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Amar a Wagner 

Dresde (16/02/2020) Semperoper. Wagner: Los Maestros Cantores de Nüremberg. Georg Zeppenfeld (Sachs), Vitalij Kowaljow (Pogner), Klaus Florian Vogt (Walther), Sara Jakubiak (Eva), Sebastian Kohlhepp (David), Christa Mayer (Magdalena) Coro de la Ópera Estatal sajona. Staatskapelle de Dresde. Dirección de Escena: Jens-Daniel Herzog. Dirección musical: Christian Thielemann.

La relación de Christian Thielemann con la obra de Richard Wagner viene de lejos y sigue perdurando. No hay más que leer su libro sobre Bayreuth para darse cuenta que el director berlinés se siente muy unido a la obra del compositor sajón. De hecho, se creó el puesto de Director Musical del Festival de la ciudad bávara para él. Quizá como compensación a la ascensión al otro trono musical alemán, la Filarmónica de Berlín, de Kirill Petrenko. Y aunque Thielemann es el director que más funciones ha conducido en Bayreuth, sigue habiendo un “enfrentamiento” (alimentado por medios y aficionados) por ver cuál de los dos grandes directores aborda mejor las obras wagnerianas. Son conceptos muy distintos, acorde a dos caracteres completamente opuestos en su manera de afrontar esta música. Esta comparativa daría para artículos y debates, pero aquí estamos para comentar Los Maestros Cantores de Nüremberg que en la Semperoper de Dresde, su casa musical, ha dirigido Thielemann, y vaya por delante que su interpretación fue excelente. 

El Wagner de Thielemann es poco innovador. Quien va a oír sus interpretaciones sabe que su batuta siempre seguirá el camino marcado por la gran tradición de la dirección wagneriana. Esto, dicho así, suena a poca originalidad, pesadez, o estricto cumplimiento de esas reglas no escritas que gobiernan estas lecturas. No es el caso. Desde el principio, con una espléndida obertura, el director expuso cuál era el camino iba a seguir: líneas elegantes, sonido muy controlado, atención al escenario y control férreo de toda la función. Antes de seguir, se comenta a veces que Thielemann tiende a parecer “apático”, a no poner toda la carne en el asador cuando se enfrenta a la partitura. Su gesto, su actitud, denotan poca pasión en comparación con otros directores. Puede ser, aunque siempre dentro de una excelencia, que en alguna función no está al nivel que se espera. No en el caso de esta representación que comento. Su entrega fue absoluta y eso se notó en el fluir brillante de la música, en el encaje de una obra nada fácil de cantar y dirigir. Su momento por excelencia fue el III acto, brillantísimo y emocionante en ese detallismo y en esa huída del efectismo en busca de la esencia de la música y que tiene su punto álgido en el famoso quinteto cantado por los protagonistas. Es su manera de abordar Wagner y a mi me parece tan válida como las más rompedoras. 

Si hay un protagonista en esta ópera es Hans Sachs, y si hay un personaje humano en toda la obra de Wagner es este mismo maestro carpintero. Aquí ni el más rico ni el más poderoso es el más inteligente ni la mejor persona. Sachs representa el hombre que, sin tener un oficio de relumbrón, es mucho más sabio que sus compañeros. Esto, en el transcurso de la obra, se volverá un poco contra él, porque por esa bonhomía dejará que otro, con su propia ayuda, se una a la mujer que él ama. Inevitablemente uno piensa en la interpretación del gran José Van Dam al pensar que enfoque actoral tiene que tener Sachs. Y por esa senda va nuestro protagonista, Georg Zeppenfeld. Este bajo alemán, quizá poco conocido y, sobre todo, reconocido, fuera de su país, es uno de los mejores y más profesionales cantantes que se puedan oír en los roles wagnerianos o straussianos. A su bellísimo timbre, se une un natural canto, nada forzado, elegante, quizá no demasiado profundo, pero siempre intenso, muy interiorizado. Le falta en este papel un poco más de fuerza vocal, pero con su gran profesionalidad saca adelante una interpretación admirable, de esas que nunca olvidas.

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Pletórico de facultades, convirtiéndose, pese a los agoreros sabelotodo, en el heldentenor de su generación, Klaus Florian Vogt demostró que es un cantante fundamental en el mundo wagneriano. Su Walther fue de libro, altanero, arrogante, enamorado y pendenciero. Su volumen, el de mayor entidad de todo el elenco, se oyó hasta fuera del teatro, siempre también con ese timbre vibrante, limpio, seguro tanto en el agudo con la zona central, que se ha ensanchado, y con un grave mucho más firme que antaño. Excelente. Un poco más de mordiente le faltó a la Eva de Sara Jakubiak pero aún así su intervención fue destacable. Menos convincente, debido a una emisión un poco extraña, el David de Sebastian Kohlhepp, aunque hay que reconocerle también el arrojo y la soltura con la que asumió su rol. De todos los demás participantes destacar, por su excelente trabajo, el Pogner de Vitalij Kowaljow y la siempre solvente Christa Mayer como Magdalena. ¿Qué se puede decir de un coro y una orquesta como la de la Semperoper de Dresde? Nada más que son magníficos y que, junto a los conjuntos de Berlín y Múnich, forman la tríada de las “Staatskapelle” top del mundo.

Sorprende que la producción presentada sea del Festival de Pascua de Salzburgo y de dos teatros japoneses. Y digo que sorprende porque, sin que haya noticias en el programa de mano de que intervenga en la producción, el trabajo del regista Jens-Daniel Herzog es un homenaje a la Semperoper, el teatro de Dresde, aunque bien es verdad que el Festival de Pascua tiene, por ahora, como director a Thielemann. La idea no es original (el teatro dentro del teatro, en este caso, insisto, la Semperoper, su escenario, sus despachos, sus camerinos) pero tiene un desarrollo fluido y entretenido sin ser nunca rompedor. Está muy bien resuelta, gracias una buena escenografía de Matthis Neidhardt, un vestuario que nos sitúa en la actualidad, de Sibylle Gädeke y una excelente iluminación de Fabio Antoci, y la dirección escénica resuelve sin dificultad los batiburrillos que a veces provoca el devenir del argumento de la ópera.

Die Meistersinger, esa “comedia” wagneriana, estuvo muy bien defendida en Dresde, y Christian Thielemann tuvo mucho que ver. Eso siempre hay que celebrarlo.

Fotos: © Ludwig Olah