Intensidad y emoción
Barcelona. 9/6/16. Palau de la Música Catalana. Palau 100. Mahler: Lieder eines fahrenden Gesellen. Britten: Seven Sonnets of Michelangelo. Strauss: Neun Lieder aus Letzte Blätter y otros. Jonas Kaufmann, tenor. Helmut Deutsch, piano.
Gran noche en el Palau de la Música el pasado jueves con el recital de lied de Jonas Kaufmann y Helmut Deutsch, recital largamente esperado ya que recuperaba el que se había tenido que cancelar por enfermedad del tenor en octubre de 2014. El nuevo programa, hecho público hace unas semanas, prometía por interesante, completo y exigente; las expectativas eran muy altas y se vieron plenamente cumplidas: generosidad, entrega, expresividad, calidez y belleza en un concierto que recordaremos durante mucho tiempo.
Empezamos regular, y el plural abarca a público, cantante y pianista. Pasaba un cuarto de hora de la hora prevista para el inicio del recital cuando los artistas salieron al escenario y aún había personas acomodándose, entre la lógica impaciencia del resto del público. Después de largos aplausos de bienvenida comenzó la primera de las Canciones de un camarada errante con un público aún inquieto y ruidoso, un cantante extrañamente pegado al atril y un pianista extrañamente descompensado en el volumen y descoordinado con el cantante (extrañamente porque con la categoría de ambos era algo realmente inusual). Concentrados, lo que se dice concentrados, no estábamos. Así pasó Wenn mein Schatz Hochzeit macht; la interpretación de Ging heut'morgen über's Feld fue correcta pero del dúo Kaufmann-Deutsch se espera mucho más que corrección. No fue hasta la tercera canción que la voz comenzó a sonar liberada y los pianísimos sin engolamiento, y se desvelaron los primeros detalles de calidad que ya escuchamos plenamente en una muy buena interpretación de Die zwei blauen Auen, bien matizada, concluida por Kaufmann con unos versos prácticamente susurrados. Una lástima que, con tan buen final, no tuviéramos un mejor comienzo; un ciclo de sólo cuatro canciones tiene estos peligros, no hay mucho margen para reconducirlo.
Por lo menos nos habíamos situado para escuchar y disfrutar de los sonetos de Miguel Ángel de Britten, un ciclo precioso y poco interpretado, del que hace diez años Kaufmann ya hablaba como una de sus obras preferidas del repertorio. Es curioso que, siendo tan diferentes este tenor y Pears, para quien Britten compuso el ciclo, resulten canciones tan adecuadas para la voz de Kaufmann. Seguro y desenvuelto desde el primer verso, haciendo uso de reguladores y colores con maestría, fue desgranando la pasión y la ternura contenida en los versos de Miguel Ángel, siempre con el excelente acompañamiento de Deutsch. Fantásticos en su recogimiento el soneto XXX, en su expansión el soneto LV, arrebatador el soneto XXIV que cierra el ciclo. Sí, se me acaban los adjetivos para describir una interpretación que me dejó con la sensación de haber recibido un valioso regalo.
La segunda parte del recital estaba íntegramente dedicada a Strauss, una constante en la carrera liederística de Kaufmann desde sus inicios y un compositor con el que tiene una especial afinidad patente desde el primer lied, un Zueignung que, por una vez, no quedaba relegado a propina. A los ocho lieder del opus 10, obra de juventud de Strauss dedicada al tenor Heinrich Vogl, se añadió Wer hat's getan, un lied publicado póstumamente, convirtiéndose así en Neun Lieder. El control de las medias voces había quedado patente ya en el Soneto XXX, por ejemplo, y volvió a destacar en la íntima interpretación de Die Nacht o en Allerseelen. Fue quizás, y sólo si me obligaran a elegir, el mejor lied de la noche: lleno de detalles como el acento sobre las dulces miradas (süßen Blicke), los diferentes matices en cada repetición de Wie einst im Mai o el impresionante (y conmovedor) control del volumen en los dos últimos versos de la canción, todo redondeado por el delicado acompñamiento de Helmut Deutsch. Pero no todas las canciones del opus tienen la misma categoría, y Kaufmann supo también dar luz a piezas menos logradas (con perdón de Strauss) como Die Verschwiegenen o, sobre todo, Geduld.
El segundo bloque straussiano del programa lo formaban cinco lieder de diferentes opus, entre los que destacaron dos de carácter muy diferente: la apacible Freundliche Vision y la intensa Ich liebe dich. La aficion de Strauss por el viento-metal y supongo que su sentido del humor le llevaron a iniciar este lied con una insólita y exigente fanfarria que Kaufmann cantó como si fuera la cosa más natural del mundo, para continuar perfilando y coloreando las tres estrofas hasta llegar brillantemente al exaltado final. Wie sollten wir geheim sie halten cerró el programa oficial pero no había duda de que habría más.
Jonas Kaufmann es un excelente cantante y es también, todos lo sabemos, un fenómeno capaz de llenar un recital de lied en una ciudad donde el lied no es el género más apreciado o de hacer de una grabación de Winterreise un éxito de ventas. Y los recitales de este fenómeno tienen un tercer tiempo que comenzó con una ofrenda floral por parte de, por lo menos, una docena de personas del público antes de la primera propina, Ach weh mir unglückhaftem Mann, seguida de Heimliche Aufforderung. Después de estos dos expansivos lieder llegó un impresionante Morgen (recordaré durante mucho tiempo la frase Stumm werden wir uns in die Augen schauen y el piano de Deutsch) y para rematar un gran Cäcilie. La espléndida subida final acababa una serie de diecinueve lieder de Strauss, que se dice pronto; en ese momento se había ido ya prácticamente media platea pero el público restante seguía ovacionando entusiasmado. Cada vez que Deutsch salía a escena con una partitura en la mano ambos músicos eran recibidos con una ovación que arreció la quinta vez, cuando sonaron las primeras notas de Dein ist mein ganzes Herz. En el código no escrito de los recitales de Jonas Kaufmann esta pieza significa algo así como "damas y caballeros, ¿nos vamos a casa?" pero ese día aún nos tenían reservada una sorpresa. La sexta vez que el pianista salió con una partitura también la llevaba el tenor, que se preparó el atril con sonrisa traviesa: Las locas por amor, de Joaquín Turina, con un castellano no diremos que óptimo pero sí perfectamente inteligible, cerraron, ahora sí, el recital.