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Arturo Díez Boscovich: "Lo que quiero es comunicarme con el público a través de las emociones"

El compositor y director de orquesta Arturo Díez Boscovich estrena su primera ópera, El caballero de Olmedo, en el Teatro de la Zarzuela. Hablamos con él de su música y su proceso para dar vida lírica a la obra de Lope de Vega, pero también de sus pretensiones de cara al público... a sí mismo como creador.

A usted se le conoce más, quizá, por su faceta como director de orquesta, pero lleva en la composición toda su carrera, ¿no es así? 

Efectivamente. Llegué a la composición a través de clases privadas, estudiando con Francisco Martín Jaime, ganador del Premio Reina Sofía. Aprendí muchísimo a lo largo de tres años. Él es un enamorado de la música orquestal, me hacía copiar las partituras de Ravel, sus orquestaciones, a mano. Quizá también por eso yo le presto muchísima atención a la orquestación cuando escribo. Al final, es como el público va a recibir la obra.

Desde entonces, digamos que lo estudié todo, porque me gusta todo y porque sí, sobre todo he hecho carrera como director. He dirigido mucha ópera: Turandot, Aida… y en esta casa, en el Teatro de la Zarzuela, por ejemplo he dirigido La chulapona, Doña Francisquita... 

¿Esa faceta de director es la que le ha llevado, también, a ese cuidado de la orquestación? ¿Esa mirada hacia ella le define como compositor?

Realmente, creo que está muy relacionado. Mucho más de lo que la gente piensa. El trabajo de composición es muy solitario, muy sufrido, en el sentido de que no es social. Eres tú mismo contigo mismo, solo, escribiendo en un sitio apartado… y por la contra, el trabajo de director de orquesta es un trabajo absolutamente social. Tienes que estar relacionándote todo el rato. Debo decir que los dos mundos me gustan mucho, aunque me haya ganado la vida como director. He compuesto muchísimo, se han estrenado un montón de obras mías, pero vivir de la composición en este país es complicado.

El trabajo de director, esa parte social, es a menudo una labor de convencer a quienes tienes alrededor…

Exactamente. Eso es.

¿Cómo se convence, entonces, siendo compositor en 2023?

A mí me decía Antón García-Abril que uno tiene que escribir la música que a uno le gustaría escuchar, para luego proyectarla sobre los demás. Es algo básico. Tienes que componer aquello que te gusta, pero sabiendo que luego tienes que prestárselo a los demás. Es algo que tengo muy presente porque hemos vivido una época, ya más lejana, donde algunos compositores parecía que querían ahuyentar al público de las salas de conciertos.

Las vanguardias… 

¡Las vanguardias! ¡Efectivamente! Es un tema que merecería todo un capítulo aparte… La música comenzó a ser fea. El feísmo dentro de la música como un valor… las sonoridades desagradables… La música tiene sus propios cauces y su propia manera de comunicarse con el ser humano. Si esa fórmula se ve alterada, la comunicación no se da.

Menciona a Antón García-Abril… creo que uno de sus grandes valores, en la música y como persona, era la honestidad que destilaba. ¿Es complicado ser honesto en la música? ¿La vanidad puede desdibujar lo que se quiere escribir?

Exacto, era honesto… ¡y valiente! Él decía las cosas. Era un hombre dulce, pero decía lo que creía que tenía que decir. Sobre la vanidad… Yo creo que para cualquier compositor que sea sincero consigo mismo, la vanidad no tiene cabida en su escritura. Es algo que no debe entrar en juego. Se puede crear belleza, momentos que se nutren de ella, pero es sólo eso… intentas crear los mejores momentos de lo que tú consideras belleza y te ilusiona poder compartirla con los demás. Realmente, es sólo eso.

Yo no escribo con ordenador, lo hago todo manuscrito y estos días, ya por fin, estoy pudiendo escuchar mi música de El caballero de Olmedo por primera vez, en el Teatro de la Zarzuela. Descubrir con mis compañeros la belleza sonora de esta música es algo, ya digo, muy ilusionante.

¿Se vive con cierta ansiedad al no escuchar su música hasta el momento casi final?

