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Dosis de optimismo 

Madrid. 14/02/2021. Auditorio Nacional. Jesús Campo y Sergio Espejo (pianos), sección de percusión de la Orquesta Nacional de España, Elena Sancho (soprano), Xavier Sábata (contratenor) y Enrique Sánchez Ramos (barítono) con obra de Carl Orff. Dirección musical: David Afhkam.

Desde mi butaca podía contemplarse un escenario que mostraba un aspecto infrecuente, con numerosos instrumentos de percusión diseminados por el mismo, rodeando los dos pianos, entrelazados en el centro. Delante, tres atriles separados por varios metros entre ellos asistirían a los tres solistas vocales. Las aproximadamente sesenta voces del coro estaban diseminadas por su lugar habitual, el graderío trasero y los dos anfiteatros laterales, obviando la cercanía habitual de los cantores.

Quienes tenemos alguna experiencia coral sabemos de la importancia de la compenetración con los compañeros a la hora de ser, desde la pluralidad del conjunto, una sola voz; pues bien, en las actuales circunstancias el coro ofrecía más una imagen de multiplicidad de solistas que de unidad. Lo que a priori pudiera considerarse un handicap excesivo acabó siendo superado por la brillantez de la interpretación.

En los atriles una obra popular como pocas cual es Carmina Burana, de Carl Orff (1895-1982). Una de esas obras a la que su popularidad ha colocado en un nivel que quizás, musicalmente, no le corresponda pero que, en cualquier caso, puede atenderse como ejemplo perfecto de una de las múltiples estéticas creadas y desarrolladas durante el tumultuoso siglo XX.

Al final del concierto una voz cercana a un servidor señaló, creo que con acierto, que la interpretación notable de la obra había dejado en evidencia la superficialidad de la aportación sinfónica de la obra. El valor está en el canto que si bien peca de efectista las más de las veces, adquiere valor propio aun acompañado solamente por la percusión y dos pianos, tal es la propuesta de la reducción realizada por Willhem Killmayer (1927-2017), que respeta al máximo la parte vocal y demuestra que con la aportación de pocos instrumentos señalados, la obra adquiere la misma dimensión que la alcanzada con la interpretación, más habitual, con masas orquestal y vocal.

Y es que Carmina Burana es también obra afectada no solo por el efectismo sino también por el gigantismo. Y en esta versión la interpretación es más recogida, más íntima –si cabe utilizar este adjetivo con la obra que nos ocupa- y, al menos, tan disfrutable. A ello coadyuvaron los dos pianistas, Jesús Campo y Sergio Espejo, en su aportación melódica y una inspirada sección de percusión de la Orquesta Nacional de España, con maestros invitados y liderados por Juanjo Guillén y Rafael Gálvez. Una fortuna poder disfrutar del despliegue rítmico y técnico de los seis solistas, que mantuvieron un nivel altísimo.

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El reto del grupo coral, desde su mera disposición, no era baladí y hay que reiterar la excelente interpretación, destacando el empaste de la sección de los tenores y la sonoridad de todas ellas a pesar de la presencia incómoda de las mascarillas.

Muy bien los tres solistas vocales. La soprano, Elena Sancho, se la juega, sobre todo, en el In trutina, por la delicadeza de la línea de canto y en el Dulcissime, por lo inclemente de la tesitura, y los superó con acierto. Enorme Xavier Sábata en su único momento, Olim lacus locueram, tratando de dramatizar la agonía del ánade cocinado. Y no pocos retos tiene el barítono en esta obra, desde la tesitura aguda hasta el acertar con la ironía, el humor sardónico y la retranca que desprenden las distintas canciones y Enrique Sánchez-Ramos -barítono del Coro Nacional, en reemplazo de Manel Esteve- supo superar todas las dificultades. Resultaba hiriente, eso sí, verle sufrir con la mascarilla mientras navegaba por las notas más agudas de su particela, teniendo que reubicarla una y otra vez antes de abordar notas comprometidas.

La reacción popular fue de entusiasmo, aplaudiéndose con justa generosidad la labor de todos, incluido un David Afhkam justo, preciso y adecuado a la hora de marcar el ritmo de un ciclo de canciones que, no nos engañemos, incluso corren el riesgo de ver adulterado su misma identidad por ser esclavos de una popularidad nada despreciable. En definitiva, un concierto que supuso una pizca de optimismo, alegría y buen hacer que los melómanos agradecimos sinceramente.

Fotos: © OCNE