Irene Gomez Calado Cristina M. Mena Bernal 

Irene Gómez-Calado, directora: "Mi obligación es estar preparada para lo que pueda venir"

El nombre de esta joven directora sevillana saltó a las páginas de información musical hace unos meses al convertirse en asistente de Paavo Järvi en el teatro alla Scala de Milán, con Don Giovanni de Mozart. Lo cierto es que Irene Gómez-Calado lleva varios años preparándose a conciencia para convertirse en una batuta relevante, en un corto plazo de tiempo. Charlando con ella descubrimos los orígenes de s vocación por la dirección de orquesta, su flechazo con Järvi y sus próximos proyectos.

Me gustaría comenzar por recapitular su recorrido profesional hasta la fecha. Su nombre comienza a escucharse en España cuando trabaja como asistente de Paavo Järvi en la Scala de Milán, con Don Giovanni. Pero doy por hecho que hay mucho camino recorrido detrás, antes de llegar hasta allí.

Yo me dedico a la música desde pequeña, desde los siete años. En el conservatorio empecé con el piano. En casa vino todo encauzado, pues tengo dos hermanos mayores que también se dedican a la música. Yo siempre tuve una predisposición natural por la música; me gustaba y se me daba bien. Con el piano nunca tuve sin embargo una relación demasiado buena: me sentía muy sola, no muy cómoda con el instrumento. Tomé incluso la decisión de dejar la música en la adolescencia, pero varios profesores del conservatorio me animaron a reconsiderarlo. Fue entonces cuando me planteé las cosas de otra manera y quise buscar otro rumbo.

Apareció entonces la vocación de la dirección.

Exacto. La actividad musical con la que más a gusto me encontraba era la música coral. Siempre me había gustado tener la sensación de hacer música con otras personas. Así que finalmente me animé a continuar mis estudios en el conservatorio superior por la especialidad de dirección de coros. Al empezar las clases recuerdo haber tenido una sensación única, como si se me hubiera abierto un nuevo mundo, todo un nuevo repertorio, etc. Pasaba horas y horas viendo vídeos de grabaciones de conciertos en Youtube, fascinada con los diferentes directores, su gesto, etc. De alguna manera me encontré con un mundo que siempre había sabido que estaba ahí, intuyéndolo; pero hasta entonces no me había visto cara a cara con él. Pasé no obstante una época algo difícil, un tanto peleada con el mundo, como buscando mi sitio. Yo quería irme de Sevilla, tenía ansias de conocer algo nuevo pero no sabía muy bien a dónde ni cómo.

¿Y cuándo cambió todo? ¿Cuándo encontró esa ventana para salir afuera?

Hay un momento determinante para mí. Fui a Galicia para hacer un curso de dirección coral, en un pueblo que se llama Tui, en Pontevedra. Allí conocí a un gran músico, Julio Dominguez. Yo no tenía ninguna referencia directa suya, pero sí a través de un buen amigo de Sevilla, el cantante Victor Sordo, que me había recomendado sus cursos, etc. En ese curso me encontré con una forma de hacer música inédita para mí, una manera muy trascendental de entenderla. Recuerdo que estaba cantando en el coro y de repente se me saltaron las lágrimas, algo que no me había pasado nunca. Fue una de esas experiencias estéticas de las que se habla tanto y que no se pueden poner en palabras.

A partir de ahí me tomé mucho más en serio mi vocación por la dirección. Para cursar mi último año de dirección de coros, en 2011, tuve una beca de estudios que me llevó hasta París. Curiosamente la capital francesa no era mi primer destino sino el tercero después de Talin y Estocolmo. Pero el destino me puso en París y fue para algo. Allí me formé primero con Marianne Guengard en el Conservatorio Boulogne-Billancourt y más tarde estudié un postgrado en la Universidad de la Sorbona.

Durante todo este tiempo, en Sevilla, yo no había dejado de hacer cosas, con diversas iniciativas, desde crear un grupo barroco hasta preparar conciertos de música de cámara y música coral, etc. Por puro placer, casi cada fin de semana, teníamos un concierto en alguna iglesia, con música barroca y del Renacimiento. Pero París me puso car a cara ante una realidad antes inédita para mí.

París fue, entonces, el punto de inflexión definitivo.

