YUJA WANG KIRK EDWARDS

 

Yuja Wang: "Simplemente toco el piano"

Icono del piano en nuestros días, la pianista china Yuja Wang (Pekín, 1987) parece decidida a convencer a todo el mundo de que es mucho más que un fenómeno de virtuosismo técnico. Sus recientes giras y actuaciones con la Chamber Orchestra of Europee, la Filarmónica de Berlín o la Filarmónica de Rotterdam, con maestros como Kirill Petrenko o Yannick Nézet-Séguin, no hacen sino confirmar su valía y su madurez. Mujer, joven y amante de la moda, conversamos con ella sin tapujos acerca de su estereotipo como sex-symbol o los recientes abusos en el mundo de la clásica, sin olvidar sus próximos proyectos o la realidad de China en nuestros días. 

Creció en China como una joven promesa del piano, ¿qué sucede con la música clásica en su país para que tantos niños se acerquen a tocar un instrumento, con posibilidades reales de desarrollar una carrera?

Mis padres tenían relación con la música: mi madre era bailarina de ballet clásico y mi padre percusionista. En mi caso, pues, había un sustrato en casa, aunque no focalizado solo en la música clásica sino en la música en general, incluyendo el jazz y el pop, etc. En efecto en China hay cada vez más niños estudiando música y formándose para tocar un instrumento. Es un mundo muy competitivo y está llegando a ser casi como un deporte. Se considera la música como un elemento clave en el desarrollo personal; quienes buscan la excelencia deben saber tocar un instrumento. Creo que esto mismo sucede en Corea y cada vez en más países de Sudamérica. 

Desde luego, es una relación con la música muy diferente de la que tenemos en Europa.

Sin duda. En nuestro caso no hay una tradición de siglos sino que es un fenómeno relativamente reciente. A veces incluso pudiera parecer que es una moda, pero yo diría que es una tendencia que ha llegado para quedarse. En mi caso, desde niña, no soy otra cosa que una esclava de la práctica. Adoro tocar el piano pero odio ensayar (risas).

Me acaba de dar un fantástico titular (risas). Bromas aparte, ¿cómo se llega a ser Yuja Wang? ¿Cómo se pasa de ser un joven talento más, entre tantos, a ser una pianista de referencia en nuestros días?

No tengo ni idea (risas). En serio, llevo tocando en público desde que tenía seis años. La técnica está ahí, pero no es lo único que cuenta cuando subes a un escenario. Hay que saber apoderarse de la escena, seducir con algo más que técnica. Siempre que hablo de esto pienso en Horowitz, un maestro en el arte de recabar la atención del público. Y por supuesto un genio a nivel técnico e interpretativo; pero me refiero a ese plus que hay que tener o cultivar para destacar entre el puro talento técnico. Sentirse cómodo, seguro y confiado en el escenario es un valor añadido, sin duda.

Además probablemente haya que estar en el lugar adecuado y en el momento adecuado para aprovechar las ocasiones cuando se presentan.

Sí, puedes prepararte para todo pero al final casi nada sucede como esperabas. Esto es parte de la vida y se aprende a aceptarlo y asumirlo como tal. Puedes tener un gran ensayo con la orquesta y después en el concierto sentir que nada funciona. O al revés, puedes estar agotado por los viajes, sin ganas de tocar, pero pisas el escenario y todo fluye, como si fuese algo mágico. Hay que estar preparado para todo.

Mencionaba a antes a Horowitz, ¿cuáles han sido sus referentes entre los pianistas de ayer y de hoy?

Empecé escuchando sobre todo a Artur Schnabel y a Wilhelm Kempff. Siempre me ha fascinado Horowitz y hay algo deslumbrante en todo lo que hizo Glenn Gould. De los pianistas en activo citaría a  Pletnev, a Volodos y por supuesto a Martha Argerich, una referencia inevitable.

Hay un cierto tópico acerca de todo joven músico que tiene una carrera rápida, como si su éxito no pudiera deberse a su propio talento, como si tuviera que ser por fuerza un “producto” de agencias y discográficas.

Es divertido, recuerdo una crítica tras un concierto mío en Reino Unido, cuando yo tenía veinte o veintiún años. El titular decía “El siguiente producto llegado desde China”. Desde entonces odio a los críticos (risas). En realidad odio a los críticos racistas que tienen prejuicios sobre los músicos asiáticos, pero eso es otro tema… Hay algo en nuestra trayectoria que tiene que ver con las lógicas del mercado, por supuesto; y en ciertos momentos lo que hacemos es tratado como un producto, cómo negarlo. Pero esta es la lógica de este negocio, no la lógica que nos articula como intérpretes o como personas. No en mi caso, desde luego. Al final se trata de música; siempre hay algo auténtico y genuino en el fondo. Debajo de toda la mercadotecnia tiene que haber algo de verdad, sino el fenómeno no se sostendría en el tiempo. 

