Tristan Bayreuth2018 EnricoNawrath

Más allá de lo eterno

Bayreuth. 27/07/2018. Festival de Bayreuth. Wagner: Tristan und Isolde. Petra Lang, Stephen Gould, Ian Paterson, René Pape, Raimund Nolte, Christa Mayer, Tansel Akzeybek, Kay Stiefermann. Dir. de escena: Katharina Wagner. Dir. musical: Christian Thielemann.

Dirigir Tristan und Isolde significará para muchos alcanzar una cúspide musical. Es una ópera que marcó un antes y un después no solo en la vida compositiva de Wagner, dando como fruto sus mejores y más complejos dramas musicales. Supuso también un simbólico giro de timón con el famoso acorde de Tristan como metáfora musical de un mundo nuevo que estallaría en mil escuelas en el siglo XX. 

La presente edición del Festival de Bayreuth tiene un significado especial para Christian ThielemannEn su cargo de Director Musical del Bayreuther Festspiele -un título de nueva creación que ostenta desde 2015- cumple este año la gesta de ser la segunda única batuta de la historia que ha dirigido todo el canon wagneriano en la sagrada colina. En Bayreuth, por expreso deseo de Wagner primero y de Cosima después, solo se interpretan diez de las trece óperas del compositor, desde Der fliegende Holländer a Parsifal. El histórico director Felix Mottl, a principios de la historia del Festival, había sido hasta la fecha el único maestro que había conseguido dirigir completo dicho canon, entre los años 1886 y 1902. 

Muchos y grandes directores han dejado su impronta en la historia de este podio místico. Un lugar reservado solo a los más grandes de la batuta: Richard Strauss, Hans Richter, Arturo Toscanini (el primer no germano en dirigir en Bayreuth en las ediciones de 1930-31), Erich Leinsdorf, Hans Knappertsbuch, André Cluytens, Joseph Keilberth, Rudolf Kempe, Karl Böhm, Lorin Maazel, Thomas Schippers, Pierre Boulez, Carlos Kleiber, Herbert von Karajan, James Levine, Daniel Barenboim, Giuseppe Sinopoli, Kirill Petrenko, Philippe Jordan…una lista impresionante como pocas.

En la historia del Festival hay alguna salvedad, momentos excepcionales en los que se ha permitido interpretar obras que no sean de Wagner. Así ha sido en varias ocasiones con la Sinfonía no. 9 de Beethoven, obra que dirigió en su día el propio Richard Wagner, en el Teatro de la Margravina de la ciudad, para celebrar la colocación de la primera piedra del Festspielhaus, el 22 de mayo de 1872.  Dado lo simbólico de esta efeméride, algunos grandes directores han recogido el testigo de esta tradición primigenia y han dirigido la última sinfonía de Beethoven desde el podio del Festspielhaus: Richard Strauss en 1933, Furtwängler en 1951, en la reapertura del Festival, Böhm en 1963 y, por supuesto, Christian Thilemann en 2001. 

Este hecho le confiere a Thielemann la potestad de poder afirmar que es el único director musical que ha dirigido todo lo que es filológico y aprobado por la tradición wagneriana en Bayreuth. A este dato histórico que hay que añadir que en el 2013 dirigió en el Festspielhaus el concierto en recuerdo al Bicentenario del nacimiento del compositor, con fragmentos de Die Walküre, Tristan und Isolde, Die Meistersinger von Nürnberg y Götterdämmerung.

¿Le queda algún récord por superar a Christian Thielemann en la centenaria historia del Festival? Pues aunque parezca mentira, sí. Todavía es Daniel Barenboim el director musical que más funciones ha protagonizado desde el podio en Bayreuth, con un total de 161 representaciones. Pues bien, con el cierre de esta edición del Festival 2018, será Thielemann quien ostentará este récord con 164 funciones, rematando así su condición de director de Bayreuth por antonomasia. 

Bajo su batuta sigue en cartel la producción de Tristan und Isolde estrenada en 2015 y firmada por Katharina Wagner, bisnieta del compositor y actual directora artística del Festival de Bayreuth. Katharina propone una historia de amor que no tiene principio ni fin, como la música de la partitura que en el fondo no deja de ser una melodía de amor eterna y circular, como las olas del mar. En el primer acto un laberinto de escaleras simboliza las idas y venidas de un amor irrefrenable. Ni Tristan ni Isolda necesitan de filtro alguno; su amor está presente desde el primer acorde, la lucha por fundirse el uno con el otro es solo impedida por su fieles Brangäne y Kurwenal. 

