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Gabriela Ortiz: "En la otredad está la riqueza"
La compositora mexicana Gabriela Ortiz se ha convertido en una de las voces más destacadas de la creación musical contemporánea. Recientemente galardonada en la última edición de los Premios Grammy, su estrecha colaboración con la Filarmónica de Los Ángeles y Gustavo Dudamel tendrá este año su plasmación en España, con su presencia como artista invitada del Palau de la Música Catalana. Conversamos aquí en profundidad con Gabriela Ortiz para conocer de cerca sus inquietudes, sus raíces y sus próximas obras.
Quería empezar preguntándole en qué en qué va a consistir exactamente su vinculación con el Palau de la Música durante la próxima temporada, como artista invitada de la institución.
Estoy muy agradecida con el Palau de la Música Catalana por haberme invitado y por darme esta oportunidad de mostrar mi trabajo en en este maravilloso recinto. Mi participación va a consistir en en una serie de conciertos, tanto de cámara como como de orquesta, en donde se van a interpretar varias obras mías.
Se va a interpretar Altar de bronce, que es un concierto que yo escribí para Pancho Flores, este gran trompetista venezolano; también se hará un un concierto que es para cuarteto de percusiones y ensemble de cámara.
Y también la Orquesta Sinfónica del Vallés va a interpretar obras mías, en concreto Antrópolis que es una obra que se estrenó en 2019 y que está dedicada al director de orquesta mexicano Carlos Miguel Prieto.
En el contexto de la música de cámara la violinista Maria Dueñas y el pianista Aleksandr Malofeev van a interpretar De cuerda y madera, un encargo del Carnegie Hall que escribí para ellos el año pasado. Se tocará también Exilios, que es una obra mía para cuarteto de cuerdas, con el Cuarteto Cosmos y el flautista mexicano Alejandro Escuer.
También Noelia Rodiles va tocar mi obra para piano en otro de los conciertos organizados dentro de esta residencia artística. De modo que hay una gran variedad de obra mía prevista para la próxima temporada en el Palau de la Música Catalana.
E imagino que también le habrán encargado alguna obra de estreno, de nueva creación para ver la luz precisamente en el Palau.
Sí, eso es. Es una obra en la que estamos trabajando con Jorge Volpi, que es un escritor mexicano extraordinario, y todavía no tenemos cerrado el título de la pieza.
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Su relación con España es amplia y frecuente. En fechas recientes tanto la Orquesta Nacional de España como la Orquesta Sinfónica de Castilla y León han interpretado obras suyas. ¿Cómo describiría su relación con España?
A decir verdad mi relación con España es más bien reciente, me hubiera gustado que empezase un poco antes (risas). Yo crecí con una escuela fundada por José de Tapia Bujalance, un maestro español que vino exiliado a México a mediados del siglo XX. Yo crecí pues rodeada de compañeros de clase y amigos que eran hijos de exiliados españoles. Mi bisabuelo además era vasco, de Vizcaya. Y en el caso de mi esposo, Alejandro Escuer, tres de sus abuelos son también de origen español.
España es un país con el que evidentemente todos los mexicanos tenemos un fuerte vínculo. España es además un país hermoso al que admiro por su cultura, por su gastronomía, por sus paisajes… y por supuesto por su música. Es evidente que México y España están enraizados culturalmente hablando, conformando una historia común de ida y vuelta, un relato que viene y va.
Este año he estado como compositora en residencia de la Orquesta de Castilla y León y he podido observar muy de cerca la estrecha relación cultural que tenemos entre ambos países. Este mismo año también he compuesto una obra para el Attacca Quartet, comisionada por el Centro Nacional de Difusión Musical.
Y el año pasado se interpretó en España mi concierto para violín Altar de cuerda, con la Filarmónica de Los Ángeles y Gustavo Dudamel, justamente en el Palau de la Música, con María Dueñas. Yo estuve un año de sabático viviendo en Barcelona, en 2017, y para mí es muy gratificante ver mi música interpretada en España.
Decía ahora que su relación con España es más bien reciente. ¿Quizá España siga mirando con cierta soberbia o condescendencia a los compositores del otro lado del Atlántico, aunque sea de manera inconsciente?