Sí, fue en París donde yo comienzo a tener realmente mi primera actividad con instrumentistas. El azar también me puso en la situación ideal, ya que en París podía asistir a muchísimos conciertos. No me perdía casi nada, sobre todo de la programación de la Orquesta de París. Un buen día recuerdo que pude ir a ver un ensayo de la orquesta en la Sala Pleyel, a través de una amiga queera arpista. Allí reconocí a Paavo Järvi, precisamente porque él dirigía uno de los videos que yo más veces había visto años atrás, con él al frente del Cantique de Jean Racine, de Fauré. Ese video había sido una pieza de cabecera para mí y de repente me encontré en un ensayo viendo a ese mismo director. Empecé a interesarme más por él y me informé de sus actividades, etc. Por aquel entonces existía la Academia Järvi, pero no con un curso de dirección como el que hay a día de hoy.

Otro día volví a asistir a un ensayo, con él al frente de la Orquesta de París. Fui con un grupo, con más compañeros de estudios. Estábamos allí charlando y comentando el ensayo. Y en una pausa, Järvi se dirigió hacia nosotros y en concreto a mí, diciéndome que me acercase. Yo no sabía muy bien dónde meterme (risas). Yo era una cara nueva para él, porque al resto de compañeros él ya los conocía. Yo me acerqué y Järvi charló conmigo un momento. Luego nos invitó a todos a un café con él, en su camerino. Todo fue muy natural, muy cómodo... insólito para mí. Yo estaba como en una nube. Tuve la enorme suerte de conocer así a un gran hombre y a un gran profesional.

Entiendo que Järvi fue determinante a la hora de asentar definitivamente su vocación por la dirección de orquesta.

En aquel momento yo tenía muchas dudas. Por un lado tenía muy claro lo que quería hacer, hacia dónde debía dirigirme, pero a la vez me invadían muchas dudas, me faltaba un impulso determinante. Paavo Järvi fue ese impulso. Con él empecé a plantearme en serio la dirección de orquesta. Él de hecho me invitó a ir a su curso de dirección, tras pedirme algún video de mi trabajo. El primer año no fui como estudiante activo, digamos. Pero sí tuve ocasión de dirigir alguna vez. Järvi quería que yo dirigiese una obra nueva que tenía que estrenarse, pero por la normativa del curso no pudo ser. Eso fue lo de menos, pero para mí tuvo un enorme significado. Järvi es una persona muy honesta y cuando confía en alguien es porque cree de verdad en su esfuerzo y en su talento.

Al año siguiente volví a la Academia Järvi, ya como alumna activa y tuve la oportunidad de ser elegida para dirigir un concierto, con la Sinfonía no. 4 de Prokofiev. Aquello está recogido en video y me dio una primera visibilidad. En paralelo a todo esto yo seguí por supuesto formándome. Yo nunca le he pedido nada a Järvi; he preferido dejar que sea él quien me proponga colaborar cuando vea la ocasión adecuada. Tengo la sensación de que tengo que hacerme cargo de mi propia trayectoria, por mi cuenta, sin depender siempre de él. Mi obligación es estar preparada para lo que pueda venir.

Durante esta etapa en París, ¿qué otras actividades llevó a cabo?

En París, durante ese tiempo, trabajé en una pequeña compañía de opereta, Les Frivolités Parisiennes. Primero trabajé en las escuelas con niños y después con conciertos educativos y pedagógicos, siempre dirigiendo coro y orquesta. También fui profesora durante 3 años en el conservatorio de la villa de Saint-Mandé, pegado a París, donde impartía clases de coro y lenguaje musical. Además, viajaba constantemente a otros países a estudiar con diferentes profesores. Tuve la suerte de ser elegida para estudiar con Jorma Panula en Hungría, fue especialmente inspirador escucharle hablar sobre Dvorak ya que los alumnos dirigíamos la las sinfonías octava y novena del compositor.

A parte En España también tuve mis primeras experiencias con algunas orquestas y en ese curso de Galicia que antes comentaba me solicitaron como profesora, tras haber pasado por allí como alumna. De ahí, de hecho, salió mi vínculo con la Orquesta Vigo 430, primero con su orquesta joven y después con su formación titular, que he dirigido hace unas semanas.

¿Cómo llegó la ocasión para asistir a Järvi en la Scala de Milán?

La oportunidad para la Scala surgió tras varias conversaciones con Järvi. Él tenía de hecho varios candidatos para ir con él de asistente a Milán y finalmente me comunicó su decisión en febrero. Necesitaba una persona a su lado el cien por cien del tiempo, me dijo. Iba a ser un tiempo exigente y yo tenía que estar preparada para todo lo que pudiera pasar.

