Miguel Angel Gomez Martinez EmanuellePhotos 11© Emanuelle Photos.

Miguel Ángel Gómez Martínez: "Dirigir no es un espectáculo, sino orientar en el sentido único de la música"

El director de orquesta granadino Miguel Ángel Gómez Martínez es, desde hace décadas, una de las batutas más relevantes de nuestro panorama musical. Habiendo sido director titular de formaciones como la Orquesta de RTVE, la Euskadiko Orkestra o la Orquesta de Valencia, y titular del Teatro de la Zarzuela, entre otros, se ha ganado a pulso el 'Premio a toda una trayectoria' que le acaba de conceder Ópera XXI. Aprovechando que durante estos próximos días dirige Luisa Fernanda en el mencionado coliseo madrileño, hablamos con él.

Por comenzar por lo más inmediato: Luisa Fernanda. ¿Puede haber una zarzuela más perfecta? ¿Se encuentra, en cualquier caso, entre las grandes zarzuelas de la historia para usted?

Pienso que las obras son incomparables entre sí. Lo que no cabe duda es que Luisa Fernanda es una de las obras más representativas de nuestro género lírico nacional por excelencia, y posee una belleza intrínseca que la convierte en una obra de arte total. La conjunción de texto y música es perfecta y Moreno Torroba ha conseguido algo fuera de lo común con su ingenio creativo que convierte a esta obra en una de las más completas de su producción. Es una obra con vigencia atemporal, que consigue llegar directa al corazón del espectador.

¿Dónde reside, para usted, la magia de Luisa Fernanda?

Como le digo, el autor ha conseguido plasmar en su composición una correspondencia absoluta entre música y texto, así como resultó especialmente inspirado en la consecución de melodías de un alto valor, perfectamente armonizadas. Poniéndome en el lugar del autor, en mi faceta de compositor, es posible que hubiera convertido en un Aria el extenso monólogo de Luisa Fernanda del segundo acto, pero estoy seguro de que él tuvo razones de peso para no proceder de esta manera. No cabe duda de que el dramatismo de ese momento está muy bien conseguido cuando la intérprete de este personaje es capaz de transmitir todos los matices escénicos que requiere. Por otra parte, las características melódicas de la mayor parte de los números que componen la obra la hacen muy atractiva para el público. Y la brillante orquestación termina de completar el valor e impacto emocional de esta partitura.

Después de dirigir tantos títulos, ¿qué es para usted la zarzuela?

La zarzuela en general constituye un valioso género musical y escénico, de una idiosincrasia muy especialmente española. Muchas de las obras que se incluyen en este género están a la misma altura en calidad que muchas óperas del repertorio internacional. Como es lógico, no todas las obras del género tienen la misma calidad y existen algunas de menor enjundia que otras, pero eso sucede también en el repertorio operístico, en el que existen obras que no están a la misma altura de otras producciones absolutamente geniales. Estoy convencido de que los verdaderos “músicos” son capaces de distinguir las obras magníficas de las menos excelentes, tanto en nuestra zarzuela como en las obras operísticas. Ese es mi caso, después de haber dirigido más de 90 títulos de ópera y muchos otros de zarzuela. También el público internacional es capaz de apreciar el gran valor de la música de nuestros compositores líricos, como he sido testigo al dirigir diferentes fragmentos de numerosas obras españolas en lugares tan alejados como Japón, Alemania, Finlandia, Estados Unidos…

¿Por qué cree que se demora tanto su nombramiento como Patrimonio inmaterial de la humanidad?

No puedo comprender las razones. Por comparación, podría nombrar algunas manifestaciones artísticas que son actualmente Patrimonio Inmaterial de la Humanidad posiblemente con menos merecimientos que nuestra zarzuela. Quizá la razón de este retraso se deba a la falta de interés de algunas autoridades culturales por implicarse en lo que debería ser primordial. La zarzuela, en su conjunto, merece y precisa ser declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad con la mayor urgencia.

¿Cree que el adelanto electoral puede afectar este proceso de alguna manera? ¿La política debería estar alejada de toda cultura, o es un imposible, que la cultura necesita de la política?