Bueno, me parece muy relevante que España empiece a mirar hacia Latinoamérica en términos artísticos y especialmente en términos musicales, como ha podido pasar décadas atrás con la literatura y el cine, pensemos por ejemplo en Buñuel. Hay magníficos compositores allí, no ya solo en México sino también en Brasil, en Argentina, en Chile, en Uruguay, en Colombia, en Venezuela… Definitivamente la música latinoamericana debería tener un mejor lugar en Europa y sobre todo en España. Yo espero también abrir esa brecha y que el interés que se está teniendo por mi música sirva para abrir esas puertas. Evidentemente no soy yo, ni mucho menos, la única compositora latinoamericana cuya obra merece la pena ser escuchada.
"La música latinoamericana debería tener un mejor lugar en Europa y sobre todo en España"
Uno de los acontecimientos más notables de su carrera tuvo lugar el pasado mes de febrero cuando recibió un premio Grammy por el álbum Revolución diamantina, grabado junto con Gustavo Dudamel, la Filarmónica de Los Ángeles y la violinista María Dueñas. Tengo curiosidad por saber si más allá de este reconocimiento, digamos tan mediático y estelar, echa de menos un reconocimiento más a nivel local, en su propio país por ejemplo.
La verdad es que sí he tenido reconocimientos importantes en México. Tengo por ejemplo el Premio Nacional de Arte, que es el galardón cultural más importante que se concede allí. Pertenezco también al Colegio Nacional, que es una institución donde están los instituciones más importantes del país, allí estuvieron figuradas tan importantes como Octavio Paz o Carlos Fuentes. Allí también han estado músicos como Carlos Chávez, Eduardo Mata y Mario Lavista, siendo yo la cuarta compositora en formar parte de la institución, en la que también ha habido científicos de mucho prestigio como Mario Molina, que ganó el Premio Nobel en Química. Y ahora va a entrar Alejandro González Iñárritu, este gran cineasta. Además recientemente gané el Premio Universidad Nacional, donde yo misma doy clase. En este sentido me siento muy agradecida y reconocida en mi país, donde además he tenido la oportunidad de mostrar mi música muy a menudo.
¿Y cuál ha sido entonces la relevancia de este Grammy?
En lo referente al Grammy es un galardón que se puede valorar desde varios aspectos. Estoy muy contenta porque se premia un álbum enteramente dedicado a mi música y por ende a la música mexicana. Después del álbum que grabó la Filarmónica de Los Ángeles con Esa-Pekka Salonen, con música de Revueltas, este sería el segundo álbum que esta orquesta dedica enteramente a un compositor mexicano. Como bien sabe, hay un vínculo muy importante entre México y la ciudad de Los Ángeles, que es la ciudad del mundo con más mexicanos después de la Ciudad de México.
Por otro lado, el disco es el álbum que más Grammys ha ganado, fueron tres. Yo gané el premio a la mejor composición pero el disco fue premiado también como mejor álbum y se reconoció también como mejor ejecución orquestal para Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Los Ángeles, que nunca había recibido tantos galardones por un mismo álbum. Estamos hablando también de un director latinoamericano como es Gustavo Dudamel y de una solista española, María Dueñas.
Además este galardón fue muy especial porque Revolución diamantina es una obra que tiene que ver con un tema importantísimo, en términos de denuncia social, como es la cuestión de la violencia hacia la mujer. Digamos que es una obra contestataria y por eso incluso me sorprendió que fuera reconocida en los Grammy. En última instancia espero que este galardón sirva para poner el foco en la creación musical latinoamericana, donde están pasando muchas cosas relevantes ahora mismo.
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El trasfondo de la obra es un tema, efectivamente, de enorme relevancia en cualquier sociedad contemporánea.
Para un compositor es muy importante que la música se toque porque es la manera en que nosotros caminamos hacia adelante y aprendemos; nosotros necesitamos escuchar nuestra música. La música existe en un imaginario sonoro y yo la puedo plasmar en una partitura pero cuando la música realmente existe es cuando suena, no hay otra manera. Es entonces cuando realmente se reproduce el sonido de lo que uno se imaginó y es entonces cuando hay un receptor que es el público, esa audiencia que da sentido a esa música, y por supuesto los intérpretes que le dan vida.
