Del teatro y la palabra
Barcelona. 29/09/21. Gran Teatre del Liceu. R. Strauss: Ariadne aux Naxos. J. Van Oostrum (Soprano/Ariadne). P. Murrihy (Komponist). D. Pomeroy (Tenor/Bacchus). S. Blanch (Zerbinetta). J. Antonio López (Maestro de música). R, Padullés (Maestro de danza). B. Appl (Arlequín). V. Esteve (Scaramuccio). A. Rosen (Truffaldino). J. Naval-Moro (Brighella). S. De Munck (Náyade). A. Masllorens (Dríade). N. Vilà (Echo). D. Lagares (Un lacayo). J. Rodríguez Norton (Un peluquero). J. Fadó (Un oficial). M. Solbach (El mayordomo). Orquesta del GTL. K. Mitchell, dirección de escena. J. Pons, dirección musical.
Abordar cualquier partitura de Richard Strauss siempre es un reto, por lo que escoger una ópera como Ariadne auf Naxos como inicio de una temporada como la del 175 aniversario por parte del Liceu ha de tomarse como un doble reto. El hecho que sea una orquesta reducida, casi de medidas mozartianas, ideal en tiempos de distancia Covid, el ofrecer un título de repertorio germánico, que sea una coproducción de la casa todavía por estrenar y el hecho de que sólo se haya visto 24 veces en los 175 años del Liceu, convirtieron en todo un acierto esta elección por su valentía artística y por el solvente resultado a nivel musical.
Una pena que la producción firmada por Katie Mitchell, estrenada en el Festival de Aix en Provence en 2018 en coproducción con el Liceu y reseñada en Platea Magazine en su momento no acabara de convencer.
Mitchell quiere imponer un trazo fino a nivel escénico, con un movimiento en perpetuum mobile, donde los personajes canten o no, no dejan de discurrir de lado a lado de la escena, sobretodo en el Prólogo y algo menos en la Ópera. Además se añade un texto y unos personajes-actores, el mayordomo interpretado con flemática actitud por Maia Solbach, que declama un texto escrito por el dramaturgo Martin Crimp y el matrimonio dueño de la casa donde se va a ver la representación de la obra.
Según se puede leer en el programa de mano de la ópera, Mitchell argumenta que la idea era aclarar y mejorar las intenciones primigenias tanto de Strauss como de Hoffmansthal, quienes después de una génesis complicada nunca acabaron de estar del todo contentos con el resultado de una ópera dónde el texto y la música, el drama y la partitura tienen una conexión y una fusión de peculiar alquimia teatral. La lectura de cambios de género, en el caso del matrimonio (figurantes) o de un Komponist supuestamente gender-fluid, rozan lo banal y oportunista. La frialdad de una iluminación casi de laboratorio, firmada por James Farcombe, las coreografïas de caricatura de Joseph W. Alford y un vestuario que no pasa de un anecdótico y vistoso vestido de neón de Zerbinetta o de los corsés de la troupe de Arlequín tampoco ahondan más que en una superficial dramaturgia que en origen busca todo lo contrario, una relectura moderna y profunda.
Josep Pons al foso, más alto de la habitual por elección ex profesa del maestro dadas las dimensiones “de cámara” de la ópera, dio una lección de dirección sinfónica que no operística. La orquesta del Liceu salió airosa del reto orquestal frente a una particella donde los instrumentos de viento: maderas y metales, dibujados y engarzados como gemas en medios de unas cuerdas siempre líricas, deben dar los colores precisos. Así hay que alabar el trabajo de trompas, oboes, clarinetes, flautas, fagotes, trompetas…pero también una percusión precisa así como el trabajo de violines, violas, chelos y contrabajos, arpa y el trío de Celesta, Harmonium y piano que le dan a esta partitura una personalidad única e inconfundible.