¿Qué hace realmente un asistente? Creo que es una labor poco conocida por el gran público, a pesar de su importancia.

En Milán en concreto fue un trabajo muy intenso. Yo con Järvi había trabajado en más ocasiones, pero no en la posición de asistente propiamente dicha. Aquella fue, de hecho, mi primera experiencia en esa labor. Järvi me quería a su lado todo el tiempo, entre otras cosas porque hablo italiano e hice un tanto de enlace entre él y los músicos de la orquesta. 

Además, Järvi llevaba muchos años sin dirigir ópera, desde sus inicios en Goteborg. Fueron dos meses muy intensos en Milán, en los que aprendí muchísimo. Ahora mismo, de hecho, podría dirigir Don Giovanni mañana mismo, creo que conozco la partitura al detalle de arriba a abajo.

Realmente la parte más importante de mi trabajo llegó durante los ensayos en escena, cuando hice más falta para ser correa de transmisión entre Järvi, los cantantes y el teatro, para ajustar balances, tiempos, etc. No es un trabajo fácil porque todos quieren que sus preferencias prevalezcan y es complicado no saturar al director con tanta información.

“Me encantaría dirigir un programa completo con la Sinfónica de Sevilla"

¿Ha tenido alguna otra experiencia como asistente, más allá de Järvi?

Con el maestro John Axelrod en Sevilla se está forjando una relación profesional intensa. No he sido su asistente como tal pero acabo de dirigir uno de sus ensayos para la Sinfónica de Sevilla. La experiencia en Milán ha sido muy propicia para que mi relación con la orquesta de Sevilla vaya cuajando poco a poco. Confío en que haya planes más adelante para que pueda dirigir un programa completo, no tardando mucho.

¿Cuesta ser profeta en su tierra? ¿Es más difícil para los de aquí conseguir oportunidades precisamente en casa?

Sí, es complicado... A veces parece que tengamos un complejo de inferioridad, sobre todo en el sur, en Andalucía, como si todo lo que viniera de fuera y sobre todo del norte fuera a ser necesariamente mejor. Estoy segura de que si yo no hubiese salido fuera a formarme, seguro que no habría conseguido ninguna oportunidad. Demostrar el talento en casa cuesta el doble, es mucho más complicado. Hay muchos músicos españoles muy bien preparados. Pero a veces parece que para los gestores aquí, a la hora de escoger entre un profesional de otro país y uno de los nuestros, sea más fácil optar por el de fuera.

Como directora, ¿ha tenido la sensación de ser una mujer labrándose un futuro en un mundo de hombres?

Hace algunos años esta misma pregunta quizá incluso me hubiera resultado molesta. Pero sobre todo porque nunca me he sentido diferente o no he querido verlo. Evidentemente soy mujer, pero ese era un tema que yo no quería afrontar en relación a mi oficio. Como en tantas profesiones, la dirección de orquesta ha sido un oficio de hombres. Hoy afortunadamente las cosas están cambiando y la visibilidad es otra y cada vez más natural. Durante mi carrera, en mis estudios, nunca me he sentido discriminada. Creo que nunca he tenido menos oportunidades que un hombre por el hecho de ser mujer. Tengo la impresión de haber sido siempre valorada por mi trabajo, fuera o no mujer. Sí es cierto que los músicos, en un primer contacto, no van a mirar igual a una mujer que a un hombre. Es una inercia que quizá cueste más vencer. No es algo que me incomode, ni siquiera pienso en eso.

Por otro lado, todo esto tiene también un reverso interesante: por el mero hecho de ser mujer, en el contexto actual, mi trabajo puede conseguir tener una mayor visibilidad, siempre y cuando detrás haya talento y esfuerzo. Lo que no debería pasar es que por el mero hecho de ser mujer, se nos de una visibilidad que no nos hayamos ganado con nuestro trabajo. Si por ser mujer se me ve más, bienvenido sea; pero no quiero que por ser mujer se me mire mejor que a un colega que sea hombre. No tengo miedo de ser mirada con lupa en mi trabajo.