Por eso es tan importante visibilizar nuestro trabajo a través de galardones como el Grammy. Estos reconocimientos me han abierto las puertas a colaborar con orquestas de talla mundial como la Filarmónica de Berlín, la Filarmónica de Nueva York o la Philharmonia en Londres, de la que he sido compositora en residencia durante esta temporada. Por esto es tan importante apoyar la nueva música y las nuevas generaciones de compositores. Necesitamos escuchar nuestro trabajo. No se hace idea de cuánto he aprendido durante estos diez años colaborando con la Filarmónica de Los Ángeles. He compuesto ocho obras para ellos. Gustavo Dudamel conoce y entendiendo mi música a la perfección, lo mismo que su orquesta.
De hecho creo que se anuncia ahora un nuevo álbum monográfico con obra suya, junto a la Filarmónica de Los Ángeles, incluyendo ahora su concierto para violonchelo con Alisa Weilerstein como solista.
Sí, vamos ya por este segundo álbum con ellos y es un proyecto que me tiene muy emocionada. El álbum se llama Yanga en referencia a una obra que Gustavo Dudamel me encargó para la Filarmónica de Los Ángeles. Me pidió en concreto una obra que pudiera tocarse junto con la novena sinfonía de Beethoven. Como comprenderá esto me dio mucho vértigo (risas).
Menudo encargo…
(Risas) Exacto, yo pensé, qué voy a hacer ahí… Y desde el principio tuve claro que me tenía que alejar de Beethoven precisamente. Pero sí que quise plantear una obra que conectase, aunque sea remotamente, con el trasfondo de su novena sinfonía.
Yanga fue un príncipe de Gabón del siglo XVI que fue vendido como esclavo y enviado a México en 1575. Vino a través de Portugal, como esclavo, y una vez en México se escapó y se emancipó en la sierra, organizando una revuelta y formando después un serie de pueblos, los llamados palenques. Lo interesante de Yanga es que pudo negociar con la corona española y consiguió que San Lorenzo de los Negros fuera el primer pueblo libre de América en 1612. Ese pueblo todavía existe y se llama Yanga, justamente en su honor.

Yo tenía en su día la idea de hacer una ópera sobre Yanga pero quise utilizar esta cuestión precisamente para conectar con la idea de la libertad y la emancipación, que es algo que comparte con la novena sinfonía de Beethoven, aunque desde otro punto de vista.
Me pareció riquísimo explorar la historia de Yanga pues en ella confluyen las tres raíces culturales que se vinculan con el folclore y la cultura popular de México: la cultura africana, la cultura europea y la cultura indígena. Y en línea con esto hablar de la realidad afro-mexicana, de la que se habla poco; llegaron muchos africanos a México pero el mestizaje fue muy fuerte y muy rápido. Y sin embargo es algo muy patente en ciertas regiones como Veracruz, se percibe en la música, en la comida, en los nombres de las ciudades y pueblos, etc.
¿Y ese mestizaje se refleja también en su música?
En Yanga no intento copiar o imitar sonidos de la música africana pero sí que empleó un arsenal de instrumentos de origen africano que se utilizan en Latinoamérica para darle este color tímbrico. Este concierto para violonchelo lo escribí para Alisa Weilerstein y habla del cambio climático. La palabra Dzonot que precede a cada movimiento significa cenote, en referencia a estas cuevas o ríos subterráneos que abundan tanto en la península del Yucatán. Conforman un ecosistema importantísimo y han sido sin embargo esquilmados por el desarrollo turístico desenfrenado, talando la selva, con especies que están a punto de extinguirse, etc.
Yanga habla de la belleza de estos lugares, de su relevancia para la cultura maya y de la tragedia actual que supone que se esté devastando la selva de una manera que contribuye todavía más al calentamiento global.
"La música me eligió a mí, no la elegí yo a ella"
Todo este trasfondo temático que comenta, en torno a esta obra en concreto, deja entrever en su producción una preocupación por conectar su música con temas actuales. Quizá no siempre, pero tengo la impresión de que usted busca siempre conectar con el público a través de estas cuestiones de actualidad, lejos de una corriente de la música contemporánea mucho más abstracta y académica.
Yo crecí en la ciudad de México y allí una diversidad cultural enorme. Yo nunca encajé en las vanguardias, en esas vanguardias dictadas desde Europa. Yo las respeto y las conozco, por supuesto, pero no me identifico con ellas. Yo pasé por Darmstadt durante mi formación y Ligeti por ejemplo me parece un compositor extraordinario, pero estamos en ondas distintas, estéticamente hablando. Yo, viniendo de donde vengo, tengo por ejemplo una concepción del ritmo completamente distinta, en términos de pulso y no como duraciones.
