Salome StaatsoperBerlin MonikaRittershaus

 

Fría lujuria

Berlín. 17/03/2018. Staatsoper Unter den Linden. Strauss: Salome. Ausrine Stundyte, Thomas J. Mayer, Gerhard Siegel, Marina Prudenskaya, Nikolai Schukoff, Dir. de escena: Hans Neuenfels. Dir. musical: Thomas Guggeis.

La cisterna donde Jochanaan está recluido convertida en un gran proyectil de resonancias fálicas, presidiendo el escenario nada más abrirse el telón. Hans Neunfeles no esconde sus pretensiones: ni más ni menos que subrayar la lujuria como aliciente prinicipal del libreto, como deus ex machina de un argumento que tantas veces se ha dejado llevar, en múltiples lecturas, por la sensualidad más que por la pura sexualidad. Neunfels subraya el tono psicológico de este ¿drama? renunciando a una literalidad sangrienta y orientalizante. Lo más notable de su propuesta, que por momentos resulta un tanto dispersa y desnortada, es sin duda la caracterización andrógina de la protagonista, una idea que disuelve la clave heterosexual asumida de antemano en cualquier otra producción de Salome

Partiendo de un elegante escenario (Reinhard von der Thannen) en blanco y negro, clásico y aséptico, de un cínico glamour, Neuenfels apuntala su propuesta en una extraordinaria caracterización de los protagonistas, haciendo de esa Salome andrógina y ambigua un ser muy inquietante. Como inquietante es, sin duda, esa composición que Neuenfels propone en un momento determinado, con el profeta adorando al alter ego de Salome/Jesucristo, en la forma de un hombre -el actor Christian Natter- travestido como la hija de Herodías. Cabe además ver en este actor, que interviene en más momentos, una personificación de Oscar Wilde, el responsable del libreto original que inspiró a Strauss. La famosa danza, por ejemplo, es reconvertida aquí en una suerte de ritual con tintes sadomasoquistas, más psicológico que sensual, de una lujuria muy premeditada, de una frialdad casi contradictoria. 

Contemplada en su conjunto la propuesta, parece evidente que Neuenfels tenía algunas ideas importantes que no ha sabido llevar a buen puerto. El resultado es demasiado frío y sepulta algunos momentos importantes de tensión, que el libreto predispone con evidencia, como el final mismo de la obra, que queda convertido, en manos de Neuenfels, en poco más que un ejercicio de psicoanálisis, sin la consabida fuerza teatral propia de esta escena. Esta producción, por cierto, que ha sembrado más indiferencia que escándalo entre el público berlinés, sustituía a la añeja producción anterior, firmada por Harry Kupfer y estrenada nada menos que en 1979. Mucho me temo que esta nueva propuesta de Neuenfels no gozará de semejante longevidad.

En el rol titular se exhibía la joven soprano Ausrine Stundtye, dueña de una voz más resistente que verdaderamente poderosa, flexible y firme al mismo tiempo. Estamos sin duda ante una intérprete seductora, capaz de aportar una atinadísima animalidad a su recreación de la Salome straussiana, de una sensualidad bastante alejada no obstante de los clichés habituales, al menos tal y como aquí la presente Neuenfels. De la presencia escénica de Stundyte emana ciertamente un magnetismo genuino. Al margen de ciertas limitaciones en el grave, Stundyte convenció por la inteligencia en su abordaje de esta partitura, haciéndola suya mucho más allá de lo que sus medios parecen predisponer.  

Del resto del reparto, cabe poner en valor el imponente Herodes de Gerhard Siegel, con un instrumento penetrante y amplio y un fantástico desempeño escénico. El Jochanaan de Thomas J. Mayer alternó momentos muy sólidos con otros más vociferantes y donde quedaban en evidencia las limitaciones de su material, convenciendo un tanto más por su trabajo en escena que por su canto propiamente dicho. Marina Prudenskaya volvió a firmar una encarnación intachable, con un voz rotunda y una actuación ciertamente ácida y comprometida con la producción. Impecable el Narraboth de Nikolai Schukoff, mucho más solvente aquí que en roles de mayor enjundia donde quedan al descubierto sus limitaciones.

En el foso, un baile de veteranas batutas ha propiciado el debut de un jovencísimo maestro de apenas veinticuatro años, el alemán Thomas Guggeis, de apenas veinticuatro años. Asistente oficial de Daniel Barenboim en la Staatsoper de Berlín desde hace un par de años y flamante nuevo titular de la Ópera de Stuttgart dede este mismo mes de marzo, Guggeis llegó a estas funciones por mor de una carambola. Y es que estas funciones estaban asignadas, a priori, al gran Zubin Mehta si bien su lesión de hombro le impidió hacerse cargo de las mismas. Su sustituto fue el no menos veterano Christoph von Dohnányi, quien finalmente ni siquiera dirigió el estreno, por razones que no han trascendido, aunque todo apunta a desavenencias irreconciliables con Hans Neuenfels.

Así las cosas, en justo premio, quien finalmente se hizo cargo de todas las representaciones de esta nueva producción es el citado Guggeis, quien de hecho había estado al cargo de la preparación de la orquesta durante los ensayos. Si bien al trabajo de Guggeis con esta Salome cabe pedirle más hondura, no es menos cierto que condujo la función con un aplomo asombroso. Su enfoque fue más analítico que narrativo, con bastantes detalles de interés y con apenas un par de momentos de distensión teatral.