Segundos repartos que fueron buenos
Madrid. 13/03/2021. Teatro Real. Bellini: Norma. Hibla Gerzmava (Norma). Annalisa Stroppa (Adalgisa). John Osborn (Pollione). Fernando Radó (Oroveso). Juan Antonio Sanabria (Flavio). Berna Perles (Clotilde). Orquesta y coro titulares del Teatro Real. Justin Way, dirección de escena. Marco Armiliato, dirección musical.
Los segundos repartos están llenos de sorpresas. De hecho, en ocasiones son segundos por mero orden cronológico y no porque sus intérpretes sean menos que los que encabezan el primer cartel, huelga decirlo. De hecho, deberíamos ir desterrando esa denominación de 'segundos repartos' porque no hace, a menudo, justicia a los solistas que los encabezan. Y es el caso, sin duda, de esta Norma que se ha comentado aquí ya en el reparto protagonizado por Yolanda Auyanet y que ahora revisamos con las voces de Hibla Gerzmava, Annalisa Stroppa y John Osborn. De acuerdo con el dicho popular, segundas partes nunca fueron buenas; pero lo cierto es que segundos repartos como este sí lo son, y hasta qué punto.
La nueva producción firmada por Justin Way, a la sazón director de producción del propio Teatro Real, tiene la virtud de captar la atención del público sin recurrir a manidos artificios, partiendo tan solo de un recurso tan socorrido como eficaz, el del consabido teatro dentro del teatro, que si bien no añade gran cosa en torno al trasunto de Norma, lo cierto es que tampoco perjudica en demasía a la lógica interna de su libreto. Way incide, y este es el mayor acierto de su trabajo, en el conflicto emocional que sostiene a los personajes, en su vivencia más íntima, a través de una atinada direccion de actores. Aunque no sea brillante, lo mejor que puede decirse del trabajo de Justin Way es que funciona, y eso no es poco cuando hablamos del bel canto, tan poco dado a salir de su zona de confort, con lecturas a menudo harto literales de sus libretos. Por ponerle un pero a la propuesta, y sin cargar las tintas, digamos que el vestuario de Sue Willmington no ha sido lo más inspirado de este trabajo.
Sea como fuere, en el rol titular Hibla Gerzmava firmó una Norma muy apreciable. La soprano rusa exhibe una voz pastosa, amplia y sonora. Aunque se maneje con fortuna -pero sin derroche- por esos vericuetos de la partitura, su Norma no se apoya en filigranas vocales; más bien se despliega desde el temperamento, bien medido y contrastado. Y seduce por ello, por la intensidad de su encarnación, siempre bien traducida en sus acentos y en su vivencia escénica. Genuina, creíble y seductora, en suma, poco más puede pedirse a una intérprete ante un rol tan emblemático y exigente.
El tenor norteamericano John Osborn firmó un Pollione sobresaliente. Osborn ya había abordado la parte con anterioridad en Salzburgo (2015), junto a Cecilia Bartoli. Su lectura es de indudable impronta rossiniana, nada vociferante, de refinado aderezo y con la atinada mezcla de contención y teatralidad que se espera para este repertorio. Intachable, en suma. A su lado, Annalisa Stroppa presenta una Adalgisa de armas tomar, una mujer fuerte, que afronta su conflicto con determinación, sin amilanarse ante el trío pasional en el que se ve envuelta. Stroppa atraviesa un momento de dulce madurez vocal, con una emisión segura y flexible, generosa en modulaciones. Sus dúos con la Norma de Gerzmava fueron, sin lugar a dudas, lo mejor de la velada. Entre los compromarios brilló con luz propia en la parte de Clotilde el instrumento de Berna Perles, llamada a mucho más sobre estas mismas tablas del Real tarde o temprano.
No terminó de convencer esta vez Marco Armiliato desde el foso. Músico consumado, de indudable trayectoria, lo cierto es que presentó a menudo pasajes de trazo grueso y abultado, de innecesaria grandilocuencia. En materia orquestal, no descubro aquí la pólvora, el bel canto no se reduce a un mero acompañamiento en segundo plano. Y menos en Bellini, donde foso debería alcanzar -o tender al menos- a tener una voz propia. Lo cierto es que Armiliato hizo gala de una excelente concertación, es evidente, cantando con las voces, que se antojaban cómodas con su batuta. Pero el maestro italiano cargó las tintas en exceso en los pasajes más bélicos y aguerridos, con un plausible exceso de decibelios en metales y percusión.
La orquesta titular del Teatro Real no tuvo tampoco una de sus mejores noches. Más allá de las cuerdas, en buena forma, decepcionó el destemplado sonido de algunos atriles, como en el caso de las trompas. Correctas, eso sí, las maderas, tan solicitadas en esta partitura, sobre todo en los pasajes mas líricos y expuestos. Y decepción, esta vez, con el coro titular del Teatro Real, con constantes irregularidades en su empaste y un sonido muy poco matizado. Extraña, ciertamente, un resultado así en una partitura mucho más sencilla de abordar que otras en las que han brillado más, enfrentándose a mayores retos; confiemos en que con Peter Grimes se retome la buena senda.