Por otro lado yo creo que algo que pasó en esta academia tan cerrada, en esas vanguardias tan marcadas, es que daba la sensación de que constantemente había que barrer con todo lo anterior para inventar una nueva metodología. Y eso para mí es difícil de asumir; yo creo mucho más en reconocer nuestras raíces, en conocer nuestras tradiciones, no concibo mi producción como una creación desde la nada. Uno no puede revolucionar la historia de la música con cada obra, es imposible plantearse semejante agenda.
Tengo curiosidad por saber cuáles son sus referentes, a qué autores y compositores citaría en este apartado. Tengo la impresión de que usted misma no se encuadra o se reconoce dentro de una tradición o escuela específica.
Así es y hay compositores que adoro y que no necesariamente tienen una influencia directa en mi música. Beethoven por ejemplo es un compositor grandioso, admirable, revolucionario, con una fuerza y una personalidad únicas. Y sin que mi música tenga una referencia estética hacia Beethoven, pues es evidente que lo admiro. Y lo mismo diría en el caso de Mahler, un autor sublime, el Adagio de su quinta sinfonía es seguramente una de las páginas más memorables de toda la historia de la música. Mahler es un autor que representa la esencia del ser humano en toda su magnitud, ya sea la tragedia, la tristeza, la alegría, la naturaleza… todo está en su música.
Por supuesto me gusta mucho Stravinski, me parece que La consagración de la primavera es una de las obras fundamentales del siglo XX y de hecho cada vez que la escucho descubro algo nuevo en ella. Adoro también a Bartók y gracias a su música, a su Microcosmos, se me abrió un mundo totalmente distinto. Cuando yo tocaba el piano, después de autores que adoraba y adoro como Bach o Mozart, de repente llegué a Bartók y con él se me abrió una puerta hacia la música del siglo XX. Con Bartók sí que siento una identificación mayor que con los autores citados antes, en términos rítmicos y estéticos al menos.
Luego hay dos compositores que adoro: Debussy y Ravel. Su música me parece de una sensualidad y de una belleza apabullantes. Su música es inaudita y muy propositiva para cuando se produjo, con el cambio del siglo XIX al XX. La mer de Debussy y su Preludio a la siesta de un fauno son partituras subyugantes. Y en general me fascina toda la obra para piano de Debussy y admiro toda la obra orquestal de Ravel.
Y al margen de todos estos autores, luego hay obras puntuales que me fascinan como Los pinos de Roma de Respighi, que me encantan. Y por supuesto hay autores latinoamericanos que me encantan como Revueltas, sin duda alguna. Revueltas y Chavez son los grandes compositores mexicanos. Me gusta mucho también Villa-Lobos, un autor que está por redescubrir; tiene una docena de sinfonías y apenas se interpretan, nadie las conoce. Hay mucho trabajo por hacer ahí. También me gusta mucho John Adams, un creador muy personal, divertido incluso; sus óperas son de una estética muy americana, Nixon in China es realmente icónica y me gusta mucho también Doctor Atomic. Y aunque estemos muy lejos, estéticamente hablando, siempre admiré el trabajo de la desaparecida Kaija Saariaho, de una emotividad orquestal muy sugerente.
Y con respecto a la música española, ¿cuál es su relación con el patrimonio musical de nuestro país?
Obviamente la música española siempre ha estado ahí para mí. Mi mamá lloraba con El sombrero de tres picos (risas). Yo escucho Noches en los jardines de España o El amor brujo y estoy casi saltando del asiento. Esa música nos llega hasta el tuétano. Me gustan mucho Albéniz y Granados y Falla me parece un compositor sin duda extraordinario.
En torno a su trayectoria, creo que tenemos una idea bastante detallada de su trayectoria en los últimos años pero no estoy tan seguro de que conozcamos bien los inicios de su carrera como compositora. No sé si identifica una serie de periodos, etapas o momentos de inflexión a lo largo de estas décadas en activo.