En el segundo acto su efímera unión en una especie de mazmorras de la estancias de Marke, se recrea como la ilusión construida de un mundo ficticio donde su amor palpita como una historia de dos niños perdidos en un mundo que no reconocen. Ambos se recrean con estrellas infantiles iluminadas, con barrotes como cárceles de unos sentimientos que no pueden abandonar, y con momentos de hermoso lirismo audiovisual como la proyección de sus sombras en un deambular conjunto a un futuro que saben no pertenece a la vida real. Katharina incide sobretodo en este segundo acto, en el work in progress que suponen siempre las producciones en Bayreuth, remarcando lo naïf de la situación de los amantes. 

El simbólico y oscuro tercer acto sigue la estela de las alucinaciones en los delirios de muerte de Tristan. Las múltiples proyecciones de Isolda, en sus facetas como mujer fatal, enamorada, esquiva, sangrienta o amante, torturan los últimos instantes de la vida del héroe. Ese final esquivo y desolador, de una Isolde que nos muere de amor sino que se ve obligada a seguir a Marke en una vida que ya no le pertenece, cierra o deja la puerta abierta a un amor imposible solo real en un mundo más allá de la muerte y las convenciones.

Christian Thielemann ilumina la partitura con un lirismo desolador. Más sombrío este año que en los anteriores, quizás contagiado del Lohengrin que también dirige. Su batuta siempre llena de fuerza, sensible y atenta, controlando el sonido característico del Festspielhaus, incide en un drama trascendente, yendo con su lectura sinfónica más allá de la calidad de las voces. De hecho pareció por momentos que el océano musical de la partitura se tragaba a las voces más allá de lo deseable, con Thielemann comandó un navío para mayor gloria propia y de la orquesta.

Este año ni Petra Lang ni Stephen Gould han estado a la altura del reto mayúsculo que supone esta ópera. Lang por ese timbre esquivo y acerado, con el que demuestra potencia y con el que lanza sus incisivas imprecaciones en el primer acto. Pero su color anfibio, con el que recuerda que no es una soprano stricto sensu, un sonido de afinación muchas veces al límite y unos cambios de coloración poco atractivos, colocaron a su Isolda más allá de la seducción o el humanismo que otras lecturas proponen. Lang trabaja las dinámicas y se entiende muy bien con Gould, sobre todo en un segundo acto donde ambos buscan fusionar sus timbres y controlar dos instrumentos pesados con estilo, pero lo consiguen a medias y en momentos puntuales. Petra Lang llegó al Liebestod con holgura, pero sin trascender más allá de un canto demasiado crispado y poco empático. 

Stephen Gould apareció más cansado que otros años, el timbre ha perdido esmalte y calidez, si bien la voz sigue sonando presente y potente. Hay algo de rutinario en su canto que le quita imaginación y fantasía a su personaje, sobretodo expresión. No todo es llegar con prestancia al tercer ato para afrontar esa muerte de una exigencia vocal legendaria. Gould lo consigue, pero le faltó sensibilidad y sobretodo lirismo a pesar de la alfombra sonora que Thielemann brinda a ambos protagonistas durante toda la ópera. Con todo, el público del Festspielhaus ovacionó a los dos intérpretes como si hubieran cantado la función de sus vidas.

René Pape volvió a interpretar al Rey Marke, un rol en el que ha sido de los mejores y que es un papel clave en su carrera. Sin embargo sonó distante y algo impersonal, como si lo doliente de su intervención del segundo acto fuera un simple trámite emocional. ¿Quizás contagiado por la asepsia de su personaje en la lectura de Katharina? Es posible, pero no sonó al Pape seductor y de canto redondo y explayado de otros años.

Demasiado similar en color y timbre con la Isolde de Lang la Brangände de Christa Mayer. Este año parece haber ensanchado su proyección y reafirmado un registro agudo que sonó más redondo y penetrante. Si bien volvió a demostrar sensibilidad en el fraseo con sus mágicas advertencias en el segundo acto, no acabó de mostrar el complemento femenino terrenal y protector de su personaje.

Resolutivo e incluso generoso en sus intervenciones el Kurwenal de Ian Paterson. Su color baritonal, dulce y meloso otorgó colores y empatía, firmando un tercer acto más que meritorio.

Corrección y poco más en el resto de personajes, para una función a mayor gloria de Christian Thielemann.