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Emilio Arrieta y el teatro lírico español, de Jesús María Macaya. Editado por Editorial Arpegio.

Esto de los números redondos tiene la ventaja de que uno puede ser sorprendido con conciertos en los que se programen obras infrecuentes, con grabaciones inéditas y con la aparición de libros que descubran y/o profundicen la figura recordada por tal fecha. Esto es lo que ocurre con el libro que nos ocupa, Emilio Arrieta y el teatro lírico español, obra que enmarcamos dentro del bicentenario del nacimiento del compositor navarro (1821-1894), dedicado de forma preferencial al teatro lírico y autor –hoy en día, al menos- recordado por una sola obra, Marina.

Tal y como anuncia el título tiene el libro dos objetivos: por un lado, profundizar en la figura de Emilio Arrieta, figura clave del teatro lírico español del siglo XIX, siglo que en un porcentaje relevante el de Puente la Reina recorrió con su azarosa vida. Por otro, y con la excusa del compositor navarro, repasar los distintos avatares que vivió el teatro lírico español durante el mismo periodo de tiempo, vertebrado por la figura de Arrieta que si no la principal –cuestión que puede ser motivo de discusión- sí al menos se convierte en inevitable e inexcusable a la hora de abordar el género.

Indefectiblemente el libro también profundiza en la historia de España pues al protagonista le toco nacer durante la primera restauración borbónica –el nacimiento del compositor se produce durante el final del reinado de Fernando VII- para luego alcanzar su madurez personal y artística con el reinado tumultuoso de Isabel II, vivir el efímero paso de Amadeo I de Saboya, la Primera República, el reinado de Alfonso XII, su prematuro fallecimiento y el nacimiento del niño rey, Alfonso XIII, ya en la segunda restauración borbónica. No está nada mal haber sobrevivido a cinco reyes, más teniendo en cuenta la relevante implicación de Arrieta en la administración a través del Conservatorio Superior de Madrid, llamado entonces Escuela Nacional de Música y de la que fue director durante casi tres décadas.

El autor, Jesús María Macaya, utiliza para el repaso de la obra de Arrieta fundamentalmente las reacciones vividas por los distintos medios de comunicación de la época y de otros colegas músicos de las óperas y zarzuelas del compositor, dejando en un segundo plano otras cuestiones relativamente importantes cuales pudieran ser la vida personal del compositor o su relación con la política de la época. Así, prácticamente la mitad del libro son transcripciones directas de distintas publicaciones de la época valorando todos y cada uno de los estrenos del compositor.

Leído con detenimiento el libro uno no puede sino sentir la atemporalidad de algunas discusiones propias del mundo musical. Hace ya más de un siglo se debatía sobre el valor y el futuro de la zarzuela y se intuía el final del género tras la desaparición de Arrieta y otros. Lejos estaban de suponer que figuras como Pablo Sorozabal, nacido solo tres años después del fallecimiento del compositor navarro (1897), habrían de dar empuje y renovación al género. Hoy, sin embargo, la zarzuela parece ahogarse en la falta de creatividad de los compositores y en la de imaginación de los programadores, empeñados en repetir ad nauseam los mismos veinte títulos sin descanso.

Hace más de un siglo también se suspiraba por la creación de una ópera española que pudiera ser alternativa a la tiranía de la ópera italiana y en la que Arrieta tuvo limitado protagonismo porque con la excepción de la reconvertida Marina todo el resto de sus títulos en este género fueron éxitos efímeros y que hoy duermen el sueño de los justos, intuyo que por mucho tiempo. Hoy se siguen estrenando títulos en castellano y de compositores españoles aunque el objetivo ha quedado diluido por aquello de la internacionalización de un género que a finales del siglo XIX era eminentemente italiano y que hoy es –por suerte- mundial. Eso sí, la mayoría de las obras pasan al cajón del olvido al poco de su estreno.

Hace un siglo se consideraba realmente malo el libreto de Marina y mucho más relevante la música del navarro, lo que me ha dejado en paz conmigo mismo pues siempre me ha producido auténtica estupefacción tal libreto. También en aquella época se hacían chanzas con la duración de las óperas de Wagner y el mismo Arrieta, de forma socarrona alude a ellas tras su experiencia en Bayreuth allá por 1889, apenas cinco años de su fallecimiento.

También hace más de cien años existía una prensa beligerante, hiriente incuso cuando de criticar al otro se trataba, que acudía al estreno de una zarzuela, hoy fenómeno rara avis, dispuesto a aplaudir o desollar al compositor de turno en virtud del éxito o fracaso de la obra. En fin, nada nuevo bajo el sol. Lo que sí podemos envidiar era el número de estrenos y reposiciones que se daban de los distintos títulos del compositor.

Resumiendo: Emilio Arrieta se llamaba en realidad Pascual; era amante de la natación en particular y del mar en general. Amante del buen comer, del buen beber y de los sanfermines, supo lidiar con distintos regímenes, con distintas administraciones y como es usual, fue vilipendiado en los últimos años de su vida por aquellos que, quizás, solo añoraban su puesto.

Emilio Arrieta es historia de la lírica pero hoy solo se conoce y programa Marina. Otros títulos que le dieron un éxito relevante, como El dominó azul o El grumete hoy son totalmente ignorados. Por suerte en pocas semanas podemos conocer, siquiera en versión de concierto, San Franco de Sena, su última zarzuela, en función programada en el Baluarte pamplonica para el próximo 30 de diciembre.

Y es que para eso valen los números redondos: para que se editen libros, para que se programe lo infrecuente, para editar algún CD,… y luego volver a la rutina. Un libro que al menos nos sirve para entender la verdadera dimensión del compositor.