¿Incompatibiliqué?
En el ámbito de la música llamada clásica, con sus numerosos sectores (interpretación, creación, enseñanza, solistas, agrupaciones de cámara, orquestas, óperas, instituciones diversas, festivales, etc.), hay un denominador común: la interacción entre muchos de estos ámbitos es una realidad constante. Aunque se han alzado críticas con fundamento sobre la endogamia del sistema en muchas de sus características, viéndolo por un lado positivo sí se debería converger en que las diferentes facetas de este ámbito cultural son poliédricas y al menos presentan con mucha frecuencia varios lados superpuestos. La enseñanza, a través de distintos sistemas, ofrece el camino más general de formación y de encauzamiento hacia el mundo profesional en muchos de sus ámbitos. Incluso formas distintas como el pop, el rock o el jazz, etc. también cuentan con potentes sistemas de enseñanza, a veces integrados incluso en los mismos lugares en los que se estudia la llamada música clásica.
Siendo así la realidad en todos los países occidentales y en muchos otros como Japón, Corea del Sur, etc. surge la pregunta de por qué en España, desde hace muchos años, el tema de las incompatibilidades sigue estando a la orden del día en cuanto a la relación entre una actividad pedagógica y una trayectoria artística. Atenernos a una legislación nacida para mundos laborales totalmente distintos del artístico nos lleva a esta situación en muchos casos kafkiana. Porque no se trata aquí de compaginar varios puestos remunerados públicos, sino simplemente de la interacción entre una carrera artística y una pedagógica, en mutuo enriquecimiento para alumnos y profesores. Y parece que la casuística de regulaciones a nivel nacional y autonómico no deja de crear polémicas que en otros países serían imposibles. ¿Por qué?
En cualquier país desarrollado culturalmente no es extraño sino lo más normal que un miembro de una orquesta compagine su actividad -si lo desea y puede- con la docencia, o que un compositor compagine sus proyectos con la enseñanza (que en muchos sistemas incluye la investigación, publicaciones, etc.). En cualquier centro musical la calidad de su profesorado está intrínsecamente unida a la actividad artística. Dejando de lado perfiles meramente basados en aspectos pedagógicos, etc., es especialmente sorprendente que la enseñanza de un instrumento, del canto, de la dirección de orquesta o de la composición estén conducidas por personas que nunca hayan desarrollado la propia actividad. El que una persona que nunca ha dirigido una orquesta pueda ocupar una cátedra de dirección de orquesta (hecho real en España) señala claramente que el sistema no funciona en absoluto. La transmisión de experiencias queda por tanto desplazada de la enseñanza. Y es justo este apartado el más buscado por los alumnos en los mejores centros de enseñanza musical del mundo.
El caso español (como ha sido reiteradamente expuesto en años recientes a través de destacados casos en Andalucía, en Asturias, en Madrid, etc.) es paradigmático en sí mismo. La prohibición de compatibilizar un puesto de enseñanza con una actividad artística sigue siendo la base de esta paradoja. Las comparaciones son especialmente sangrantes si las exportamos a otros ámbitos: que un cirujano no pueda enseñar en la facultad de medicina y a la vez operar en un hospital, o que un arquitecto no pueda enseñar y además desarrollar su actividad en su propio estudio, por poner dos ejemplos, sería visto como un sinsentido. Pero esto es lo que está pasando en el ámbito de la música en España. Los mejores solistas deben andar con pies de plomo si quieren unir su actividad artística en una orquesta con la propia enseñanza; estupendos instrumentistas y directores con vida artística tienen que abandonar la actividad pedagógica por ser “incompatible”…, y sobre ello la marcada inmovilidad de horarios (único control de calidad que existe en la enseñanza musical en España) determina que sea muy difícil compatibilizar los proyectos y actividades artísticas con la enseñanza. El resultado es la potenciación de profesores que tienen muy difícil desarrollar la actividad artística, o de artistas que ven imposible compatibilizar su actividad con la enseñanza. Y esto solo ocurre en nuestro país, productor –pese a todo- de enormes profesionales que se rifan numerosas instituciones artísticas del mundo.