JUDITH JÁUREGUI: “Como Scriabin, creo en la salvación a través de la música”
Tras su gira por Japón con la Orquesta Nacional de España y su paso por el Festival de Piano de La Roque d´Anthéron, en Francia, la pianista Judith Jáuregui (San Sebastián, 1985) presenta esta semana su cuarto proyecto discográfico, en continuación con los dedicados antes a Schumann (2010), a Alicia de Larrocha (2013) y AURA (2014). Se trata de X, un disco consagrado a música de Scriabin, Chopin y Szymanowski.
Tras su tercer proyecto autoeditado, ¿cómo valor la experiencia de tener un sello discográfico propio?
La experiencia musical es excelente porque parto de haber grabado de nuevo en Alemania con Christopher Alder y el mismo equipo que en AURA. Ha vuelto a ser fantástico y he vuelto a aprender mucho de la grabación, trabajando con un equipo envidiable. Por otro lado la experiencia de ser dueña de un sello discográfico es quizá una locura, pero a veces las cosas buenas de la vida son locuras. El mercado del disco sigue estando en crisis y ya lo estaba cuando lancé BerliMusic. Sigue pesando mucho lo digital frente a lo físico y eso es algo a lo que nos tenemos que adaptar. De ahí que esta grabación este en todos los formatos digitales a partir ya de su lanzamiento.
Además de sus propios proyectos discográficos, ¿editada trabajos de otros artistas en su sello?
Ese es el deseo, pero es cierto que no he encontrado todavía la posibilidad real de hacerlo. Hay artistas a los que me gustaría editar porque creo mucho en ellos, pero estamos viendo aún cómo hacerlo realidad.
¿Cuál es la idea fundamental que vertebra el disco?
El proyecto parte de Scriabin. Su música siempre me ha fascinado. De hecho es una de las personalidades más singulares de la historia de la música; alguien que creó incluso su propio sistema armónico, con un uso brutal del ritmo. Él se inspiró en Chopin y a su vez Szymanowski hizo lo propio con Scriabin y Chopin. Por eso los tres forman una suerte de tríptico, en el que la figura de Scriabin es el eje que lo articula todo. ¿Y por qué llamarlo “X”? Por el Poema del éxtasis, claramente. El disco abre con la Sonata no. 5, que está vinculada al Poema del éxtasis, reflejando incluso algunos versos del poema. El mismo Scriabin decía que creía que había llegado aquí a su mejor obra, cuando la compuso. Lo tiene todo: electricidad, fuerza, temperamento, un carácter extraordinario. El Poema del éxtasis parte de una obsesión de Scriabin: él decía que la sustancia del mundo es amor y deseo que es éxtasis. Llegó a decir que él no moriría sino que se ahogaría de éxtasis en el Misterio, la última obra que estaba componiendo y que se iba a ejecutar con el Himalaya, con música, luces, tacto, danza, poesía, incluso algo de olfato, todo un esplendor sensorial. Y eso es lo que fascina de Scriabin: esa explosión de sentidos y sensaciones, esa fuerza. El disco parte de ahí. Como Scriabin, creo en la salvación a través de la música y el arte. El disco es un esfuerzo por comunicar eso
¿Y qué papel juega la Sonata no. 5 en particular?
La Sonata no. 5 fue la primera que escribió en un movimiento. Scriabin ya estaba entonces muy imbuido por la teosofía, obsesionado por lo absoluto y el uno, por la unión de lo masculino y lo femenino, etc. El título del disco es una X porque acoge precisamente todo ese encuentro, toda esa fusión que es el éxtasis, esa vibración única de Scriabin. Es también un juego con la incógnita, algo que siempre se ha señalado con una X. La música de Scriabin es muy misteriosa; él no para de escribir anotaciones de carácter en este sentido, apuntando “misterioso”, “con deseo”, “acariciante”, “con una ebbrezza fantastica”, etc. Es una música de una fuerza enorme que al mismo tiempo resulta muy sutil. Todas las texturas tienen siempre algo de nítido y eléctrico en Scriabin.
