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Un requiem para la humanidad

Madrid. 17/06/2016. Auditorio Nacional. Temporada 2015/16 de la OCNE. Obras de J. Brahms. Matthias Goerne (barítono), Dorothea Röschmann (soprano). Orquesta y Coro Nacionales de España. David Afkham, dirección.

Como dice Jorge Marique en sus archiconocidas Coplas a la muerte de su padre, “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar, qu’es el morir”. Para un músico, un fallecimiento es sinónimo de Requiem, es decir, de misa de difuntos que conmemora el final de una vida. Podría decirse que la OCNE (Orquesta y Coro Nacionales de España) no son ajenos a esto al programar Eine Deutches Requiem de J. Brahms al final de la temporada 2015/2016. En esta ocasión, es el río de la música el que va a desembocar en el mar del verano que más bien se podría asemejar con una profunda fosa carente de vida tras el final de las temporadas de teatros y auditorios de todo el país. Despedir la temporada con una de las obras más destacadas del compositor alemán es un acierto si tenemos en cuenta la idea fundamental de la pieza: celebrar la vida y no llorar la muerte. Y es que la OCNE tiene mucho que celebrar tras una interesante temporada que ha sabido solventar con más o menos acierto. 

Cuando uno ve colgado el cartel de “No hay entradas” en las taquillas del Auditorio Nacional desde tiempo atrás pueden pensarse dos cosas: las previsiones de la interpretación son halagüeñas o el lleno se debe a una última ocasión aprovechada por muchos para dejarse ver como eruditos musicales. Siempre uno entra con la esperanza de que sea la primera idea la que triunfe sobre la segunda como si de una lucha trascendental se tratase. En esta ocasión, por suerte, la batalla se saldó con la victoria de la calidad musical sobre la exposición de trajes y joyería por los pasillos del edificio. Y es que la orquesta y el coro nos brindó una función de alto nivel gracias a una masa vocal plena de momentos de verdadera lucidez. Si hubiese que poner una balanza con los dos “actores principales”, ésta caería del lado de lo vocal, ya que en ocasiones la orquesta dejó escuchar algún que otro desfase de tempo con respecto al coro, sobre todo en aquellas en las que el coro desplegaba las dinámicas más potentes y tapaba el acompañamiento instrumental. La sección vocal supo responder ante la difícil obra con gran soltura, llegando a emocionar al respetable con pianos imposibles cargados de una gran calidad. Además, su interesante presencia escénica acorde con el texto de la pieza evitó lo que en el campo coral se conoce como “campo de espárragos”, ya que ninguno de los cantantes se mantuvo estático como un maniquí de escaparate de calle Preciados. Cierto es que esto puede ser un arma de doble filo, ya que el exceso de movimiento puede llegar a cansar al espectador, algo que ocurrió con intérpretes concretos de todas las cuerdas del coro. Pese a esto, la interpretación no perdió interés en ningún momento, recibiendo una gran ovación por parte del auditorio al final del concierto.  

Cuando un solista se presta a interpretar una obra en la que se ha de alternar con un gran coro ha de asumir que es el segundo el que, en la mayoría de las ocasiones, va a triunfar sobre su voz a solo, ridícula en comparación con la masa vocal. Por desgracia, la voz del barítono Matthias Goerne sufrió este temido riesgo en su segunda intervención en la pieza de Brahms, siendo la primera de ellas la más acertada, llegando incluso a hacer muestra de sus dotes actorales, algo muy aplaudido al final del concierto, ya que dio un sentido claro a su interpretación con miradas atormentadas y amenazantes dependiendo de lo que el texto narra. La partitura no ayudó en ningún momento a Goerne, que se mostró un tanto ahogado en los agudos, probablemente su punto flaco en lo que a tesitura se refiere. Si algo se agradeció fue el hecho de aparecer en el escenario sin partitura, realizando todas sus interpretaciones de memoria, algo que también hizo la soprano Dorothea Röschmann en su breve aparición. Ésta, situada en medio del coro con las manos cruzadas sobre el pecho en posición redentora, ofreció una interpretación breve plena de sentimiento y emoción en una de las partes más delicadas y atractivas de la obra. 

La dirección de David Afkham, clara y concisa, supo lidiar con la gran masa coral, conduciendo el concierto sin batuta en mano, aumentando en expresividad corporal. El hecho de que sus movimientos en el podio fueran constantes repercutió en gran medida en la interpretación de la orquesta y el coro, los cuales parecían contagiarse de su fuerza y entrega incansables transmitidas. En ocasiones, los tempo escogidos no fueron del todo acertados, algo que se pudo comprobar en la precipitada fuga del tercer movimiento, en la cual las entradas y los movimientos de las voces apenas se distinguían, creando una masa sonora contra la cual no se puede luchar. Pese a esto, puede decirse Afkham ha dado con la clave para llevar a la OCNE a lo más alto del panorama musical nacional a lo largo de la temporada. Sólo nos queda esperar que a partir de septiembre esto no se haya volatilizado en la nada. Hasta entonces, naveguemos por el mar de Manrique.