Los equilibrios de Bachler
Múnich. 17/05/2018. Bayerisches Staatsoper. Donizetti: Lucia di Lammermoor. Venera Gimadieva (Lucia Ashton), Mariusz Kwiecień (Lord Enrico Ashton), Juan Diego Flórez (Sir Edgardo di Ravenswood), Gaetano Salas (Lord Arturo Bucklaw), Mika Kares (Raimondo Bidebent), Alyona Abramowa (Alisa), Segiu Saplacan (Normanno). Dir. escena: Barbara Wysocka. Escenografía: Barbara Hanicka. Vestuario: Julia Kornacka. Iluminación: Rainer Casper. Video: Andergrand Media + Spektacle. Dir. musical: Antonino Fogliani. Bayerisches Staatsorchester. Coro de la Bayerischen Staatsoper.
Fue allá por el 2015, bajo la dirección musical de Kirill Petrenko, cuando la puesta en escena de esta Lucia vio por primera vez la luz en la ópera nacional de Baviera. Pocas cosas han cambiado y lo que entonces me resultó convincente sólo por su reparto, a día de hoy sigue mostrando las heridas que la escena infirió. Aun así el intendente Bachler, quien despedirá su reinado junto al de Petrenko, sigue haciendo meritorios equilibrios con esta producción. Si otrora el papel principal era encomendado a Diana Damrau en esta ocasión viste sus paños Venera Gimadieva, quizá un paso hacia atrás en el cartel –aunque sólo sea por experiencia y trayectoria–, mientras Edgardo estuvo representado por el tenor peruano Juan Diego Flórez, un paso hacia delante respecto a Pavol Breslik, el pretendiente asignado para el estreno.
La puesta en escena de Barbara Wysocka sitúa la acción en la américa del periodo de los Kennedy, reflejada en mayor medida por el vestuario de Julia Kornacka y un puntual atrezo, como el Cadillac rosa en el que veremos llegar a Edgardo en el primer acto.
Los tres actos con siete escenas del libreto de Salvadore Cammarano se condensan para la escenógrafa polaca en un solo espacio elaborado por Barbara Hanicka. Una única habitación con perspectiva borrominiana (echen un vistazo a la Galleria del Palazzo Spada de Roma y se harán una perfecta idea) que gracias a nimios detalles ofrece al público las “necesarias” referencias al texto para evitar el posible despiste. Si uno no es algo despierto, ya les adelanto que no lo consigue. El jardín del castillo de Lammermoor (primera escena del primer acto), por poner un ejemplo, es recordado mediante la presencia de un descolgado cuadro en el que aparece el susodicho y una fuente (para la segunda escena). Entre escena y escena en la pared del fondo de la estancia se proyecta además un video con una especie de cámara subjetiva que sigue los movimientos “fuera de plató“ de Edgardo y que además sirve para rellenar los pocos cambios mudos a los que se somete dicho espacio.
Wysocka no se limita a mutar las referencias locales, sino que además propone una nueva lectura caracterial, drástica y convulsiva, sobre todo si hablamos de Lucia. La locura de la novia de Lammermoor es para ella más cabal de lo que Donizetti quiso y formuló en su música, mutando fundamentalmente ésta en un fuerte temperamento que ocasiona cierta controversia respecto a las consabidas decisiones que la protagonista va tomando. Ahí radica la locura en esta moderna dramaturgia, en que su Lucía actúa al contrario de lo que se esperaría según el temperamento que muestra en la tarima.
A pesar de lo que sucede con su personaje Venera Gimadieva es de esas sopranos a las que no se les puede poner pero alguno en cuanto a presencia escénica. Sin tener un instrumento excelso para la coloratura su voz es lo suficientemente ágil como para enfrentarse a ella sin obstáculos, y fundamenta su gran rendimiento en su musicalidad y en una amplia y cristalina voz (que no frágil), que Donizetti hermanó además para este título en diversas ocasiones con la armónica de cristal, felizmente utilizada en las representaciones muniqueses. Gimadieva es sin duda una artista completa en tan diversas facetas que es difícil prever donde encontrará barreras para no alzarse como una de las voces más solicitadas del futuro del género.
Ni que decir tiene que Juan Diego Flórez encontró en la joven soprano rusa toda la inspiración que podía necesitar para, una vez más en apenas un mes, mostrar al público de la Staatsoper que no sólo su voz tiene pocas máculas, con un color que con los años gana si cabe enteros y riqueza, sino que la convincente teatralidad y su notable dicción es fruto de un don sustentado por un intenso trabajo.
Mención también merecen las excelentes prestaciones del barítono Mariusz Kwiecień y el bajo Mika Kares, con voces en perfecto equilibrio con las de los protagonistas tanto por calidad del instrumento como por su convincente lectura y dramatización del texto.
Antonino Fogliani, al mando de una puntillosa orquesta, no llevó la partitura por derroteros ignotos y dejó fluir la musicalidad de un Donizetti que si bien no creo hubiese abierto los ojos seguro que hubiese escuchado con gusto.