Ciertamente la idea del título, con la “X”, cuadra muy bien con este carácter misterioso de la obra de Scriabin.
La edición del CD incluye además un extracto del Poema del éxtasis, donde dice “Yo soy un momento que ilumina la eternidad, yo soy afirmación, yo soy éxtasis”.
Y partiendo de Scriabin, ¿cómo se define la predilección posterior por Chopin y Szymanowski?
Además de la Sonata no. 5 hay de Scriabin otras obras como la Fantasía, ya post-romántica, compuesta en torno a 1900, que es la época en la que están escritos también los preludios de Szymanowski y los Preludios Op. 15 de Scriabin, herederos del romanticismo de Chopin. Los tres compositores se reúnen pues en unas mismas coordenadas de inspiración, comparten un universo estético. De Chopin he incluido también la Balada no. 1 porque es una de las obras más dramáticas de su catálogo. Este es un disco oscuro. Esa Balada no. 1 parte de una situación personal de Chopin, exiliado, sin poder estar con su familia, mientras ellos luchaban en Polonia. Es una de las obras más trágicas y con más éxtasis de Chopin. Como bonus-track también incluyo el Nocturno opus póstumo no. 20 en Do sostenido menor de Chopin, como origen de todo, del más puro lirismo y del romanticismo que atrajo tanto a Scriabin. De Szymanowski están los Preludios op. 1. Desde el principio, cuando pensé en este proyecto, tenía muy claro que quería incorporar su música porque él es uno de los compositores en los que más huella dejó Scriabin. Estos Preludios constituyen sin duda una música impresionante.
Szymanowski es todavía hoy casi un desconocido, y no sólo en nuestro país. Parece muy oportuno reivindicarlo en un proyecto así.
Así es, también tiene ese punto místico, sobre todo en los últimos Preludios. Los primeros son más herederos de Chopin, del romanticismo alemán, hay algo brahmsiano en ellos. Es a partir del sexto cuando se advierten más las conexiones con Scriabin. Me gusta mucho una frase de Scriabin, que explicaba que su música venía de las estrellas. Hay algo de celestial y cósmico en toda esta música, algo difícil de nombrar.
Mencionaba ahora la Balada no. 1 de Chopin, que creo que le trae gratos recuerdos sobre sus inicios. El repertorio de este disco, ¿ha sido una novedad para usted o ya le venía acompañando desde tiempo atrás?
En efecto, esa Balada de Chopin fue la obra con la que inauguré la sala de cámara del Kursaal, hace ya unos cuantos años. En el caso de Scriabin, lo había trabajado mucho en mis años en Múnich con Suchanov, en mi tiempo de escuela rusa. Precisamente la Sonata no. 5 la toqué mucho hace diez años. Por eso diría que tanto Chopin o Scriabin llevan directa o indirectamente media vida conmigo, pero en cambio Szymanowski ha sido todo un descubrimiento, llegando a sus Preludios precisamente con este disco.
El disco va a llevar consigo una gira de presentación, imagino.
Así es. Lo presentamos en Madrid, en la sede de la Fundación BBVA, que es quien respalda y sostiene este proyecto. Después voy a Bilbao, estaré en San Sebastián, en Málaga, en Pamplona, etc.
Y más allá del CD, ¿qué otros compromisos relevantes tiene a la vista?
Voy a ser artista residente de Murten Classics, un festival fantástico en Suiza. Serán dos semanas haciendo un poco de todo: recital, cámara, orquesta. También estaré en el Festival de Artois, en Francia. Y Gustavo Dudamel me ha invitado en abril a Venezuela para tocar con la Orquesta Simón Bolivar. No hemos trabajado antes y creo que puede ser una estupenda experiencia.
Tras la reciente experiencia en Japón con la Orquesta Nacional, ¿hay proyectos para trabajar en España?
