Orfeo OpusLirica 

Un lamento infinito 

01/06/2018. Donostia-San Sebastián. Teatro Victoria Eugenia. Orphée et Eurydice, de Christoph Willibald Gluck. Matteo Mezzaro (Orphée), Ainhoa Garmendia (Eurydice), Alicia Amo (l’Amour), Coro ADAO-DOZE (dirección: Jagoba Fadrique), Orquesta Opus Lirica. Dirección escénica: Marta Eguilior. Dirección musical: Lara Diloy.

No niego que he dedicado un tiempo a buscar un título que fuera capaz de aunar la situación de zozobra que viven los protagonistas de la ópera con la que también vive Opus Lírica, la asociación que por encima de muchas dificultades está tratando de estabilizar la presencia de la ópera en la capital guipuzcoana. Vistos los numerosos vacíos en el patio de butacas del Teatro Victoria Eugenia está claro que algo no termina de cuadrar en la relación entre público y ópera.

¿Hay realmente afición a la ópera en Donostia? ¿De verdad el público demanda ópera o en realidad demanda la repetición ad nauseam de docena y media de títulos que están en mente de todos? ¿Nos gusta la ópera o nos gusta ir a la Quincena en verano? Gluck es uno de los pilares de la historia de la ópera, al menos en el ámbito teórico, aunque su producción artística esté –casi- reducida al título que nos ocupa. No quiero ni pensar lo que hubiera ocurrido ante una representación, por ejemplo, de Ifigenia in Tauride u otro similar, título que por cierto sería más interesante por su infrecuencia. Pero no, en Donostia nos sacan de Rigoletto, Madama Butterfly o Il barbiere di Siviglia y no nos subimos al barco.

Por ello desde los organizadores es entendible el lamento infinito por la ilusión estrellada, por la escasa implicación institucional, por la insuficiente respuesta del público y por la impresión de inseguridad y desequilibrio que se transmite desde la organización. Incluso estas funciones de Orphée et Eurydice tenían que haberse representado la semana anterior en el Teatro Principal, de Vitoria-Gasteiz y por distintas circunstancias que ahora no vienen al caso, las funciones alavesas quedaron suspendidas. Un infinito lamento organizativo y económico

En muchas ocasiones ello se supera por la ausencia del lamento artístico pero esta vez y aun con dolor, no puedo afirmarlo. La obra de Gluck en su versión francesa, en cualquier de sus versiones, no es sino un lamento infinito del hombre por la desaparición imprevista y dolorosa de su amada. Prácticamente toda la primera mitad de la ópera se basa en la única intervención de Orphée llorando la ausencia de su esposa con la esporádica intervención del Amor abriendo una puerta a la esperanza.

Orphée et Eurydice es la versión de 1774 de la obra, más habitual en los escenarios, Orfeo ed Euridice, doce años anterior y en italiano. Apuntado el hecho de que toda la primera parte se basa en el infinito lamento del joven, es fácil deducir que el intérprete del personaje es el pilar sobre el que se sustenta la ópera. Así pues, el tenor italiano Matteo Mezzaro asumió tal carga y conviene aclarar cuanto antes que su intervención, llena de sobresaltos e inseguridades, hipotecó en gran medida el transcurso de la misma.

A un dubitativo comienzo continuó una mayor prestancia y solidez de la voz a partir de su escena con el Amor. Y cuando en la escena de las Furias todo parecía encauzarse la zona aguda le jugó una mala pasada hasta quebrar la voz y volver al mundo de las inseguridades. En la segunda parte le ocurrió exactamente lo mismo por lo que cada acceso a la zona aguda era un momento de zozobra no solo para el cantante, que lo supongo, sino para el oyente, más pendiente del posible mal resultado por la ausencia del equilibrio técnico del tenor que del fraseo del lamento. Una lástima.

Sin embargo la labor de ellas fue sustancialmente mejor. La soprano guipuzcoana Ainhoa Garmendia, alma mater del proyecto de Opus Lirica, dibujó una Eurydice muy sólida, con una emisión notable dando en Viens, suis un epoux un ejemplo de canto lleno de dolor “racional”, contenido. Y muy aplaudible también la otra soprano, la burgalesa Alicia Amo con un Amour que destacó, a pesar de la brevedad del papel, por un fraseo adecuado y una voz de timbre hermoso. Me gustaría escucharla en un papel de mayor relevancia. Sin embargo, como ya quedo dicho que la ópera pivota sobre el personaje de Orphée, la función quedaba condicionada por la prestación del tenor italiano.

Brillante la puesta en escena de la joven bilbaína Marta Eguilior con un acto I primoroso uniendo la tristeza de la historia con la lluvia (los presentes en el teatro no tuvimos dificultad de entrar en escena, visto el mayo que hemos vivido en lo metereológico) y el negro. En el acto II el inframundo es dinámico y brillante mientras que el acto final se basa, en la primera parte sobre la presencia de la muerte en grandes vainas que recogen en sí a los muertos para finalizar con una brillante luz blanca que da paso al inmediato futuro. Un acierto la apuesta de Eguilior a la que recuerdo su versión de Der Kaiser von Atlantis en Zaragoza hace ya unos años y no puedo negar que estoy deseando que ya en Donostia ya en otros teatros podamos disfrutar de su valentía, que roza lo temerario.

El Coro de la ADAO-DOZE estuvo fallón en algunos momentos como, por ejemplo, la escena de las Furias, con unos No!! descoordinados o una escena final donde el desbarajuste fue notorio al coincidir con un repentino y violento movimiento escénico.

La joven madrileña Lara Diloy era la responsable de la labor musical y quizás aquí estuvo una de las claves de la velada. Muy atenta al foso transmitió cierta desvinculación del apartado teatral, hasta parecer que los cantantes se autodirigían. Un director ha de cantar con los solistas, ha de construir el drama con ellos y desde mi butaca no dejo de sorprenderme esa aparente reconstrucción entre foso y escenario. Lo cierto es que hubo bastantes desajustes ya con el coro ya con los solistas y ello ha ido en detrimento del desarrollo dramático de la función. La bailarina Karen Juanes encarnó a la Muerte y dos bailarinas más acompañaron de forma correcta el desarrollo de la función. 

Que la ópera en esta ciudad no firme el mandamiento que rubrica la puerta del Infierno, es decir, aquello de Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate y que el infinito lamento se torne en contenido suspiro de alivio.