Vigencia cien años después
23/03/2023. Palacio Euskalduna, de Bilbao. Louise Farrenc: Sinfonía nº 3 en sol menor, op. 36. Maurice Ravel: Don Quichote à Dulcinée. Falla, Manuel de: El retablo de maese Pedro. Naroa Intxausti (soprano), Mikeldi Atxalandabaso (tenor), José Antonio López (barítono), Compañía de marionetas Per Poc y Orquesta Sinfónica de Bilbao. Dirección: Erik Nielsen.
En 23 de marzo de 1923, en el Teatro San Fernando, de Sevilla y en versión de concierto se estrenó El retablo de maese Pedro, una de las óperas más singulares del siglo XX español; su singularidad radica tanto en su duración –no llega a los treinta minutos- como en su formato pues es obra pensada para grupo musical de cámara, tres solistas vocales y grupo de marionetas que acompañan la narración de la historia de Melisendra.
Exactamente cien años después la Bilbao Orkestra Sinfonikoa (BOS) ha realizado dentro de su ciclo de abono y demostrando tener buen tino un concierto de justo homenaje y adecuado recuerdo a esta operita con su pertinente grupo de titiriteros y tres solistas de alto nivel. Ello, para terminar conformando un programa muy bien diseñado, inteligente y coherente. Porque el programa recorría los siglos XIX y principios del XX a través de la música de la francesa Louise Farrenc (18041875) y de otros dos compositores nacidos prácticamente en el momento del fallecimiento de la susodicha: el vasco Maurice Ravel (1875-1937) y el andaluz Manuel de Falla (1876-1947). En estos dos últimos casos el nexo de unión era, además de su coetaneidad, el tema quijotesco; y es que la novela de Miguel de Cervantes ha sido fuente de inspiración ya en su totalidad ya en momentos seleccionados, de muchas obras musicales de todos los géneros, de múltiples compositores adscritos a muy diversas estéticas. He de reconocer que todo apuntaba a un concierto ejemplar y, sin embargo, tras finalizar el mismo la sensación predominante era agridulce porque si nada había salido mal las cosas no habían terminado de cuajar.
La puesta en escena de El retablo de maese Pedro se convertía en el plato fuerte del concierto y quizás ahí residieron los principales problemas. Nada que reprochar al conjunto vocal, todos ellos reconocidos artistas y que conformaron un trío de muy alta calidad. El maese Pedro ha sido un Mikeldi Atxalandabaso que está en un estado de forma pletórico. Su voz corre por el recinto –inmenso, ya se sabe- con insultante facilidad y aunque el papel apenas permite exhibición alguna su dicción ha sido irreprochable y la intención de sus pocas frases, la adecuada. José Antonio López ha construido un Don Quijote de gran credibilidad y sus momentos, tanto los condescendientes con el muchacho narrador como los surgidos por su locura quedaron muy bien moldeados. Naroa Intxausti dibujó un Trujamán de altura… hasta que se convirtió en la principal víctima de que la orquesta de cámara se encontrara en el mismo plano. Y es que, por desgracia, una obra en la que la percusión goza de protagonismo y las voces quedaron tapadas. Así, toda la escena final en la que se narraban la persecución de los fugados y el momento de la enajenación del caballero Don Quijote quedaron en exceso hipotecadas. Y es que Erik Nielsen, siempre tan eficaz, no pudo encontrar ese justo equilibrio entre las voces y su plantilla orquestal.
El segundo problema, bastante previsible, es que la aportación del grupo de titiriteros quedo en poca cosa ante las dimensiones del escenario y de todo el recinto, hasta el punto de ser difícilmente perceptibles los distintos personajes que aparecían en la narración de Trujamán. No niego que se hicieron esfuerzos por sacar jugo a la propuesta semi-escénica pero creo, sinceramente, que el resultado fue bastante pobre. En este sentido la compañía de títeres Per Poc hizo lo que pudo, no lo niego, pero con escaso éxito.
Esta breve ópera completó la segunda parte del concierto con el ciclo de tres canciones Don Quichotte à Dulcinée, de Maurice Ravel, con protagonismo del mismo barítono, José Antonio López y que fue el momento más interesante de la velada. Aquí sí, existió el necesario equilibrio entre voces e instrumentos y, además, López enseñó una voz oscura, bien proyectada, sonora por lo tanto y con brillante dicción. Lo que uno no terminará de entender es que en pleno siglo XXI tengamos que reclamar ¡una vez más! la traducción simultánea de los textos cuando del género de la canción hablamos. Aún más, resulta difícil de entender que se emitieran imágenes en el fondo del escenario que en poco ayudaban a la compresión de lo cantado mientras se nos hurtaba la traducción literal.
Toda la primera parte se ocupó con la Sinfonía nº 3 de la redescubierta Louise Farrenc. Solo hace dos meses escuchábamos esta misma obra en un concierto de abono de la Orquesta Sinfónica de Navarra y las mismas sensaciones quedaron evidenciadas: una obra de aparente sencillez que contiene, sin embargo, una escritura de mucho interés, enmarcada estilísticamente dentro del romanticismo pero sin alardes ni requiebros innecesarios.
La respuesta del público fue positiva pero sin alharaca alguna y es que, por cualquier razón, faltó ese punto de conexión entre los intérpretes y el púbico, entre la música y los receptores.