“No quiero que por ser mujer se me mire mejor que a un colega que sea hombre”

A mí mismo me resulta incómodo plantear esta pregunta, porque parece que fuera obligada y tópica ante toda mujer directora de orquesta. Pero lo cierto es que este mundo ha sido y sigue siendo un mundo de hombres. Echando al vista atrás, apenas resaltan los nombres de Marin Alsop y Simone Young. Afortunadamente todo está cambiando y son ya numerosas las mujeres cuya trayectoria profesional estamos siguiendo de cerca a día de hoy.

Por esto mismo me siento una privilegiada al estar viviendo en este momento. Además también me siento muy segura de mi trabajo y eso prevalece sobre la conciencia que pueda tener de ser una mujer en un mundo de hombres.

Eso quizá también apunte que la actitud de los hombres músicos, de puertas adentro de la profesión, está cambiando. Es bueno tener la impresión de que ven a otro músico no a una mujer.

Sí, es bueno comprobar que te ven como un músico y no como un género. Creo que el futuro es prometedor en este sentido. Sin ir más lejos, en mayo trabajé con la Orquesta Sinfónica del principado de Asturias (OSPA), y recuerdo especialmente la profesionalidad de sus músicos. Todos estaban en su sitio, nadie opinaba más de la cuenta, y sobre todo, el respeto y la entrega que tenían hacia la figura del director. Fue muy fácil hacer música con ellos y la complicidad surgió desde el primer momento.

Creo que se está poniendo en pie proyecto sinfónico en Ceuta que cuenta con su implicación.

Sí, hace ahora más de un año me contacto Eduardo Hernández Vázquez, el impulsor de este proyecto. Él es ceutí de origen aunque se formó en Granda como pianista. La idea es crear una orquesta multicultural, sobre todo por la situación de ciudad de paso que tiene la ciudad de Ceuta. La música debe romper barreras y unir lazos entre países de todo el mundo, ese es nuestro mensaje. Hasta ahora la orquesta tendrá integrantes de hasta 8 nacionalidades distintas. Hay casos muy especiales, por ejemplo el de un músico de Irak, muy buen violinista, que nos demuestra su pasión por la música y la oportunidad que seria para el participar en la Ceuta International Symphonic Orchestra (CISO) ya que nos ha contado en un vídeo lo difícil que ha sido para él y su familia poder dedicarse a la música en un país en guerra. Estamos trabajando todo lo posible porque él pueda venir.

Existe algo parecido pero diferente al mismo tiempo, la orquesta del Divan, que tiene quizá una resonancia más política y no meramente cultural. Nada más conocer el proyecto me impliqué con ello porque está todo muy detallado y bien planteado de antemano, con una financiación sólida detrás. La idea es traer a músicos de toda la cuenca del Mediterráneo para formar una orquesta.

¿Se trata de una orquesta de proyecto o la idea más bien es la de una formación con visos de continuidad en el tiempo?

Ahora estamos haciendo la selección de músicos para el concierto inaugural del proyecto, que trabajaremos durante la última semana de agosto. Vamos a hacer el concierto para piano de Schumann y después la Sinfonía no. 7 de Beethoven. Es todo un reto, por lo que supone reunir a músicos que nunca antes han trabajado juntos. La idea, a posteriori, es hacer que esta orquesta gire a través de la red de festivales de verano. Estamos ya planificando un segundo encuentro para la Semana Santa de 2019, en las Islas Baleares. La base de todo tiene que ser un proyecto musical sólido, más allá del trasfondo cultural que es el centro de su identidad.

¿Cuáles son sus principales intereses en materia de repertorio?

Es difícil detallarlo porque tengo mucho que dirigir por delante. Por eso, verdaderamente, estoy abierta a todo; y creo que debe de ser así en este momento de mi trayectoria profesional. Tengo que aprovechar cada ocasión que surja. Sean cuales sean mis gustos o preferencias, creo que es deber de un director enfrentarse a todos los estilos. No concibo dirigir un buen Mozart sin conocer bien el barroco, por ejemplo. En todo caso, siempre he sentido una preferencia por el repertorio sinfónico romántico. Y en particular me fascina la música de Beethoven. Creo que sus sinfonías lo contienen todo, son el punto álgido de todo lo que hubo antes y lo que vendría después. También me apasiona la ópera, cada vez más, por lo complejo y completo que es como exigencia profesional. Se reúnen allí además los dos mundos de los que yo vengo, el de la música vocal y el de la música instrumental.

 

Descubre más contenidos como este en la edición impresa de Platea Magazine