Hay otro cliché acerca de los músicos asiáticos, una y otra vez se repite que tienen una gran técnica pero poca expresividad. ¿No le exaspera este tópico?

(Risas) Es absurdo. Es un cliché racista. Y lo sigo viendo en críticas sobre mis conciertos. Verá, ahora mismo estoy ampliando mi repertorio, incluyendo más música de cámara, más música de Brahms o Beethoven, experimentando como directora como en la última gira con la Chamber Orchestra of Europe. Yo tengo claro que la música no trata de tocar más rápido, más alto y más fuerte… Y también tengo muy claro que el origen de un intérprete, sea asiático o no, no debería tener nada que ver a la hora de valorar su musicalidad.

¿Y qué hay del virtuosismo? ¿Sigue teniendo sentido hoy en día?

Creo que no se trata de que tenga sentido o no. Más bien es cuestión de serlo o no serlo, como un talento natural, reforzado por la práctica. Sabe, al final mi relación con el piano depende de tantas cosas… cada concierto es un mundo, incluso por detalles tan mundanos como lo que has comido o las horas que has dormido. Y de repente un día tienes tantas ganas de seguir tocando que te apetece ofrecer cinco o seis propinas al final de un concierto. En cambio hay días en los que no saldrías al escenario. El virtuosismo aparece y desaparece con todo ello.

Su forma de vestir no sólo es parte de su perfil público como artista, me atrevería a decir que es parte de usted, de su propia identidad como persona. En realidad, así es con todos nosotros… Creo que en su caso es algo, de hecho, bastante premeditado, como si con su estética quisiera también comunicar algo al público.

En realidad, en un principio, no era así. Con apenas veinte años sentía que salir al escenario era algo tremendamente expuesto para mí. Y necesitaba sentirme confiada y segura; vestir de un modo que me hiciera sentir más firme, más yo misma, fue un recurso importante para mí entonces. No me sentía bien dejándome llevar por códigos de vestuario preestablecidos, no me sentía yo misma con ello y en consecuencia no me sentía yo misma como intérprete en el escenario. Necesito sentirme plenamente independiente para hacer bien mi trabajo. 

Todo empezó así y con el paso del tiempo, conforme se comentaba mi forma de vestir, empecé a jugar un poco con ello, de forma más premeditada. Me gusta mucho la moda, la sigo con enorme interés. Pero tampoco le dedico mucho tiempo. Se trata de algo mucho más simple de lo que puedan pensar: me gusta tener un buen aspecto y llamar la atención, por qué no; sobre todo porque me hace sentir bien y con ello tocar mejor.

Lo perturbador de todo esto es que en ocasiones se dedican más lineas a comentar sus vestidos que a valorar su trabajo con el piano. ¿No le molesta que se hable más de sus piernas que de sus manos?

No me importa en absoluto (risas). En serio, me resbalan muchas cosas, cada vez más. Supongo que es un buen signo de que cada vez me siento más segura con lo que hago y cómo lo hago.

Al hilo de su último paso por Barcelona, recuerdo una entrevista en la que le preguntaban si la música puede ser sexy o no. Con todo mi respeto, ¿qué clase de pregunta es esa?

(Risas) Una pregunta estúpida, seguramente. Hay quien me ve como un sex symbol de la clásica. Quizá yo misma he contribuido a generar ese estereotipo. Y no me importa, mientras no se quede en algo tan superficial que obvie y olvide a qué me dedico. Yo simplemente hago música, simplemente toco el piano. Claro que hay música sumamente sensual, quizá incluso sexy; por ejemplo algunas armonías de Mozart me lo parecen. Al final la música trata de sensaciones, es algo físico y no solo intelectual. ¿Puede ser sexy la música? Claro, sino por qué seguiría yo tocando el piano… (risas).

Cuando leí esa pregunta, en esa entrevista, me dije a mi mismo: ¿qué pasaría si esa misma cuestión se plantease a Barenboim, a Argerich o a Pires? Creo que la entrevista terminaría allí mismo (risas).