Es complicado, pero lo podemos intentar (risas). Yo estudié con Mario Lavista, un excelente compositor mexicano que a su vez estudio con Carlos Chavez. De modo que yo tengo como ese linaje que viene de Chavez. Después me fui a Inglaterra, estuve allí cinco años y estudié con Robert Saxton en la Guildhall School of Music and Drama. Más tarde hice un doctorado en música electroacústica, que para mí fue importante. Yo tengo algunas obras donde utilizo la tecnología, aunque no sea un rasgo fundamental de mi música. Pero digamos que, cuando lo necesito, tengo los recurso para poderla emplear.
Esa estancia en Inglaterra fue importante porque venía de un México donde por ejemplo yo aún no había tenido acceso a una computadora, para que vea el cambio que supuso para mí esa formación en Europa. Había entonces tres compositores latinoamericanos viviendo en Inglaterra: el mexicano Javier Álvarez, que falleció hace dos años, el argentino Alejandro Viñao y el venezolano Julio d’Escrivan. Los tres me abrieron nuevos horizontes.
En aquel momento fui a Darmstadt y para mí fue difícil porque ahí me di cuenta de que yo no encajaba en esa estética. Fue un punto de inflexión, me obligó a reflexionar sobre hacia dónde yo quería ir.
¿Y cuándo regresó a México?
Al cabo de cinco años fuera, residiendo en Inglaterra. En ese momento México había firmado el tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Lo menciono aquí porque ese fue un momento clave para mí y también para la propia Ciudad de México. Y es que para cuando yo regresé allí la ciudad había cambiado por completo. Había una infiltración norteamericana verdaderamente brutal. Aquello fue un shock para mí. México parecía un suburbio de Houston.
Mi hermano es artista visual y vive en California desde hace ya más de treinta años. Y en ese tiempo fui a visitarlo a Los Ángeles, la ciudad con más mexicanos después de la Ciudad de México. Y fue de nuevo un shock para mí porque Los Ángeles parecía un lugar más mexicano que la propia Ciudad de México, que parecía a su vez más americana que Los Ángeles. Esto tuvo un impacto muy fuerte en mi trabajo, estéticamente hablando.
Estados Unidos es un país que se ha hecho a partir de culturas migrantes. Desde un punto de vista cultural, en Norteamérica hay una tradición pero esta es más reciente, más nueva, a diferencia de lo que sucede en Europa donde la tradición pesa mucho. No es que no haya compositores en América, pero al lado de los que ha dado por ejemplo un país como Alemania, es imposible sostener la comparación.
Esa tradición tan reciente en el caso de los Estados Unidos tiene mucho que ver con la cultura pop, con el arte urbano y eso también pasa en México, curiosamente. Y yo, personalmente, me identifico mucho más con esas conexiones que con lo que pude conocer en Darmstadt.

Se reconoció pues a sí misma entre México y Los Ángeles, después de pasar por Europa.
Verá, yo tengo una serie de piezas llamadas Altares. Cuando regresé a México recuerdo que fui a Chiapas, a San Cristóbal de Las Casas, que es un pueblo colonial español, a donde llegaron los jesuitas, pero donde también la presencia indígena es muy fuerte. Allí hay un pueblo que se llama San Juan Chamula donde perviven los rituales de los chamulas, la comunidad indígena local. Esos rituales son muy puros y muy locos. Allí tienen unos altares increíbles, heredados obviamente de la cultura católica que trajeron los españoles pero transformados por completo.
Le pondré un ejemplo que recuerdo a la perfección y que dio lugar a mi obra Altar de neón, que se interpretará precisamente en el Palau de la Música. La imagen era la de un altar iluminado con luces de neón, venerando botellas de Coca-Cola y con un Mickey Mouse, oliendo a un copal milenario por todas partes. Esa imagen posmoderna tan icónica y tan fuerte lo reúne y lo resume todo: las raíces indígenas, el paso de los españoles y el catolicismo, el contacto con la cultura estadounidense… Por eso México fascinó tanto a Bretón, aquí el surrealismo existe de manera involuntaria (risas). México es una cultura interesantísima pero es un choque de tantas cosas…
De algún modo entonces, ¿diría que su música habla de su propia experiencia cotidiana con la realidad de México y Estados Unidos?
De algún modo sí, porque esa es la cotidianidad a la que yo me enfrento a diario, con esa contradicción y choque constante entre culturas, con la mezcla de lo europeo con los pueblos originarios, con el influjo de lo gringo… Todo eso me representa y en un momento determinado sentí que era el camino que debía animar mi música.
