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"Un americano en París": Cumbre del cine musical.

La Orquestra Simfònica Camera Musicae pone banda sonora en directo a esta cinta inolvidable, ganadora de 6 Premios Oscar, en una gira por España. Entradas e información en este enlace.

En 1928 George Gershwin era ya un compositor muy conocido en Estados Unidos; tras abandonar la escuela a los quince años, se ganó la vida como pianista en lo que se conoce como Tin Pan Alley, el entramado de compositores y editores de partituras afincados en Nueva York y que dominaron la música popular americana hasta la Gran Depresión. Gershwin hizo un poco de todo: acompañar cantantes, grabar piezas de piano en rollos para pianola, interpretar a primera vista partituras para los clientes que deseaban comprarlas, y, por supuesto, componer canciones para todo tipo de espectáculos. Algunas de estas canciones comenzaron a cimentar su popularidad, y su primer gran éxito a escala nacional le llegó  en 1919 con Swanee, que fue grabada por Al Johnson. Gershwin continuó trabajando en el circuito de Broadway, y en 1924 el director Paul Whiteman le encargó la obra que le consagraría como uno de los compositores más importantes (y “serios”) de América. La obra era, obviamente, Rhapsody in blue, compuesta inicialmente para banda de jazz y piano, y reorquestada después en la versión sinfónica que es la más ampliamente conocida. Poco hay que contar ya del enorme éxito de la obra, aunque sí merece la pena resaltar ese aspecto de “seriedad” que mencionaba antes, y que llevó a Gershwin, que deseaba efectivamente dar un paso más allá en su música, a Europa, para formarse con alguno de los maestros más importantes y adquirir así ese marchamo de profundidad compositiva que sentía le faltaba al estar demasiado identificado con la música popular americana.

Curiosamente, en Europa se encontró con que esos maestros con los que quería trabajar, como Nadia Boulanger y Maurice Ravel, parecían respetar más que él mismo ese pasado suyo como músico popular. El jazz causaba en Europa una fascinación indudable, y era considerado como una forma de arte en un sentido más profundo de lo que lo era en Estados Unidos, donde había nacido el estilo, y donde seguía siendo considerado música de tugurios de baja estofa, y sobre todo, de negros. Y aunque la música de Gershwin no pudiera ser considerada jazz en un sentido estricto, sí que pertenecía de alguna manera a ese entorno, y era de esa consideración de música de segunda clase de lo que el autor trataba de salir. Pero los respetables maestros europeos le aconsejaron no abandonar su estilo propio, sino más bien reivindicarlo, convenciéndole de que no le hacían falta pátinas de seriedad europea a una música como la suya. Tanto la famosa frase de Ravel, preguntándole por qué querría ser un Ravel de segunda cuando podía ser un Gershwin de primera, como la anécdota, no menos famosa, con Stravinsky, quien cuando el americano, tras pedirle ser su alumno, le contó el dinero que ganaba, dijo que más bien tendría que ser Gershwin quien le diera lecciones a él, parecen ser hoy en día historietas apócrifas pero pueden reflejar esa situación de mayor valoración de la música americana, especialmente el jazz, como producto cultural, por parte de los músicos europeos.

De modo que Gershwin se volvió a América sin haber recibido lecciones de ninguno de esos maestros a los que admiraba, pero no volvió completamente de vacío a casa. Al margen de contactos y amistades establecidas en Europa, se trajo una partitura, un esbozo melódico titulado Very parisienne, que poco después utilizaría como base para componer An american in Paris, obra que él calificó de “ballet rapsódico”, y que pretendía expresar las vivencias de un visitante americano paseando por las calles de París. La pieza se estrenó en 1928 en el neoyorquino Carnegie Hall con gran éxito de público, aunque algunos críticos comentaron que la pieza estaba un tanto fuera de lugar en un programa junto a obras de compositores como Franck o Wagner.

 

 

En 1951, catorce años tras la prematura muerte de Gershwin en 1937, Vincente Minnelli  retomaría la obra para basar en ella su película del mismo título, que, protagonizada por Gene Kelly y Leslie Caron, se convertiría en uno de los más grandes éxitos del cine musical de todos los tiempos. El film utiliza varias canciones compuestas por Gershwin junto con su hermano Ira para diversos musicales, y las engarza en la historia de los amores del pintor Jerry Mulligan (Kelly) y Lise Bouvier (Caron), a la sazón novia de un cantante amigo de Mulligan. La historia y la película culminan con la inolvidable secuencia de ballet de diecisiete minutos, en las que por fin suena la pieza completa de Gershwin, arreglada para la película, eso sí, por Johnny Green.

Naturalmente, al hablar de la película, hay que centrarse en su fuerza motora, Gene Kelly. Kelly ya era un actor y bailarín de enorme éxito, pero en solo dos años iba a protagonizar y coreografiar, además de Un americano en París (1951), nada menos que Cantando bajo la lluvia (1952), que además codirigió con Stanley Donen. Las dos películas lo llevaron directamente al olimpo de Hollywood. Un americano en París tuvo, inicialmente, más éxito tanto de crítica como de público, pero con el tiempo ha sido Cantando bajo la lluvia la que ha terminado siendo considerada como la mejor película musical de la historia.

Un americano en París ganó seis premios Oscar, entre ellos el de mejor película, y Kelly, que no estaba nominado como actor, recibió uno especial por su versatilidad artística, lo que da buena prueba de la impresión que el film causó en el mundo de Hollywood. Prácticamente todas las canciones de Gershwin utilizadas en la película se han convertido en estándares de la música popular, con cientos de versiones de todos los estilos, y la secuencia del ballet continúa siendo hoy en día tan impresionante como cuando se estrenó, una de las cumbres de la danza en el cine, con imágenes que el público guardará en sus retinas para siempre.