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La colina de los bichos

Bayreuth. 02/08/2018. Festival de Bayreuth. Wagner: Lohengrin. Piotr Beczala, Anna Harteros, Waltraud Meier, Tomasz Konieczny, Georg Zeppenfeld y otros. Dir. de escena: Yuval Sharon. Dir. musical: Christian Thielemann.

De un tiempo a esta parte, cuando se trata de Lohengrin, el Festspielhaus de Bayreuth pareciera haberse convertido en la colina de los bichos, habida cuenta de la referencia animal que ha presidido las dos últimas producciones de esta ópera allí. Si en 2010 fueron las ratas con Hans Neuenfels, ahora han sido los insectos, bichitos con dos alas, no se sabe bien si moscas, mosquitos, abejas o vaya usted a saber qué.

En Bayreuth rara vez los planes se resuelven tal y como se habían concebido en origen. Y este Lohengrin no ha sido menos, tras la renuncia de Alvis Hermanis a hacerse cargo de la producción, arguyendo como pretexto a la política de Angela Merkel hacia los refugiados. Sí se mantuvo la pareja artística formada por los pintores Neo Rausch y Rosa Loy, responsables de vestuario y escenografía, y se incorporó al frente al joven director estadounidense Yuval Sharon, quien con este trabajo se ha convertido en el primer americano en firmar una producción en Bayreuth.

Sharon se encontró así con una producción a medio hacer, con la labor de Rausch y Loy muy avanzada en el aspecto visual de la misma, y con ideas de Hermanis que no le quedaba otro remedio que asumir y arrastrar consigo. El resultado final ha sido lo más parecido a un fracaso, sin escándalo mediante, pero fracaso al fin y al cabo. Y es que a decir verdad cuesta mucho encontrar un hilo conductor coherente que sostenga y articule la dramaturgia de esta propuesta. La cuestión de la electricidad, como elemento omnipresente; el código cromático en un azul pálido y melancólico, que por momentos recordaba a a los tiempos de Wieland Wagner en Bayreuth, alternado después con un naranja "eléctrico"; hay una reminiscencia barroca, difícil de encajar con todo lo anterior, a través del vestuario, que oscila también por momentos hacia un imaginario más propio de un cuento de hadas. La escena del combate, sostenidos en el aire Lohengrin y Telramund, resulta grotesca y roza lo cómico. Y el inspirado telón con que se abre el segundo acto propicia una resolución demasiado tenebrosa de la acción en este punto, seguida además con un exceso de literalidad. Hay, en fin, alguna imagen potente, como la de un Lohengrin cansado, medio apesadumbrado, medio derrotado, que se aleja de Elsa en el último cuadro. También sorprende -aunque no convence lo más mínimo- la idea de un Lohengrin violento que amordaza a Elsa durante su dúo del tercer acto. Pero estas ideas son las menos, en una propuesta francamente desnortada y de muy escaso interés. El remate final es la reaparición de Gottfried convertido en un ser verde, casi fosforito, para perplejidad y risa de los presentes.

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Sin comerlo ni beberlo, el tenor polaco Piotr Beczala ha firmado este verano su debut en el Festival de Bayreuth, donde tenía previsto actuar en cambio el año próximo, junto a la Elsa de Anna Netrebko, tal y como esta nos había confesado en una entrevista. Ocupando el hueco dejado por Roberto Alagna y su espantada, apenas a un mes del estreno, Beczala ha cosechado un éxito incontestable, tanto por salvar los muebles de estas funciones como por su buena labor en el rol titular. En plenitud de medios, con un instrumento amplio, fácil, brillante y homogéneo, el tenor polaco resuelve la partitura con relativa comodidad, más allá de algún instante de fatiga en el tercer acto. No es Beczala, todo hay que decirlo, un actor excelso; a su Lohengrin le falta hondura, una mayor trascedencia dramática. Su fraseo es a veces más pálido y uniforme de lo que debiera, si bien está respaldado por una emisión confiada y segura. Canta con suma elegancia y construye un Lohengrin plateado, aunque a veces algo inane, como ya apuntamos al hilo de su debut con el rol en Dresde, también entonces con Thielemann a la batuta.

Temperamental, nada apocada, convenció la Elsa de Anja Harteros, cantada con iguales arrojo y lirismo, al parecer mucho más entonada que en la première. Harteros lleva con este rol a sus espaldas desde hace casi una década, cuando lo debutó en Múnich junto a Jonas Kaufmann, quien firmó también entonces su debut como Lohengrin. Cantante de referencia para el repertorio alemán, Harteros ha tenido que esperar toda una década para poder presentarse en Bayreuth. Su Elsa es hoy menos liviana e inocente, como cuadra por otro lado a su instrumento, ahora más denso y consistente. En sus intervenciones del segundo y tercer acto, en sendos dúos con Ortrud y Lohengrin, logró momentos de una belleza extraordinaria recurriendo a una media voz perfectamente administrada.

Mucha clase, inteligencia y magnetismo en la Ortrud de Waltraud Meier. Una verdadera encarnación la suya con este rol: esa mirada, ese gesto, esos acentos... Ya en el ocaso de su carrera, fue muy emocionante escucharla de nuevo en el escenario que de algún modo la vio nacer como artista, con aquella Kundry de 1983. A decir verdad, no sé de donde sacó las fuezas para desafiar al paso del tiempo y firmar la imponente imprecacion a los dioses que ofreció en el segundo acto. Los pelos de punta. Su dúo con la Elsa de Harteros en el segundo acto fue sin duda uno de los momentos más intensos y hermosos de la velada. Los aplausos y ovaciones a Meier tras la función son el reconocimiento a una de las trayectorias más imponentes del mundo de la lírica en las últimas décadas.

 

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Completando el plantel de protagonistas, decepción con el polaco Tomasz Konieczny, de emisión tosca y fraseo vulgar. Es cierto que Telramund no es un ser refinado y noble, pero tampoco puede abordarse su interpretación desde un ángulo tan burdo y rudo como el aquí planteado. Sensacional en cambio, una vez más, Georg Zeppenfeld en la parte del Rey Enrique: emisión segura y dúctil; instrumento amplio y homogéneo; fraseo de gran escuela e imponente teatralidad. 

Desde el foso Christian Thielemann desplegó un discurso un tanto convencional, sin demasiados riesgos ni hallazgos, canónico con todo lo bueno y menos bueno que ello implica. Hay en su Lohengrin belleza y espectacularidad, desde una óptica a veces oscura y melancólica, muy en consonancia con el código cromático de la producción, lo que aleja la propuesta de unas coordenadas que pudieran parecer superficiales. El resultado es un Lohengrin menos rutilante y también menos inspirado que el de hace dos años en Dresde, entonces también con Beczala en el rol titular, allí con Anna Netrebko como Elsa. Bárbaro rendimiento del coro del Festival y refinada labor de la orquesta.