"Uno no puede revolucionar la historia de la música con cada obra"
Entiendo, en todo caso, que la colaboración con la Filarmónica de Los Ángeles y con Gustavo Dudamel ha sido determinante para la proyección internacional de su obra.
Absolutamente. En términos de darme a conocer la colaboración con ellos es definitiva en mi carrera. Estoy sumamente agradecida con ellos. La primera obra que yo escribí para la Filarmónica de Los Ángeles fue en 2003, con Esa-Pekka Salonen. Después pasaron bastantes años hasta que en 2017 volví a colaborar con ellos escribiendo Téenek, ya con Gustavo Dudamel. Y a partir de ahí todos los años he escrito una obra para ellos por encargo.
Para mí Gustavo Dudamel es un músico excepcional, una gran persona y tengo una admiración enorme por todo lo que ha sido y por todo lo que ha hecho para visibilizar la música latinoamericana. Es un talento impresionante y conoce mi música como nadie, la puede dirigir con los ojos cerrados. Es una colaboración muy gratificante para mí.
Debo decir, por cierto, y este es un punto importante, que yo siempre he tenido una total libertad creativa por parte de Dudamel y la Filarmónica de Los Ángeles. Yo siempre he propuesto los temas de mis composiciones, y no ha importado que fueran asuntos más o menos complejos como el que está detrás de ballet Revolución diamantina, como antes mencionamos.
© Toni Bofill
¿Busca siempre esa conexión con la actualidad en sus partituras, incluso con ese giro de crítica social?
Sí, en algunos casos es una linea presente en mi trabajo. Al final uno se nutre de las experiencias que tiene, de su propia vida. Y en mi caso no me es ajeno ver cosas que me preocupan como el cambio climático; en nuestro mundo están pasando cosas que nunca antes habían pasado. Y por eso debemos ser consciente de lo que estamos haciendo con nuestro planeta y con el clima. Es un tema imposible de ignorar.
Igualmente, la violencia hacia la mujer es un tema que no me puede resultar ajeno. En mi país yo no puedo caminar sola a las once de la noche. México tiene un problema de inseguridad muy fuerte. Y me duele decirlo porque adoro mi país pero el nivel de violencia e inseguridad es tremendo. Están ahí las estadísticas: en México hay once feminicidios diarios. Yo no puedo ser ajena a esa cifra tan aterradora.
De estos temas obviamente tenemos que hablar y yo lo hago a través de la música, que es mi lenguaje, mi mejor medio de comunicación. Yo siempre digo que la música me eligió a mí, no yo a ella; desde que tengo conciencia adoro la música, desde chiquita la música me volvió loca y no soy consciente de en qué momento me atrapó.
"No concibo mi producción como una creación desde la nada"
Como mujer, ¿cuál es su punto de vista sobre la cuestión del feminismo en la música? En las últimas décadas se ha ganado mucho terreno, por ejemplo es ya muy normal y habitual ver mujeres dirigiendo una orquesta, algo casi impensable hace medio siglo. Pero en el caso de las compositoras, ¿dónde estamos a día de hoy? ¿Y cuál ha sido su experiencia a nivel particular con esta cuestión?
Sin duda a día de hoy hay una apertura con estos temas. En la actualidad cualquier institución que no tenga en su agenda la diversidad y la inclusión está fuera de juego. Estar del lado correcto es estar del lado de la inclusión y la diversidad. Sabe, en estados Unidos ahora utilizan mucho el término de composer of color.
¿Composer of color?
Sí, es una terminología para referirse a lo que no es sajón: ahí entra todo, desde los latinos a los asiáticos.
Vaya cajón de sastre para la diversidad…
Sí, pero señala la relevancia de tener la inclusión de la diversidad como una cuestión prioritaria en cualquier agenda institucional. La diversidad nos hace ser mejores seres humanos, nos enriquece. Yo no creo en las fronteras. Y de hecho la frontera es una cuestión fundamental en mi obra. Yo no creo en las fronteras del mismo modo que no creo en la diferencia entre el arte popular y el arte sublime. Simplemente hay buena música y mala música.
