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Crónica de un loser

Madrid. Teatro Real. Mozart: Don Giovanni. Adrian Eröd (Don Giovanni). Marko Mimica (Leporello). Adela Zaharia (Donna Anna). Federica Lombardi (Donna Elvira). Marina Monzó (Zerlina). Airam Hernández (Don Ottavio). Goran Juric (Comendador). Cody Quattlebaum (Masetto). Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Claus Guth, dirección de escena. Ivor Bolton, dirección musical.

Desde aquél Don Giovanni firmado por Dmitri Tcherniakov que Gerard Mortier presentó en 2013, levantando ampollas y convirtiendo a incrédulos, el Teatro Real no había vuelto a escenificar este célebre e inmortal dramma giocoso. Para la ocasión, Joan Matabosch ha rescatado una icónica producción de Salzburgo, firmada allí en 2008 por Claus Guth, quien regresaba a Madrid tras convencer con Parsifal, Rodelinda y Lucio Silla.

Lejos de un retrato triunfal del mujeriego seductor, Guth nos presenta algo así como la crónica de un loser. Y es que en la clave de un thriller ciertamente sombrío, ambientado por entero en un bosque nebuloso e inquietante, vemos discurrir las andanzas de Don Giovanni, si bien siempre desde la óptica de su fatigoso penar. No hay triunfo aquí para el arquetipo; todo es derrota, desde una incisiva e hiriente ironía que pone al descubierto las miserias del personaje. Sin necesidad de recurrir a un retrato tan explícito de sus bajezas como proponía Calixto Bieito en su no menos célebre propuesta escénicam Il dissoluto punito desfila así ante su propio via crucis. Es el relato de sus últimas horas, como siguiendo un impulso irrefrenable hacia la muerte y cayendo finalmente en la tumba que el mismísimo Comendador ha cavado para él. Este Don Giovanni de Claus Guth es un trabajo brillante a todas luces, sobre todo por su frío patetismo que busca un retrato descarnado e hiriente del arquetipo donjuanesco. Hay algo de sublime miseria en el enfoque de Guth, hay arte con mayúsculas, en un trabajo que ha sabido llegar al tuétano del libreto de Lorenzo da Ponte como pocas otras propuestas.

Desde el foso, el maestro titular del Teatro Real, el británico Ivor Bolton, hizo gala de sus mayores virtudes y en el terreno que más familiar le resulta. Su Don Giovanni es vibrante, nítido, de clara y firme arquitectura y de escrupuloso acompañamiento a las voces. Bolton se antoja realmente inspirado en estas funciones. La orquesta titular del teatro -con trompas y trompetas naturales- responde con virtuosismo, en la versión vienesa de la partitura, aquí aún más recortada (se nos escamotea el sexteto final, amén del dúo entre Zerlina y Leporello). Del maestro británico pondría en valor sobre todo su escrupulosa concertación, su consistente elección de los tiempos y el sentido teatral que marcó toda su lectura, en lo que se adivina como un trabajo de elaborado y franco entendimiento entre foso y escena, por su parte y por parte de Guth, quien saca un partido extraordinario a los recitativos.

En este reparto alternativo el papel protagonista recaía en la voz del barítono austríaco Adrian Eröd, quien sin duda vivió mejores días años atrás, cuando era un destacado intérprete en la Ópera de Viena, donde ha forjado la mayor parte de su carrera. Y no obstante debo decir que me sorprendió como Don Giovanni, tanto por su dominio del estilo mozartiano como por su exquisita atención al texto. También hay que quitarse el sombre ante su absoluta entrega para con la producción de Guth. Su físico y su instrumento, algo exiguos, juegan a favor de ese retrato de un loser que roza lo patético. Su sosias en esta trágica bufonería, Leporello, estaba encarnado aquí por Marko Mimica, de voz rotunda, algo envarada en su emisión, falta de redondez, pero de indudable calidad. Su papel es fundamental en esta propuesta de Guth y este bajo-barítono croata bien puede decirse que estuvo a la altura.

Galardonada con el primer premio en Operalia en su edición de 2017, Adela Zaharia es una de las voces de soprano más interesantes del panorama actual. Dotada de un instrumento prístino y redondo, de muchos quilates, realmente canta de un modo refinadísimo: por lo límpido de su sonido, por su acertada articulación, por la naturalidad de su emisión... La intérprete rumana -cuántas excelsas voces de soprano ha dado este país, por cierto- es realmente idónea para encarnar la Donna Anna mozartiana. Pero su idoneidad no se agota en lo vocal y en lo estilístico, es que además se compromete con la propuesta de Guth de una manera verdaderamente camaleónica. Su 'Crudele... Non mi dir' fue a buen seguro el momento más acabado de la velada. Bravísima.

Convenció también la joven soprano Federica Lombardi como Donna Elvira, más en su aria de salida ('Ah, chi mi dice mai') que en el esperado 'Mi tradi', donde no se mostró tan desenvuelta con las notas cortas y rápidas. La voz, en todo caso, es importante, de color grato y sonoridad fácil; y la intérprete convence por su entrega y su seguridad. El tenor Airam Hernández dejó también buena impronta con su primer Don Ottavio, cantado con buena línea, con un caudal amplio y bien domeñado, apenas con alguna tirantez en el extremo agudo pero con el mérito de unas interesantes variaciones en su única aria en solitario, 'Dalla sua pace', eliminado 'Il mio tesoro' en esta versión de la partitura.

Como Zerlina sonó fantástica la jovencísima soprano valenciana Marina Monzó, con una mezcla abrumadora de frescura vocal y madurez interpretativa, amén de una desenvoltura escénica intachable. Algo más envarado y rudo, en cambio, se escuchó al Masetto de Cody Quattlebaum. Mención aparte, en positivo, al imponente Comendador de Goran Juric, de firme emisión y apabullante presencia.

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