Pablo Barragán: "El clarinete es una de las voces que mejor conecta con la gente a nivel emocional e intelectual"
El clarinetista Pablo Barragán tiene una agenda de vértigo durante esta temporada 2023-2024, entre varios conciertos que le llevan desde España a Líbano, nos recibe para hablar de la actualidad de su instrumento, del repertorio extenso que ofrece sobre los escenarios de todo el mundo y sobre su faceta, también, pedagógica, como profesor en la Fundación Barenboim Said.
Por comenzar por lo que acaba de suceder, ¿cómo ha ido el concierto que acaba de ofrecer en el Auditorio de León?
Ha ido muy bien. La verdad es que ha sido una experiencia muy bonita. Un Festival Internacional de Música de Cámara que Carmen Mayo ha creado con todo el cariño y dedicación. Se notaba el sentimiento, el calor, no como en esos lugares que suelen ser más fríos e institucionales. El público estaba súper atento. Se podía cortar el silencio con un cuchillo.
Además, la violinista Noa Wildschut y el pianista Frank Dupree no habían tocado nunca en España y me hacía mucha ilusión poder tocar con ellos allí. Son compañeros con los que me he unido mucho y han surgido colaboraciones con ellos directas e indirectas. Tenemos muchos planes juntos.
Entre ellos, tengo entendido, publicará un nuevo disco a lo largo de 2024. ¿Se puede adelantar algo de él?
Sí, se puede adelantar algo, claro. ¡Le cuento secretos! (Risas). El alma del proyecto, del disco, surge del amor hacia el Trío de Paul Schoenfield, un compositor no tan popular, que no se programa tanto. Escuché tocar a Noa hace unos años en Utrecht y me quedé alucinado con ella y su forma de tocar. Nos conocimos después del concierto y le hablé de este Trío. Ella me contó que también le encantaba y nos dijimos que deberíamos hacerlo juntos. Desde allí, hasta ahora, con la grabación del disco. Finalmente, el Trío de Schoenfield se publicará con otro trío muy icónico, Contrastes de Bartók, que también se escucha muy poco en directo. Son obras muy eclécticas, muy exigentes y extremas. Te llevan al límite. El disco en sí tiene un poco el tinte del alma folklórica. El klezmer de Schoenfield con lo húngaro de Bartók, todo entrelazado con Estados Unidos. Y el resto del álbum… ¡El resto no se lo cuento que quiero que sea sorpresa! (Risas).
Bartók, Schoenfield, Brahms, Mozart, Golijov, Milhaud… ¿Podríamos definir su repertorio como ecléctico? ¿Es algo buscado, entiendo?
Sí, en parte podríamos definirlo así. En parte también es un poco exploración, en realidad, de uno mismo. Con mi repertorio, amplio, intento buscar siempre mi propia voz, mi forma de expresarme y mostrar cuál es mi interior. Cual es mi instrumento de expresión. Al final el mundo de la música está lleno de grandes artistas con un nivel muy alto y lo que a veces nos hace únicos es la forma que tenemos de sentir o expresar un sentimiento, un repertorio particular. Yo empecé a explorar repertorio… ¡y se me fue un poco de las manos! (Risas). Es que me gusta mucho la aventura. No es que me aburra rápido, pero me gusta mucho buscar cosas nuevas, probar. El clarinete, además, es un instrumento que está en un momento de auge y experimentación.
¿Vive el clarinete, entonces, un momento hacia la nueva creación?
Yo creo que sí. El clarinete se ha convertido en una de las voces de la música clásica que mejor conecta a nivel emocional e intelectual con la gente. De manera frontal. Se siente como muy cercana.
No deja de ser una voz solista, siempre, supongo. Incluso dentro de la orquesta.
Sí. Tiene un color muy particular que te permite convertirte en tantas cosas… Sumarte a tantos grupos de instrumentos diferentes… Y si quieres, puedes salir de todo ello, salir, destacar entre la masa de sonido. Es muy camaleónico.
Acude ahora a Beirut, ¿qué programa lleva?