La cultura y las artes, como creación, tienen el derecho legítimo a ser libres de toda injerencia política. Pero yo veo muy claro que necesitan el apoyo de los políticos que las gestionan. Sin su apoyo sería muy difícil que tuvieran una evolución importante, mucho más en estos tiempos en los que los antiguos mecenas parecen haber “pasado de moda”, por no decir que sean una “especie en extinción”. Lo que a mí me gustaría es que esos políticos que tienen que gestionar la cultura y las artes tuvieran conocimientos muy profundos sobre la materia, y que su gestión fuera independiente de sus gustos personales. No veo por qué un Ministro de Cultura que ame el cine tenga que apoyar principalmente esa disciplina en detrimento de todas las demás (por poner un ejemplo), como tampoco encontraría correcto que un ministro melómano desatendiera las demás manifestaciones artísticas y culturales. Cuando un responsable cultural tuviese los conocimientos profundos sobre cuál es su misión, estoy seguro de que sabría encontrar el equilibrio necesario para que ninguna expresión de la cultura y las artes estuviese en desventaja respecto a las demás.

En cualquier caso, usted tiene especial mano para nuestra música. Tengo entendido, por ejemplo, que tras salir del confinamiento, los descendientes de Falla, muy estrictos y exigentes con su legado accedieron a que se realizase una versión reducida de La vida breve, sólo porque la había reducido usted...

Quizá haya que formular esa aseveración con otros términos, aunque el resultado sea el mismo. Realmente el hecho no se produjo al terminar el confinamiento, sino durante el mismo, y no se trató de una mera “reducción” sino de una transformación completa a través de una nueva orquestación. Había restricciones muy estrictas sobre la distancia entre las personas, lo que provocaba que los músicos de una orquesta no pudieran estar tan juntos como es habitual. Por ese motivo, si el Teatro Lírico Nacional de La Zarzuela quería representar La vida breve con esas distancias interpersonales prescritas, no había más remedio que transformar la plantilla de orquesta a 26 músicos, en lugar de los 96 músicos con los que se cuenta en esta obra.

Daniel Bianco corrió un gran riesgo al encargarme llevar a cabo esa transformación por varios motivos. El primero de ellos era conseguir que la familia Falla autorizase dicha transformación, y esa autorización la consiguió porque la familia era consciente de mi conocimiento profundo de la obra del Maestro Falla, y estuvieron seguros de que yo iba a respetar el espíritu y la esencia de la obra a pesar de la enorme transformación que supuso, como así sucedió. Con esto quiero decir que la autorización se produjo con anterioridad a que la obra estuviese transformada. En segundo lugar, otro gran riesgo lo supuso que por la premura del trabajo (recibí el encargo sólo dos meses antes de los primeros ensayos) no pudiese llegar a tiempo de concluirlo en la fecha necesaria. Gracias a que tengo una gran facilidad para escribir con rapidez, también pudimos solventar ese peligro. Sin duda hubiese podido hacer un trabajo todavía más perfecto de haber contado con el tiempo suficiente, aunque el resultado final para ese momento fue magnífico.

En tercer lugar, no se trataba sólo de terminar la obra, sino también de escribir las particellas de cada músico de la orquesta, labor ímproba que conseguí finalizar incluso antes de plazo, todo ello de forma manuscrita. Pero esa transformación respondió a un momento obligado y concreto, por lo que una vez alcanzado ese fin, y conforme al derecho moral que me otorga mi condición de autor, la retiro, puesto que en circunstancias normales, yo la hubiese compuesto de manera totalmente distinta, con la necesaria libertad que todo autor tiene el derecho a poseer para la creación de su obra.

Usted empezó a dirigir desde muy joven. ¿Tiene algún recuerdo de aquella época? ¿Se sentía usted un niño prodigio? Cuánto tardó en convencer a sus padres de que aquello era su camino?

Yo quería ser director de orquesta desde que tenía “uso de razón”, que es como se conceptuaba en mi infancia la capacidad de raciocinio. Lo más difícil fue convencer a mi madre de que me diera las clases necesarias para comenzar ese camino. Ella no quería que me dedicase profesionalmente a la música, conocedora de los grandes sufrimientos que la vida de un músico conlleva, sobre todo si llega a destacar, a causa de las oposiciones, envidias y traiciones a las que se ven sometidos. Pero mi insistencia, y el uso de “esas artes” que posee un niño de tres o cuatro años, consiguió superar ese importante obstáculo.

