

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Interesante aproximación al rol principal por parte de Mirko Roschkowski, dueño de un timbre ciertamente lírico, de un color claro y levemente brillante, quizá en las antípodas de lo que asociamos al repertorio wagneriano, aunque la parte de Lohengrin se ha prestado siempre a este tipo de lecturas menos canónicas, desde Sandor Konya a Nicolai Gedda pasando por intérpretes actuales como Klaus Florian Vogt o el propio Piotr Beczala. Roschkowski está lejos de estos dos últimos, pero fue inteligente y administró sus medios, en consonancia con la lectura que emanaba del foso, ciertamente cargada de espiritualidad y lirismo en el acompañamiento a sus páginas solistas. Menos afortunada sonó la Elsa de Cornelia Ptassek, con patentes problemas de afinación en sus primeras intervenciones. Sacó adelante la parte con entereza aunque con escasa ambición expresiva, exhibiendo un instrumento amplio pero poco flexible.

La mejor voz de la noche fue probablemente la Ortrud de Stéphanie Müther, quien se ha ocupado también de la parte de Brünnhilde en el Anillo que la Ópera de Chemnitz viene escenificando. Voz segura y bien timbrada, en la frontera exacta entre las dos vocalidades de soprano y de mezzo, esto es, sin tensiones en los extremos y con el color adecuado en todo el instrumento. Sin duda alguna, su escena con las imprecaciones fue el momento álgido de la velada, por su intensidad y firmeza. A su lado, Martin Bárta sonó vigoroso y algo rudo en la parte de Friedrich von Telramund, un rol que defendió sin duda con gran entrega escénica. Y, en fin, estimable labor del resto del reparto, destacando entre los comprimarios el Heinrich de Magnus Piontek y el Heraldo de Andreas Beinhauer.

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Fotos: © Nasser Hashemi