La música invisible de las mujeres
Música, mujeres y educación. Composición, investigación y docencia. Ana María Botella Nicolás (coord.). Universitat de València, 2018.
Resulta siempre difícil construir una imagen homogénea de un volumen colectivo. En este caso además, nos encontramos con una publicación tremendamente heterogénea y plural –el título no engaña–, que vista en conjunto se encuentra a medio camino entre el manifiesto reivindicativo y el trabajo de investigación académica.
Además del enfoque metodológico, procedente de los estudios de género, y el impulso reivindicativo contra el sesgo androcéntrico de la historiografía y la actividad musical, si hay algo que compartan todas las autoras que reúne Música, mujeres y educación es el propósito, ya anunciado en el prólogo de Elena Castro, de conjugar los tres elementos del título para que el conocimiento se ponga al servicio de la docencia, o lo que es lo mismo, de la transformación social porque esta, si aspira a ser profunda, sólo podrá nacer en el ámbito educativo. Precisamente, estableciendo puentes entre espacio, poder y conocimiento, Helena Rausell Guillot y Marta Talavera Ortega establecen un breve análisis crítico de la omnipresencia masculina en la nomenclatura de los centros escolares así como Ana López Navajas, con gran experiencia tanto en la recuperación del legado de las mujeres como en la asesoría educativa, apunta diversas medidas para el futuro. Por su parte, Laura Capsir Maiques nos habla, en uno de los artículos más elocuentes del libro, desde la experiencia que tiene dentro de las aulas: precisamente esa de la que carecen todos los ministros, consellers y demás individuos variopintos que terminan marcando y perpetuando dinámicas y programas educativos. También el ámbito educativo trasciende las aulas, puesto que Ana María Botella Nicolás y Amparo Hurtado Soler nos recuerdan, recurriendo a la antropología feminista, el espacio de las festividades populares aplicado al caso de la Fiesta de Moros y Cristianos.
En ese sentido resulta sugestiva también la aportación de Rosa Isusi-Fagoaga sobre las óperas de Matilde Salvador –primera compositora en estrenar una ópera en el Liceu– porque además de sintetizar rasgos de la producción de la compositora valenciana, se atreve a aportar propuestas pedagógicas concretas. Con notable agilidad conceptual, Rosa Iniesta Masmano aborda la espinosa cuestión de las directoras de orquesta, una de las figuras –particularmente en España– más olvidadas quizás junto al de las compositoras, recurriendo al armazón teórico de Edgar Morin, muy atenta a figuras actuales como Simone Young o Alondra de la Parra.
No existe en el libro, pese a ese enfoque metodológico más o menos intermitente de los estudios de género, la aplicación clara de categorías teóricas o planteamientos feministas de corte esencialista (aunque estos últimos, en algunas aportaciones como la de Ugalde o la de Iniesta, se puedan vislumbrar). En líneas generales, las autoras asumen una postura intervencionista y pragmática (donde hay espacio para hacer inventario de experiencias concretas como la década del coro de mujeres A cau d’orella por parte de Ana María Botella Nicolás y su directora, Mònica Perales i Massana). No cabe duda de que la cuestión trasciende el fenómeno puramente musical o artístico. Un planteamiento desde el que parte Silvia Martínez Gallego para elaborar un brillante artículo con orientación historiográfica, muy completo y de larguísimo recorrido, que podría servir tanto de introducción a este volumen como de línea de investigación sobre la que edificar una carrera académica (la propia autora defendió hace poco más de tres años una tesis doctoral sobre el papel de la educación artística en los planes educativos de Magisterio).
Asumiendo la obviedad de que el material musical no tiene género, la compositora Eva Ugalde parte de una definición de la música escrita por mujeres desde lo extramusical. Al fin y al cabo, toda obra musical es un objeto cultural cargado de significado, en diálogo con otros objetos culturales. No sólo porque pueda tener género “todo lo que rodea a la creación”, como recuerda Ugalde, fuentes, textos, vivencias... sino también porque la música es sonido –un fenómeno físico– que podemos producir y percibir pero siempre que percibimos el sonido percibimos algo más: estamos ya en un horizonte de sentido, en una cultura.
Al final de su vida, Michel Foucault recordaba con añoranza los tiempos en que “leer un libro, hablar de un libro, era un ejercicio al que uno se entregaba en cierto modo por uno mismo, para beneficio propio, para transformarse uno a sí mismo”. En efecto, un libro debería ser una caja de herramientas para ampliar y transformar los márgenes de la realidad. Este libro cocinado en un contexto específico –el entorno académico y artístico de la Universidad de Valencia–, sin embargo lo es porque apunta a poner los cimientos de ese horizonte, repensando y discutiendo la silenciada actividad musical de las mujeres en nuestra cultura: para que el silencio no coagule en el olvido, Luisa Tolosa-Robledo cierra el volumen reivindicando el papel de los archivos y centros de documentación que hagan posible “crear nuestra propia memoria para hacernos visibles”. Poner sobre la mesa la cuestión para discutirla y transformar quizás nuestra vida musical, mal que le siga pesando a trasnochados y nostálgicos del antiguo régimen, es cada vez más necesario y saludable. En otras palabras, inevitable.