El hecho de que dirigiera un concierto a la edad de 7 años fue algo casual, idea del entonces director de la Banda Municipal de Granada, José Faus, en la que mi padre era solista. Pude entonces convertirme en un “niño prodigio”, porque hubo ofertas numerosas de diferentes agentes artísticos para que dirigiese ese mismo Programa, y otros, con las más prestigiosas orquestas del mundo, pero nunca llegué a serlo, menos mal... El buen criterio de mi madre lo impidió. Ella pensaba, con razón, que el único niño prodigio que perduró en su carrera era un genio cuya altura nadie ha conseguido alcanzar en la historia: Wolfgang Amadeus Mozart. Además de que la época de Mozart fue otra muy distinta. Si yo tenía que convertirme en Director de Orquesta, tenía que estar bien preparado, tanto musicalmente, como culturalmente. No me cabe duda de que a esa acción es la que debo la situación en la que me encuentro ahora, habiendo dirigido prácticamente todas las orquestas y todos los teatros verdaderamente importantes del mundo. De haber prestado oídos a aquellos agentes, lo más probable es que al cabo de pocos años hubiese desaparecido del mundo musical internacional, como ha sucedido con todos los demás “niños prodigios” de la historia, con la excepción ya mencionada.

¿Qué queda de aquel niño que comenzó a dirigir en el Miguel Ángel de hoy en día?

Uuuuffff . Difícil de explicar para mí. Yo creo, y espero no equivocarme, que queda mucho. Mi carácter optimista, inocente en muchos sentidos, confiado… y mi sentido del humor (siempre he dicho que si no “fabrico” 15 chistes malos al día, estoy perdiendo facultades) (Risas). Mi deseo continuo de superación, mi inconformismo, mi reacción contra lo mediocre, mi interés por alcanzar la perfección (eso que nunca se consigue, pero siempre se persigue). El desprecio a la envidia y, a la vez, la compasión hacia quien la sufre (la envidia es el único pecado que no produce placer). La reacción de ayudar a todo el que pueda…

Y ¿qué esperaba de la dirección de orquesta cuando era aquel muchacho… y qué le ha terminado dando?

Desde muy niño y hasta mi matrimonio, la música era todo para mí. Ahora Alessandra es aún más importante, porque no sólo no va contra mi pulsión musical, sino que la incentiva, la apoya y la evoluciona, podría decir que “hasta la revoluciona”. (Risas).  ¿Qué esperaba de la dirección de orquesta?... Pues realmente lo que he conseguido: transmitir al público con la mayor fidelidad posible las ideas de los compositores de la mano del conocimiento técnico y científico, con atención a sus características personales, y al contexto de sus respectivos estilos y épocas (para eso es muy útil una vastísima cultura general, y no un menor conocimiento técnico y artístico). ¿Cómo voy a esperar más, si verdaderamente he hecho “todo” en el ámbito musical?. Por si faltaba algo, he tenido algún tiempo también para componer, actividad a la que atribuyo la mayor genialidad en nuestro campo de acción-creación. Eso no quiere decir que me considere un genio. A los genios los determina la historia, como ha hecho con todos los compositores, unos para ser encumbrados y otros para desaparecer en las profundidades del olvido.

De hecho, usted fue alumno del gran Swarowsky… y no sólo usted: Mehta, Jansons, Sinopoli… me pregunto si, con el tiempo, a cada nueva generación no nos olvidamos demasiado fácilmente de los directores de orquesta…

No sé cuál será el caso de otros colegas, pero yo nunca me olvido de los directores históricos, sobre todo de aquellos que eran, verdaderamente, buenos directores. He afirmado siempre, y lo sigo afirmando, que en bastantes ocasiones “ser famoso y ser de calidad son dos cosas muy diferentes”. El recuerdo de mi Maestro Hans Swarowsky, y de sus enseñanzas, es perpetuo en mi mente, también el de directores míticos como Gustav Mahler, Richard Strauss, Clemens Kraus, Arturo Toscanini, Bruno Walter, Herbert von Karajan y tantos más… y otros menos conocidos pero también de calidad inmensa. Los mejores ejemplos de estos últimos son Giuseppe Patané y Wolfgang Sawallisch.

