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POVERA DONNA, SOLA, ABBANDONATA…

Barcelona. 16/12/2020. Gran Teatre del Liceu. Verdi: La traviata. Pretty Yende (Violetta). Dmitry Korchak (Alfredo). Àngel Òdena (Germont). Laura Vla (Flora). Gemma Coma-Alabert (Aninna). Antonio Lozano (Gastone). Gerardo Bullón (Douphol), Tomeu Bibiloni (Obigny). Felipe Bou (Grenvil). Coro y Orquesta titulares del Gran Teatre del Liceu. Daniel Montané, dirección musical. David McVicar, dirección de escena.

¿Se sentirá la cultura en España como Violetta Valéry en el populoso París del XIX, sola y abandonada en medio de la tremenda pandemia que nos azota? Sí, así se siente. Podría escribir (de hecho había empezado a hacerlo pero he desistido) un completo y justificado alegato defendiendo la importancia económica del mundo cultural o la cantidad de trabajadores autónomos que viven de ella y ahora están desamparados. Las administraciones, que son las que dictan las normas, tienen distintas varas de medir según sea la presión social, y la cultura ha ido abandonando su lado más reivindicativo, aquel que la hizo azote del poder en otras épocas. Se sigue protestando sí, pero los aficionados no salimos a la calle a pedir que se trate igual a todos. El Liceu ha conseguido, con fuertes presiones, que se aumentara la capacidad del teatro para admitir más público con, lo puedo asegurar, todas las medidas de seguridad exigidas. Otros, como ABAO, no tienen tanta suerte y hace poco supimos que suspendían sus representaciones de Samson et Dalila en enero, una pena. Reitero, no todas las administraciones tienen la misma medida.

Pero, mientras se pueda, hay que seguir. Y el Gran Teatre del Liceu sigue. Y nos ha presentado una Traviata de categoría. Creo que quedará en el recuerdo histórico del teatro estas representaciones que no han podido, que no pueden aún hoy, ser más azarosas: cambios de reparto, suspensiones, cancelaciones… Pues bien, hay que dar la enhorabuena a artistas, técnicos, músicos y a todo el teatro por proporcionar un espectáculo de primer nivel pese a todos los avatares. En esta representación se anunció al principio que Pavol Breslok (Alfredo) tenía una afección de garganta y sería sustituido por el otro tenor con el que se reparte el papel titular, Dmitry Korchak (cuyo rol mañana cantará Arturo Chacón). Pero en el escenario, a la hora de verdad, nada se alteró, todo rodó a la perfección, sobre todo el desempeño de los dos grandes protagonistas.

Pretty Yende no necesita ya presentaciones. Es una de las sopranos más cotizadas de la actualidad y ya ha triunfado ampliamente pese a su juventud. Y motivos los hay para este triunfo. Yende es una cantante entregada y que canta con pasión. Hizo suyo el papel de Violetta y dibujó una mujer firme, sin caer nunca en la exageración teatral a las que algunas compañeras son proclives. Estuvo contenida en lo teatral y brillantísima en lo vocal. Está ese sempiterno y aburrido tema que si La traviata necesita tres tipos de soprano. Realmente cada cantante, cuando aborda el papel, da lo que mejor que tiene y si ha decidido asumir este rol es que se ve capaz de hacerlo, otra cosa es que guste o no. Se puede pensar que la estadounidense se siente más segura en papeles de coloratura y menos en los tintes más dramáticos del tercer acto de la obra. Yende triunfó en toda la tesitura y aunque la frescura y facilidad que demostró en las filigranas vocales del Sempre libera fueron apabullante, no desmereció en páginas tan significativas como Addio del passato (incluido un pequeño desliz que demostró la humanidad de todo cantante). Con una voz bien proyectada, un vibrato natural, y un timbre bello, su fuerte en este papel es el dominio de las medias voces, que fue, a mi entender, la clave para distinguirla de otras cantantes y cimentar su triunfo. En Dite alla giovine- sì bella e pura del segundo acto, la voz de Yende fue como un maravilloso susurro, elegante, lánguido y triste, totalmente estremecedor. Extraordinario Dmitry Korchak como Alfredo. El tenor ruso posee una voz de indudable atractivo, bien proyectada, con una zona central segura y un agudo al que asciende sin problemas, con soltura y determinación. Excelente actor (el mejor de la noche, me atrevería a decir), liberó por momentos a Alfredo de ese halo de niño consentido y egoísta que Piave dibujó. Dio el famoso sobreagudo no escrito en la cabaletta que culmina la bellísima escena en solitario que abre  el segundo acto de la obra. Un cantante (y además es también director de orquesta) de indudable calidad.

Àngel Òdena debutaba el Giorgio Germont en estas representaciones liceístas. Cantante con una trayectoria bien asentada, supo meterse con suma facilidad en este antipático papel. Defendió con excelentes medios su famosa Di provenza il mar il suol y la cabaletta que la sigue y estuvo muy solvente en los distintos dúos del segundo acto con Violetta. Un cantante con tablas que siempre cumple. Buen conjunto de comprimarios donde destacaría la Aninna de Gemma Coma-Alabert, el Barón Douphol de Gerardo Bullón y el Marqués d’Obigny de Tomeu Bibiloni (una voz de estimable belleza). Impecable el coro del Gran Teatre del Liceu, que con tanto acierto dirige Conxita García, pero que tuvo que soportar (como también Òdena) los ritmos trepidantes que impuso el director musical en algunos fragmentos (no en el famoso “brindis” que fue un momento de gran lucimiento para todos los cantantes).

La dirección musical de Daniel Montané (que comparte algunas representaciones con la directora principal, Speranza Scappucci) fue bastante impersonal, aunque destacaron momentos más especiales como el Preludio del tercer acto. Montané parece acertar más con los momentos líricos y lentos que con los más tumultuosos, en los que impone ritmos casi imposibles para los cantantes, especialmente para el coro. Menos mal que en el foso había una orquesta templada. Fue una noche muy destacada para la Orquesta del Gran Teatre del Liceu, en las que sobre todo las cuerdas (y especialmente su concertino) estuvieron a altísimo nivel. Bravo por ellos.

La producción de David McVicar (siendo responsable de la reposición Marie Lambert) no abandona el terreno seguro de la reproducción clásica del París del Segundo Imperio. Con una escenografía que recuerda a la famosa de Zeffirelli (afortunadamente sin tanto atrezzo) no destaca excepto por el excesivo uso de los cortinajes (¿una alegoría de la cambiante vida de Violeta o simplemente un efecto más?) y un vestuario exquisito que firma Tanya McCallin, responsable también de una escenografía anodina. La dirección de actores no está pensada para tiempos de covid (demasiado apelotonamiento del coro en el reducido escenario disponible) pero en general es correcto, una vez más, sin ir más allá.

Foto: Antoni Boffil.