Haremos una primera parte de música francesa, con la Rapsodia de Debussy, la Sonata de Saint-Saëns y la de Poulenc. Tres obras muy tardías de los tres compositores que me parecen tres maravillas. Son tres obras muy coloristas, muy de impresiones, muy reconfortantes. Queríamos algo que diera aire y espacio a la gente de allí. En la segunda parte haremos algo de música española, con una selección de canciones de Albéniz, Granados y Falla…. y terminaremos con un sentimiento centroeuropeo, con la Segunda sonata de Brahms.
Otro programa que llama la atención es el que realizará en Italia, junto al Kebyart Ensemble de saxofones. ¿Cómo se convive con ellos sobre un escenario?
Antes me pedía secretos del disco, ahora le voy a contar uno mío personal: ¡yo empecé en la música con el saxofón soprano! Llegué a la banda con cinco años y fue el instrumento que me tocó… ¡al que me llegaban los dedos! Bromas aparte, los Kebyart son increíbles, son un grupazo y además buenas personas. Artistazos. Trabajan el ensemble de una forma que, a veces, cuando todo con ellos, yo ya no escucho ni saxofones. Escucho cuatro voces, paletas de colores, texturas… tienen una energía, ¡una cosa crujiente! ¡Y una delicadeza! Una maravilla tocar con ellos. Es una de las colaboraciones más curiosas que realizo, sí. Hacemos el Preludio, canon y riffs de Ciesla y el arreglo de Pájaro de fuego, de Stravinsky.
Si el programa de Beirut tiene color, ritmo y estructura… ¡Este Stravinsky es un todo en uno! Supongo que una gozada…
¡Totalmente! Además al clarinete el arreglo le mete la parte de piccolo, violín primero, violín segundo, oboe, trompeta, trompa primero, trompa tercero…. (Risas). El pájaro termina en llamas, ¡total! (Más risas) Es una aventura muy chula en la que tienes que meterte con gente como el Kebyart y el pianista Albert Cano, que se convierte en media orquesta sinfónica.
Hablamos de un repertorio extenso, pero a la par parece desarrollarse su agenda de esta temporada, con conciertos aparte de en Líbano e Italia, en Turquía, Polonia, Alemania, Irlanda, una gira por Sudamérica… ¿Al clarinete se le recibe igual en todas partes? ¿Cada tradición hace escucharlo de una manera u otra?
No, creo que no. En cada lugar se recibe de una manera distinta y se siente diferente. Quizá haya ciertos lugares comunes. Por ejemplo, en Latinoamérica, mi experiencia es que al pertenecer el clarinete a su folklore, le siente de forma muy natural, como que les pertenece. Hace un par de años, en el Festival de Cartagena, en Colombia, a parte del público parecía resultarle más raro, tal vez, escuchar un clarinete tocando un quinteto de Weber o de Brahms que escuchándolo en una sonata de Bernstein, por ejemplo, más ligada a los ritmos y colores del jazz y lo popular. En Centroeuropa, por otro lado, en algunos lugares se le sigue concibiendo al clarinete más como un instrumento del apartado sinfónico, pero por lo general, siento que es un instrumento muy querido y mimado. La gente conecta muy rápido con él y yo como instrumentista me siento muy cuidado.
Quizá España sea, precisamente, uno de los países que más sorprenda… porque a veces tengo la sensación de que al clarinete no se le toma del todo en serio. Con algún programador me ha pasado que no conciben al instrumento como solista, que se puede hacer una carrera de solista con él. Se tiene un poco de menos consideración hacia el clarinete como una voz que tiene muchísimo que decir. Quizá sea por su tradición en las bandas… que siguen concibiéndolo para Paquito el chocolatero, pero mire, entre el pasodoble y Messiaen… hay mucha vida con el instrumento.
Influye, supongo, la manera en que impartimos la enseñanza musical y su desarrollo profesional en los conservatorios.