Estaré en Murcia, haciendo el concierto de Ravel con Virginia Martínez a la batuta. En España hay más compromisos: Musika-Música en Bilbao, la Fundación Juan March, etc.
Se acaba de publicar una biografía sobre Alicia de Larrocha, a la que dedicó un disco homenaje. ¿Sigue siendo un referente para usted? ¿No llegamos a hastiar a los intérpretes más jóvenes con la referencia constante a los maestros?
Para mí va a ser siempre un referente. Y creo que no sólo para mí sino para muchos colegas. No me molesta lo más mínimo que la mencionen cuando se habla de mí. Los referentes son fundamentales para seguir creciendo como profesional y como artista.
Mencionaba antes sus años con la escuela rusa. Creo que ese tiempo de su formación es menos conocido.
Mis años en Múnich fueron muy importantes. Casi cuatro años con Vadim Suchanov, un maestro ruso. Ese tiempo fue un impacto evidente sobre mi vida personal y mi vida musical. Fueron años muy duros. Lo normal es tener hora y media de clase a la semana; yo tenía tres horas al día. Pero aprendí muchísimo, también algo fundamental como es canalizar las emociones. Había mucho que ordenar y con Suchanov encontré mi horma, digamos. Antes de eso, Claudio Martínez Mehner ha sido maestro mío desde los quince años; es una de las mentes privilegiadas que tiene este país y mi admiración por él no tiene límite, es la inteligencia en la música. Es alguien muy racional y analítico; de alguna manera es el contrapeso a esa formación más emocional que tuve con Suchanov. Y no me puedo olvidar de Cristina Navajas, mi profesora en San Sebastián, que venía de la escuela francesa. Yo he tenido pues una cierta mezcla: escuela rusa, escuela francesa, etc.
Desde pequeña he recibido también muchas clases magistrales con gente que me ha marcado definitivamente. Recuerdo todavía mis clases con Joaquín Achúcarro que es un ejemplo inmenso de trabajo. Yo le escuchaba estudiar detrás de la puerta; lo que hace es increíble, qué forma de estudiar el sonido, la técnica… He tenido más referentes como Eliso Virsaladze, Boris Berman, Sergei Babayan, Philipp Entremont. Cuando tenía dieciocho años casi todos los fines de semana iba a Bruselas o a París y trabajaba con gente que estaba en la Juliard: Entremont, Blumenthal, Delle Vigne… He tenido muchas influencias que he intentado digerir y hacer mi propio camino.
Fue crucial también la decisión de irme de Múnich. Eran ya cuatro años y te enganchas a una manera de trabajar; llegó el momento de pensar por mi cuenta. Es cierto que con Suchanov la conexión era tan brutal que lo que él quería y lo que yo quería coincidía siempre. Pero no me arrepiento lo más mínimo de haber tomado mi propio camino. Yo empecé muy joven. Terminé la carrera con diecisiete años. Me tuve que quedar en San Sebastian para terminar el colegio, tenía que hacer Selectividad. Viajaba entonces cada semana a Madrid para dar clase con Claudio; fue un año duro.
Viendo sus grabaciones, hay un disco dedicado al repertorio alemán (Schumann), otro a repertorio español (Para Alicia) y otro al repertorio francés (AURA). ¿Ha sido una elección premeditada o tan sólo fruto del azar?
Creo que es sobre todo fruto de lo que he sentido que tenía que hacer en cada momento. No hay una estrategia premeditada de antemano. De hecho cada proyecto cuesta mucho digerirlo y orientarlo. Cuando saqué AURA yo no sabía qué quería hacer después. Tenía una clara intuición por Scriabin, pero era sólo una idea en un papel en blanco.
Por lo tanto, ahora mismo aún no le ronda nada por la cabeza, para su próximo proyecto.
(Risas) Todavía no. Hay muchos sitios donde quiero ir: Bartók, la música folclórica del este de Europa, lo mismo en el caso de Sudamérica, también Gershwin, un Brahms… Pero hay ciertos repertorios que creo que necesitan un cierto reposo, no conviene precipitarse.