(Risas) Sin duda se juega con la idea de que soy mujer, soy joven y visto de una determinada manera. No hay problema, en mi caso; asumo el juego. Pero es verdad que estamos viviendo tiempos complicados y muy comprometidos con estas cuestiones, marcando cada vez más lineas rojas.

Como mujer y como intérprete, ¿tiene una opinión formada acerca de los recientes acontecimientos con James Levine, Charles Dutoit y tantos otros?

Si le digo la verdad... no, no tengo una opinión. No es quiera evitar la respuesta, es que tengo la sensación de que cualquier respuesta puede sonar demagógica. Lo que más me sorprende en todo esto es que tras todo el asunto de los abusos sexuales hay un telón de fondo, con abusos de poder. No son cosas separadas. Y es terrible pensar que estos abusos han salido a la luz cuando el poder de algunos de estos músicos ya era menor del que tuvieron hace algunas décadas. Hay tanta hipocresía en todo esto… En mi propia experiencia, he trabajado en varias ocasiones con Charles Dutoit y siempre tuvimos una buena conexión musical, sin ningún problema.

Ahora mismo hace ya más de veinte años que toca el piano. 

Sí, dios mio…

A pesar de su juventud, pues, se podría decir que es una pianista madura. ¿Cómo ha cambiado su relación con el piano en estas dos décadas?

Creo que ahora todo está mucho mejor integrado en mi vida. Todo ha sucedido muy rápido; yo hace tiempo que no me siento tan joven o tan niña, ya sea al piano o ya sea en mi vida personal. He sido tremendamente autodidacta, he intentado empaparme de todo, ampliar mi perspectiva al tiempo que intentaba afirmarme y ser yo misma. En resumen, me siento más libre al piano y en general más libre y confiada con quien soy.

Este año con la Mahler Chamber Orchestra ha tenido su segunda experiencia como directora, coordinando a la orquesta desde el piano.

Sí, ha sido mi segunda vez en este rol. No aspiro a desempeñar un rol de directora como tal; más bien lo entiendo desde la óptica de la música de cámara. No se trata tanto de dirigir una orquesta como de buscar una conexión directa con ellos sin la figura intermedia de un director. Esto es muy interesante con la música de Beethoven, por ejemplo. 

Creo que le interesa mucho la música española. Ha grabado de hecho música de Albéniz, por ejemplo.

Sí, me gusta mucho la música española. Goyescas, Iberia… es una música que me encanta. Pero es realmente difícil. Hay demasiadas notas… 

¿En serio? ¿Demasiadas notas para usted? (Risas)

(Risas) No es fácil, en serio. Pero es muy atractiva, en términos de color, etc. Lo difícil es conseguir lo que hacía Alicia de Larrocha, esa mezcla tan perfecta entre resolver la parte técnica y mostrar toda esa paleta de colores que hay en esta música. Creo que es una música que necesita tiempo, todo llegará…

Cuénteme acerca de sus próximos proyectos.

Voy a grabar el primero de Brahms con la Filarmónica de Nueva York. No he vuelto a grabar nada desde mi álbum dedicado a Ravel. También grabaré música de cámara de Brahms con Leonidas Kavakos y hay otro proyecto con Gautier Capuçon con música de Chopin, etc.

Desde hace unos meses su compatriota el pianista Lang Lang está fuera de los escenarios por una lesión. Imagino que es complicado y comprometido sentir que toda su vida personal y profesional depende al final de sus manos. ¿Toma alguna precaución en particular?

Nada especial, no mucho, en realidad. Tengo desde que era niña una gran flexibilidad y eso creo que me ayuda a evitar lesiones. Además, intento mantener una rutina de masajes que me ayuden a descontracturar. Pero no estoy demsiado pendiente de todo esto. Creo que lo más importante de un pianista no pasa en sus manos sino en su cabeza.

Usted nació en China pero ha asumido hoy en día un modo de vida muy occidental. ¿Qué queda en Yuja Wang de sus raíces chinas?

La comida (risas). Adoro la comida de mi país. Bromas aparte, es verdad que con el tiempo he perdido un tanto mis raíces, cada vez más occidentalizada quizá, como el propio país, dicho sea de paso. Pero tengo cada vez más interés en recuperar vínculos con China, que ha cambiado mucho estos años. Yo no diría que se haya occidentalizado en realidad; más bien se ha vuelto más cosmopolita, integrándose en un mundo cada vez más moderno y globalizado. La vida allí se ha acelerado mucho, la música clásica tiene allí cada vez más oportunidades, cada vez más auditorios, etc.