A los cielos
Madrid 17/10/2020. Auditorio Nacional de Música. Beethoven: Obertura de Las criaturas de Prometeo y Misa en do mayor. Mariasole Mainini, soprano. Théo Imart, contratenor. Bernard Richter, tenor. Sreten Manojlovic, bajo. Coro Nacional de España y Orquesta Nacional de España. William Christie, director musical.
Ahora que la pandemia se intensifica, el fantasma de la covid aumenta también su presencia en las grandes salas de conciertos, como una espada de Damocles que amenaza no solo nuestra salud y el buen discurrir de la sesión, sino también la continuidad misma de las temporadas musicales. Para muestra, lo que pasa en otros países y ciudades que, con niveles de contagios menores a los nuestros, han cancelado definitivamente sus temporadas. Hay que aplaudir una vez más la valentía que está asumiendo España, pero también considerar el riesgo. Haber mantenido la programación es algo que el tiempo se encargará de situar como un acierto o una temeridad.
La distancia y el vacío presidieron el comienzo de la tarde. En el Auditorio Nacional han impuesto una separación mínima entre personas, ni siquiera los miembros de la misma unidad familiar pueden sentarse juntos, acentuando así esa sensación de desasosiego que últimamente conocemos bien los aficionados. Algo que el director de orquesta William Christie, se propuso eliminar con su visión interpretativa y que, por otra parte, ha llegado a tener algún beneficio colateral. Empecemos por ahí.
Las ventajas de la separación, que no hay muchas, se dieron sobre todo en el coro. Los casi cincuenta miembros se distribuyeron por una extensión enorme: en los bancos que habitualmente les corresponden, en los asientos del público que quedan por detrás del escenario y también en las tribunas laterales. La voz se desplegó entonces proveniente de múltiples direcciones, creando un efecto espacial multidimensional y estereofónico, realmente atractivo y singular, creando una sensación de estar sumergido en un mar de sonidos envolventes, desconcertantes, con un punto de ensoñación. La entrega y calidad de un coro sobresaliente alcanzó su máximo en un “Agnus dei” cándido y reparador.
La Misa en do mayor se considera una obra menor de Beethoven por mucho que algunos musicólogos intenten rescatarla de los desprecios que históricamente ha sufrido. Christie la recupera haciendo de ella una escalera ascendente, hacia los cielos, siempre estimulante, sin excesos y ni amaneramientos. Siguiendo sus principios de interpretación, que con tanta fortuna ha aplicado a la música antigua, consiguió una interpretación viva, brillante, llena de vida. La mejor manera de anular los vacíos mortecinos es a base de energía corporal que inmediatamente se traduce a lo musical. Pocas veces he visto a este director moverse con tanto ímpetu al extremo del pataleo en el suelo.
Christie y la Orquesta Nacional de España ya se conocen de anteriores ocasiones y la complicidad se pudo sentir desde los primeros acordes de Las criaturas de Prometeo, que sirvió de aperitivo a la velada. Aunque el corazón de su repertorio sea la música romántica, la formación domina su lenguaje: los ataques raudos y precisos, el vibrato medidísimo en las cuerdas, el fraseo siempre huyendo de lo pomposo y buscando la efervescencia. La buena convivencia de instrumentos de época con otros modernos demostró lo inapropiado de esa persistente manía de forzar separaciones interpretativas entre las distintas épocas. Haciéndonos disfrutar de una música libre de cargas, siempre buscando la altura y liviandad, el maestro estadounidense configuró una excelente y acertada interpretación.
En cuanto a los solistas, tuvieron que lidiar con la dificultad de estar ocultados tras la mascarilla (al igual que los miembros del coro y los músicos, con la obvia excepción de los vientos), algo que hubiera podido afectar a su capacidad dramática de no haber contado con sabios y sólidos medios vocales. Su actuación fue más que notable. Provienen del Jardín de las Voces, esta iniciativa con la que Christie nutre de excelencia vocal a sus actuaciones y dota de paso de excelentes solistas al universo de la lírica históricamente informada.
La soprano Mariasole Mainini, angelical y luminosa, combinó ligereza y cuerpo para una actuación emotiva y reconfortante. La mezzo fue sustituida en esta vez por un contratenor, Théo Imart -nada hay, por cierto, menos histórico que esto-, que lució flexibilidad y un color también brillante, de buen empaste con su compañera solista. Bernard Richter, de emisión apuesta y desenfadado, otorgó al cuarteto un extra de potencia que contrastó magníficamente con el carácter más lírico de las cuerdas más altas. Y por último el bajo Sreten Manojlovic, tuvo buenos instantes, pero apareció en otros extrañamente inaudible, casi ausente, lo que marcó el único borrón en una acción vocal que por lo demás fue técnicamente impecable y apropiadamente esperanzadora.
Foto: Rafa Martín.