Sí, sí, sí. ¡Con mucha! (Risas). Bueno, es una sorpresa. Hay cosas pequeñas, detalles que ya no recordabas exactamente y escuchar ahora las sonoridades, los recovecos… es como redescubrir tu propia música. Un proceso muy bonito.

¿Cuándo termina su trabajo, entonces?

¡Buf! Por supuesto estoy modificando hasta el último momento. “Esto mejor aquí… aquí mejor mezzopiano… mejor que el ataque venga aquí”… ¡Guillermo García Calvo puede dar fe de ello! Es algo lógico, hasta el final quieres que la obra luzca lo mejor posible. No obstante… he trabajado muy duro en esta obra. He empleado mucho tiempo en ella. He pensado mucho en ella. He estado siempre con ella en la cabeza. Aunque uno no puede estar nunca contento del todo, me alegra estos días ver la reacción, sobre todo, de los intérpretes. Esa es la mayor satisfacción. 

¿Cómo surge este Caballero de Olmedo?

Fue un encargo de Daniel Bianco, quien escuchó una música mía para una película, cantada por Berna Perles. Me dijo que estaba pensando en una ópera nueva sobre el Caballero, que le encanta la obra, y que si me apetecería hacerla. ¡Y aquí estamos!

¿Cómo ha sido su acercamiento?

Bueno, esta es mi primera ópera, pero conozco muy bien el género porque he dirigido muchísimas y he hecho de correpetidor en el Teatro Cervantes de Málaga infinidad de veces. Conozco muchísimo repertorio, así que por un lado me daba algo de miedo, por no haber hecho otra antes, pero por otro estaba confiado, ya que es algo que he vivido desde dentro y desde siempre. 

Es, además, ya per se en el teatro, una obra muy complicada…

¡Lo es! Y mantener la acción, un hilo conductor musical a lo largo de las dos horas que dura. Lluís Pasqual es una persona super exigente, el verso es algo complicado, la métrica te lleva a componer de una forma concreta…

¿Cómo poner música a la música?

¡Claro! Le confieso que yo al principio lo enfoqué erróneamente y probé mucho la fórmula de prueba-error. Al final, entendí que lo que tenía que hacer era dejarme llevar por el verso. Subirme a su ola. A partir de ahí, todo fue solo.

¿Entiendo que su base es puramente melódica? 

Sí, claro. Es que sin melodía no entiendo la música. No tendría sentido. Yo por lo menos no sé contar nada sobre acordes sueltos… Luego, además, me apoyo mucho en el leitmotiv. Es una ayuda para el oyente estupenda. Es el mayor hallazgo de la música en mucho tiempo y se utiliza ya hasta en el cine. Hay una escena, por ejemplo, de lucha, que toma parte de la Obertura, con una variación de su tema principal.

Por otra parte, he escrito esta ópera pensando en las voces específicas que le van a dar vida. Daniel Bianco me dijo el reparto y sobre sus tesituras he escrito los papeles. Es una historia de aventuras, de amor… hay de todo aquí y todo he querido expresarlo. Hay una parte oscura, sobrenatural. El Caballero ve, incluso, una sombra en mitad de la noche que le avisa de lo que va a pasar. Fabia es como una bruja que, por lo que se dice en la obra, tiene trato con el Diablo… todas esas partes me encantan. 

¿Por qué habría que ir al Teatro de la Zarzuela a ver El caballero de Olmedo?

Mire, es que creo que, intencionadamente, he buscado luchar contra toda la corriente de compositores que se han preocupado de intentar epatar con la intelectualidad de sus obras. Yo lo que quiero es comunicarme con el público a través de las emociones. Que la música hable por sí sola. Habrá compositores, precisamente, que digan que mi música ya está toda inventada. Sí, ¡claro que está inventada! ¡Pero funciona!

¿Ha dado prioridad a la emoción, entonces, sobre la intelectualidad?

Sí. Es una obra que está muy pensada, obviamente, pero la intelectualidad está por detrás, no debe notarse. Como público, siempre debe llegarnos antes la emoción de las cosas.