¿Qué línea separa, como director de orquesta, al artista de la batuta del mero ejecutante?

La definición de “mero ejecutante” no me satisface en absoluto. Según la AIE el director de orquesta está dentro de la categoría de intérpretes, mientras que los músicos de orquesta son ejecutantes. No estoy de acuerdo del todo, porque también los músicos de la orquesta tienen oportunidad de interpretar ciertos pasajes de cada obra. Pero ¡atención!: también quien traduce un idioma es un intérprete. Los directores de orquesta, como todos los intérpretes, deberíamos estar obligados a tener la suficiente humildad para someternos a los criterios que el compositor nos transmite a través de la partitura, como el traductor se somete al texto original. Y ese intérprete será tanto más genial cuanto más consiga introducirse en la idiosincrasia del genial autor. Esos “intérpretes” que se regocijan introduciendo características personales en las obras de los genios (incluyo a directores de orquesta, pianistas, violinistas, cantantes, etc.) dejan de serlo en el momento en el que modifican más o menos conscientemente las intenciones del compositor. Y lo peor es que muchos denominados “especialistas” toman como “genialidad” el hecho de introducir en obras ajenas caprichos y características de la personalidad propia, lo que realmente es mucho más fácil que tratar de huir de esa propia personalidad para “revelar” la del verdadero genio. Swarowsky, con toda la razón, decía siempre que “un compositor genial no necesita la ayuda del intérprete, y un compositor que no es genial no se la merece”.

El verdadero artista de la batuta debe respetar los dictados del autor, y dirigir para ello enfocando su trabajo hacia la orquesta, no realizando una “danza” más o  menos frenética y exacerbada en sus movimientos, en búsqueda de una reacción hipnótica y efectista del público. Dirigir no es un espectáculo: dirigir es dictar y orientar en el sentido único de la música.

El público reconocerá ese “efecto” automáticamente cuando el director se dedique a ayudar a la orquesta interpretando correctamente. He podido comprobar, en innumerables ocasiones, cómo se obtiene un éxito mucho mayor con una misma obra cuando se interpreta “sin añadir efectos” personales, o caprichosos, y sin eliminar efectos pedidos por el compositor, manteniendo las intenciones que éste ha transmitido: ni más ni menos. Sólo que esto es muchísimo más difícil de conseguir.

Ópera XXI le ha concedido, recientemente, uno de sus premios honoríficos a toda su carrera. ¿Qué sentimientos le recorren en momentos así?

Me siento muy honrado por el Premio que me han otorgado. Uno piensa que se han dado cuenta de que se ha realizado un trabajo digno de reconocimiento a lo largo de una extensa carrera (52 años) y se siente muy agradecido por ello. Al menos eso es lo que yo siento.

¿Qué le queda por hacer? ¿Que le gustaría llevar a cabo en su carrera?

Pues mire usted: quizá sea esta la pregunta más difícil de responder, porque la verdad es que en el mundo de la música lo he hecho ya casi todo. Bueno, hay algunas obras que no he dirigido y que me apetecerían, por ejemplo, Salome de Strauss, o La canción de la tierra de Mahler… cosa que ha ocurrido por mera casualidad programática, no por mi oposición. Pero tengamos en cuenta que he dirigido casi todas las obras significativas del repertorio sinfónico y operístico. Por ejemplo, todas las compuestas por Giaccomo Puccini y por Johannes Brahms, y muchas de las que no se habían interpretado nunca antes, entre las cuales están presentes verdaderas obras de arte. No hay muchos directores de orquesta que puedan afirmar algo así.

Me gustaría, especialmente, ofrecer mis conocimientos a los músicos que comienzan su carrera en un ámbito a veces hostil, en que la experiencia y el conocimiento llegan normalmente tarde, porque en el camino se cometen errores muchas veces insalvables que podrían haberse superado “de raíz” con determinadas técnicas, en unos casos, y determinadas actitudes vitales y profesionales, en otros o en ambos. Estoy decidido a hacerlo a través de mi Fundación Internacional, y de la mano de aquellas instituciones con la sensibilidad requerida para entender y apoyar a la música y a los músicos, en defensa de la que considero una manifestación artística sublime, que todos estamos obligados a ofrecer a la humanidad.