Al final todos somos la misma especie y las fronteras las creó el ser humano por razones políticas, económicas, religiosas… A nadie en su sano juicio le puede parecer bien lo que está sucediendo en Gaza. A nadie en su sano juicio le parece bien lo que está pasando en la frontera entre México y Estados Unidos, dividiendo familias. Todas estas cuestiones tienen que resonar en mi obra porque no me son ajenas. Pensemos en que Messiaen escribió el Cuarteto para el fin de los tiempos en un campo de concentración en un momento completamente adverso. Y ahí precisamente hizo una de las obras más sublimes de la historia de la música.
Yo a lo mejor soy demasiado utópica pero intento señalar esas cosas con mi música. Téenek por ejemplo es una palabra de la cultura huasteca que quiere decir ‘hombre de aquí’. Y eso ya lo dice todo: todos somos de aquí, todos pertenecemos al mismo planeta, es así de simple. En la otredad está la riqueza; el respeto a la otredad nos hace ser mejores. Debussy no hubiera sido Debussy si no hubiera ido a esa exposición en París donde escuchó por vez primera un gamelán. Picasso no hubiera pintado Las señoritas de Avignon como las pintó si no hubiera visto el arte africano.
Finalmente, ¿en que está trabajando ahora?
Acabo de terminar una pieza para la orquesta Philharmonia de Londres, se llama Si el oxígeno fuera verde y gira en torno a la cuestión del cambio climático. Se va a estrenar en el Concertgebouw de Ámsterdam para ir luego a Londres, Viena y Estados Unidos, terminando la gira en el Carnegie Hall.
Yo tenía un amigo con el que colaboré mucho, se llamaba Jorge Verdín. Falleció hace dos años, de cáncer. Él era un chicano, un mexicano que nació en la frontera y que vivió en la ciudad de Los Ángeles. Los chicanos no son gringos ni mexicanos al cien por cien, son una auténtica mezcla, con una iconografía muy particular y con una cultura propia. Él hacía música electrónica pero bajo la influencia de la música norteña, en la frontera entre Tijuana y San Diego.
Y le cuento todo esto porque el seudónimo de Jorge era ‘Clorofila’. Y yo nunca le pregunté por qué se puso esa palabra, pero la tomé como excusa para empezar esta pieza. Y empecé a leer sobre la clorofila y descubrí muchas cosas, obviamente el proceso de la fotosíntesis que al fin y al cabo es el proceso responsable de producir el oxígeno que tenemos en la atmósfera.
A partir de ahí, en el Si el oxígeno fuera verde trabajo mucho con la idea de los fractales, algo que ya había empleado en mi concierto para piano, que se llamaba precisamente Fractales. Los fractales son figuras que se autorrepiten y forman un todo. Esta obra es bastante experimental y estoy muy curiosa por ver cómo va a funcionar.
¿Alguna otra nueva obra en perspectiva?
Sí, por otro lado estoy ya desarrollando algunas ideas para las dos obras que tengo que abordar después. Una de ellas es un encargo de Alondra de la Parra para estrenar con su orquesta y con su festival. El tema es la Reina Roja, una cuestión fascinante. En los años noventa en Palenque, una de las zonas mayas entre Chiapas y Tabasco, se descubrió intacta una tumba con esta sacerdotisa que era esposa de Pakal. Va a ser una obra muy especial.
La otra partitura la estoy trabajando con Jorge Volpi y es para el Orfeó Català, dentro de mi residencia en el Palau de la Música Catalana. Estamos trabajando sobre el lenguaje de los pájaros, pero en una senda distinta a Messiaen. Con Jorge Volpi estamos seleccionando poemas de varias lenguas y culturas, etc. Estamos ahora en pleno proceso creativo.
Al hilo de todo esto, me llama la atención que no haya en su catálogo una ópera grande, con formato orquestal amplio, más allá de dos o tres partituras de cámara que sí tiene en este sentido. ¿No le han propuesto nunca crear una ópera de grandes dimensiones?
Estamos en ello, sí, en conversaciones con la Ópera de Los Ángeles. Ya estoy en eso, sí. Va a ser una colaboración con Cristina Rivera Garza, con quien ya colaboré para el ballet. Pero todavía no es un proyecto cerrado, aunque llegará seguramente después de estas dos obras que le mencionaba. Me da bastante pánico (risas). Me parece una tarea enorme adentrarse en la creación de una ópera de gran formato pero será sin duda un proceso fascinante. Y será ahora o nunca (risas).