Una de las políticas de la nueva dirección artística es, ¡por fin!, ofrecer nuevos roles principales a voces de cantantes del territorio y en ese sentido la expectación por asistir al debut en el rol de Zerbinetta de la soprano catalana Sara Blanch (Darmós, 1989), se convirtió en uno de los principales reclamos de este reparto alternativo. La joven Sara no defraudó. Si ya en el prólogo mostró la belleza de un timbre penetrante y sonoro, protagonizando uno de los momentos estelares en el precioso pequeño dúo con el Komponist de Paula Murrihy, fue con su gran aria de la ópera con la que Blanch deslumbró. En la célebre y dificilísima Großmächtige Prinzessin, Sara desplegó seguridad técnica, emisión diáfana, control de la respiración, estilo y un fraseo notable con una tesitura que dominó en toda su extensión amén de un agudo y sobreagudo penetrantes y diamantinos. Una lección de naturalidad y profesionalidad con un rol que marcará un antes y un después de su carrera y sin duda un de los debuts de la temporada que no se olvidará.
La mezzosoprano irlandesa Paula Murrihy, también debutante en el Liceu, ofreció un canto donde aunó dignidad vocal, con un fraseo cuidado y una articulación notable como Komponist. Aún con un comienzo donde la colocación de la voz no sonó del todo clara, ganó a medida de la ópera con un canto expansivo y una nobleza tímbrica que la hicieron llegar a su intervención final con un hermoso canto terso y expresivo.
A su lado la también debutante en el teatro, la soprano sudafricana Johanni van Oostrum mostró un interesante instrumento de atractivas coloraciones, con un grave firme, un centro sonoro y lustroso y un agudo ajustado y seguro. Van Oostrum posee además una elegancia natural en escena que recuerda al personaje de Mariscala del Rosenkavalier, rol que ha interpretado con frecuencia. La sudafricana canta en estilo, sin forzar su atractivo timbre con una emisión clara y una proyección notable.
Tiene seguramente la particella más endiablada, y eso en esta ópera es mucho decir, el tenor/Bachus del debutante en el Liceu, el cantante de USA David Pomeroy, salió del paso con ajustada profesionalidad. El timbre no es grato, con una emisión leñosa y dura que contrasta con una vocalidad que si bien es exigente tiene una de las melodías más hermosas de la ópera. Los últimos veinticinco minutos finales de Ariadne están destinados a su lucimiento, con su intervención final y con su dúo con Ariadne. Pomeroy cumplió pero no enamoró.
El trío español femenino restante, formado por las sopranos Sonia de Munck (Náyade), Núria Vilà (Echo) y la mezzo Anaïs Masllorens (Dríade), tuvieron problemas de empaste en más de una ocasión, sobretodo en los momentos de mayor exigencia vocal donde algunas notas ácidas sobreagudas afearon un equilibrio tímbrico siempre complejo de conseguir. Cuando el canto fue más relajado, cantaron con la dulzura y expresión requeridas en un trabajo de conjunto irregular.
Por el contrario la compenetración, la empatía musical y la soltura escénica acompañaron a la troupe de Arlequín, un cumplidor Benjamin Appl al que sin embargo se le escapó la posibilidad de lucir cualidades vocales y de estilo. Bravo pues por el Scaramuccio del tenor Vicenç Esteve, del bajo Alex Rosen como Truffaldino y del sonoro Brighella del tenor Juan Nova-Moro.
En los papeles del Prólogo se hizo notar la presencia escénica y vocal de una seguro y contundente José Antonio López como Maestro de danza, en contraste con la delicada emisión y finura del Maestro de música protagonizado por el tenor Roger Padullés. Seguridad y precisión en el lacayo del bajo-barítono David Lagares así como cumplidores e impecables tenores: el Oficial de Josep Fadó y el peluquero del Jorge Rodríguez-Norton.
Catalunya Música, en su programa Directe a l’òpera, grabó la función de este reparto correspondiente a la fecha del 2 de octubre. El audio estará disponible hasta el 2 de noviembre del 2021.
Fotos: © David Ruano