La llama verdiana
Madrid. 14/07/19. Teatro Real. Verdi: Giovanna d'Arco. Carmen Giannattasio (Giovanna). Michael Fabiano (Carlos VII). Plácido Domingo (Giacomo). Moisés Marín (Delil). Simón Orfila (Taldot). Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Versión concierto. James Conlon, dirección orquestal.
Giovanna d'Arco es la séptima ópera de Verdi y representa a la perfección su conocida como época de galeras (en ese mismo año, 1848, también estrenaría la aún menos conocida Alzira). Aún bebe bastante de la pureza belcantista, con reflejos de Bellini, Donizetti e incluso Rossini. También de su propio imaginario anterior, pues escuchamos momentos que vienen a recordar a Nabucco, Ernani, o I due Foscari, alguna de sus creaciones más redondas, o al menos más sonadas, hasta la fecha. El libreto es un poco - bastante - de aquella manera, ciertamente, con Solera salvando a Juana de Arco de la hoguera, aunque no de la muerte, y ahondando en el drama paterno-filial, tan presente en el trabajo de Verdi. Se cambia aquí la acusación de la Iglesia por la ética paterna, en un giro que permitía salvar la censura de la época, en un drama insuflado de patriotismo, que es una diana segura tanto en el siglo XIX como hoy en día en los teatros de ópera. La historia francesa contada por un alemán (Schiller) y llevada al melodrama por italianos. Decía el director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch, en la presentación a la prensa de estas funciones, que sería una pena ofrecer La traviata en versión concierto, pero que Giovanna se amolda perfectamente a la versión concierto. Estoy con él y no estoy con él. En La Scala de Milán (donde fue estrenada en su época) abrieron temporada con ella escenificada no hace tanto tiempo. La cuestión de fondo o incluso superficial es que con Violetta hay muchas más posibilidades de hacer caja, por aquello del mainstream, que también se da en la clásica (más que en el pop, puesto que aquí la "moda" la convertimos en tradición por unos cuantos siglos), que con la pobre Giovanna. Hay que tener en cuenta qué teatros - y qué público - se pueden permitir una Giovanna con toda la parafernalia y cuáles no.
El caso es que Giovanna supuso un moderado éxito para Verdi, repitiéndose en La Scala varias veces por semana durante el resto de temporada. Sin embargo, el compositor terminó un poco hasta la peineta del teatro. El hombre ya venía quemado de antes. Si no de La Scala, sí de su intendente Bartolomeo Merelli y no volvió a estrenar allí hasta 1869, con la versión revisada de La forza del destino. Giovanna tiene un atractivo único, un encanto especial mezcla de los fulgurantes momentos belicosos, ardientes, que son puro fuego verdiano,junto a la introspección de las páginas más contemplativas. Galopadas varias bajo sendas tormentas; climatológicas o interiores. Un diamante de la primera época verdiana, como decía, con la que es imposible no conectar y arrobarse los oídos.
Para este nuevo Verdi en versión concierto, tras Macbeth, I vespri siciliani, Luisa Miller e I due Foscari, el Teatro Real vuelve a contar con Plácido Domingo en su incursión baritonal. Y es un tanto volver a decir lo mismo, ante la misma estupefacción del milagro de una voz que es puro teatro. No hay más que ver a Domingo entrar sobre el escenario para darse cuenta. Aunque no cantase una sola nota, el drama va con él. Y el caso es que canta, a sus 78 años, de forma extraordinaria para su edad. Cierto es que el papel de Giacomo escapa de sus cualidades y, sobre todo, del color de su timbre, mucho más claro y liviano de lo que requiere el personaje; pero el pathos está ahí y sigue regalando momentos de gran calidad, como el dúo con la soprano del tercer acto, seguramente lo mejor de la noche.
Al Carlo VII de Michael Fabiano, personaje pusilánime donde los haya con el que entiendo ha de ser complicado conectar emocionalmente, se le braveó y gritó "tenore" en una voz que sin duda fue ganando enteros a medida que la noche avanzaba y la voz se calentaba, con un ascenso al agudo que comenzó a engrasarse tras el descanso. La voz de Fabiano se muestra ardorosa, cálida, con un sugerente registro medio, con un fraseo más trabajado en los momentos solistas que en los números de conjunto, en un personaje que aún debería interiorizar más para ofrecer una creación más redonda del mismo (cuando entra Giacomo para el a cappella del prólogo, Giovanna y Carlo VII no lo ven, pero Fabiano reacciona ante la entrada de Plácido y se le queda mirando, por ejemplo, lo cual no tiene mucho sentido. Cosas de las versiones en concierto, supongo). La temporada que viene Fabiano cantará Traviata en el Real, pero sería fantástico, qué se yo, que en este despliegue verdiano del teatro, acabara protagonizando Un ballo in maschera, con un Riccardo más central que parece irle como anillo al dedo. Algo me dice que tendremos esa suerte.
Como protagonista, la Giovanna de Carmen Giannattasio. El personaje puede resultar complicado, que lo es, pero la italiana acaba de cantar Norma en Múnich, por lo que puede verse a esta heroína verdiana como una hermana pequella de aquella belliniana, que a todas luces lo es. El concepto ha de ser - siempre ha de ser - belcantista y así ha sido la vía de mostrarla por parte de la soprano. Un timbre con cierto punto oscuro y suntuoso hicieron de esta Giovanna un retrato de una mujer más madura y cabal, que no teme a las agilidades y que mostró una línea homogénea con la que dibujarla. Su voz, además, fue la única que en todo momento superó los decibelios de una orquesta y coro nada condescendientes.
Una orquesta a manos de un James Conlon bastante rutinario, de gran intensidad, ciertamente, pero sin nada que decir en lo particular, sin una articulación o fraseo verdiano o meramente distinguido, con el que saca adelante una función que siempre va hacia delante, con oficio de maestro bregado en un sinfín de fosos.
Macbeth (x2), I vespri sicilianni, La traviata (x2), Rigoletto, Luisa Miller, I due Foscari, Otello, Don Carlo, Aida, Falstaff, Il trovatore... súmenle Nabucco con Saioa Hernández un poco más adelante y el Ballo in maschera que les comentaba... todo esto en una horquilla de unos ¿10 años? (si la memoria no me falla mucho) y de momento servido todo ello con más acierto que desacierto, diría yo. Ya lo sé, no se puede negar al padre, pero tampoco podremos negar que el Real se ha convertido - siempre lo ha sido en realidad - en un teatro con llama verdiana.
Foto: Javier del Real.