A ver, este es un tema que nos daría para mucho. No quiero ser extremo porque no se puede generalizar, pero sí me parece que hay algo obvio y con lo que se ha de ser contundente: el sistema de conservatorios y de enseñanza musical, de cómo se trata el rol y el posicionamiento de la música en todo el sistema educativo, está bastante obsoleto. Desde el proceso de selección, estructuración, planificación. En Andalucía tenemos tantos conservatorios… ¡En algunos hay casi más catedráticos que alumnos! Ha de haber posibilidades para todo el mundo, la educación ha de ser para todo el mundo, ¡faltaba más!, pero hemos llegado un punto en el que, a veces, hay demasiadas plazas sin que el sistema termine de funcionar.
Entiendo que, además, esa indefinición se extiende en las carreras primerizas de alguna manera.
Este va a ser mi cuarto curso en la Fundación Barenboim-Said y siempre me intento implicar con los alumnos en su seguimiento. En dónde están, hacia dónde se encaminan, cuál es su camino. Gente que va a tener que empezar a tomar decisiones en su vida que van a condicionar su futuro. Momentos de inseguridades sobre su situación laboral que yo intento aliviarles, poniéndoles en contacto con gente de fuera, planificando con ellos.
Es que en este sentido, yo se lo digo sinceramente, me recuerdo y ha habido fases en las que he sido muy superviviente. Ha habido mucho condicionante de muchísimo trabajo, muy duro y decisiones arriesgadas, pero también coincidencias que me han llevado a tomar caminos que luego me han ido bien. España en todo esto, sin ser catastrofista, deja mucho que desear. Hay que ser realista. Siempre hay margen de mejora en todo y el discurso de “todo está bien” no es el día a día que yo vivo con los chavales y las chavalas jóvenes que están labrándose un futuro.
¿Qué es lo primero que se tiene que aprender… o que se tiene que enseñar de cara al clarinete?
¡A soplar! (Risas).
Ha mencionado la Fundación Barenboim-Said, donde además de música, lo doy por hecho, se enseñan valores. Hace poco el propio Daniel Barenboim decía unas palabras sobre el camino para la solución entre Palestina e Israel. No vamos nosotros a poder, aquí, solucionar el conflicto, pero ¿realmente la música puede ser un camino par la sociedad? ¿Puede servir?
Creo en ello totalmente. Cien por cien. Si no, es que no me dedicaría a esto. El maestro Barenboim lleva muchísimos años trabajando y dedicando gran parte de su vida y su arte a este proyecto porque él cree de verdad en todo ello, en el entendimiento. Y creo que tiene toda la razón. La única forma de entendernos es escucharnos los unos a los otros y vernos como iguales.
Yo he tenido la oportunidad de vivirlo, de alguna manera, desde dentro, porque al entrar en la West-Eastern Divan Orchestra, tuve la ocasión de estar en Ramala dando clases durante un año. Estaba terminando mis estudios en Basilea y desde la Fundación me contactaron para ver si podía sustituir a una profesora que tenía que irse. Los niños de entre ocho y quince años no tenían clases y para ellos era una actividad muy importante. Estuve allí y es algo muy complejo, pero sin duda la escucha y el entender al otro… no al distinto porque no son tan distintos… pero sí al que ve las cosas de una forma diferente, intentar comprender… es el principio y es algo fundamental. La música nos sirve de ejemplo. En ella, cuando nadie escucha a nadie, las cosas no salen bien. Igual aquí.
¿La sociedad necesita, pues, de la implicación del intérprete?
Yo sí creo que tenemos una responsabilidad en ese sentido. Si empiezas a tener una visibilidad en la que tienes una cierta influencia, sobre todo, simplemente tu forma de comportarte hacia los demás, tu forma de hacer las cosas, ya ha de ser ejemplo. Yo lo veo en mis alumnos, que se están siempre fijando en todo. Lo que haces, lo que no haces y cómo lo haces. Tu mensaje le habla a la gente más allá de la música que haces en el escenario. Y luego, por supuesto, está la música. En León, por ejemplo, después de un programa muy festivo y explosivo, hicimos como propina la Oración de Bloch. La gente se emocionó de veras.