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Quinoa

Madrid. 16/04/21. Teatro de la Zarzuela. Luna: Benamor. Vanessa Goikoetxea (Benamor). Carol García (Darío). Enrique Viana (Abedul / Confitero / Pastelera). Damián del Castillo (Juan de León). Irene Palazón (Ninetis). Gerardo Bullón (Rajah-Tabla). Gerardo López (Jacinto / Eunuco / Elohim). Francisco J. Sánchez (Alifafe). Emilio Sánchez (Babilón). Esther Ruiz (Cachemira). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. Enrique Viana, dirección de escena. José Miguel Pérez-Sierra, dirección musical.

Ay, ¡la quinoa! ¿Han probado ustedes la quinoa? Se la recomiendo. Está muy buena, no sabe a nada. Bueno, sí, tiene gusto a lo que ustedes quieran ponerle al lado. Si la quinoa va servida con alcachofas, tendrá un gusto maravilloso a alcachofas. Con garbanzos, pues a garbanzos. Con tofu, pues a nada de nada. No quisiera subestimar el poder de la quinoa, que al fin y al cabo está considerada un superalimento, tanto que es dieta de astronautas. ¡Y está de moda! ¿No les pasa a ustedes que por las mañanas, cuando van a subirse al transbordador para ir a la Estación Espacial Internacional, la echan en falta si no la han desayunado? Pues lo mismo ocurre con Benamor.

Permítanme, por favor, esta introducción en clave de humor. No quisiera pecar o siquiera parecer soberbio, es sólo una opinión y, vaya por delante, la música de Pablo Luna tiene un gran valor. Con todo, la obra como tal, más allá de su comicidad, no termina de despegar. Y no es que hable de la quinoa porque sí, sino porque es Enrique Viana quien hace referencia a ella nada más comenzar la función, que él mismo versiona, dirige y en parte protagoniza. Ataviado de pastelero, menciona una harina que no sube por más que trabaja en ella... porque es de quinoa. Al mismo tiempo, entre sus primeras palabras se cuela una alegoría de la caverna de Platón y una reivindicación para que la Zarzuela sea declarada Patrimonio Cultural (casi 10.000 lecturas lleva la entrevista con Emilio Casares, donde denunciaba que el Ministro no contestaba a ella). Viana, siempre inspirado e iluminado.Y a mi humilde parecer, a Benamor, decía, le ocurre un tanto como a la quinoa. Obviamente su música tiene calidad. No es que por sí sola vaya a ser la primera opción para cualquiera. Y firma esto un vegetariano enamorado de la zarzuela.

Desde luego, coincidiendo plenamente con el planteamiento que el Profesor Casares realizaba en la entrevista mencionada, la función de un teatro público (o que se sustenta en una fórmula que termina siendo pública) ha de ser, en parte, la conservación y recuperación de nuestro patrimonio. No sólo de Luisa Fernanda y Doña Francisquita ha de vivir el Teatro de la Zarzuela. Es algo que tiene muy claro la dirección del coliseo, quien recientemente nos ha devuelto y maravillado con títulos como Marianela, Farinelli, o Cecilia Valdés. Dicho empeño hay que aplaudirlo, siempre. En este caso concreto, el título escogido no se representaba en la Zarzuela desde su estreno, en 1923 y fue considerada por algunos como la más inspirada de las obras de Pablo Luna. Y sí, qué duda cabe que contiene números instrumentales de gran belleza, como la más conocida Danza del fuego, la apertura del Tercer acto, con Benamor, Ninetis y las Odaliscas, el ligero Paso del camello, o los cuplés de Darío. Además del pago nacionalista en País de Sol, que no lleva bien el paso del tiempo. La obra en su totalidad (que se hace un poco larga, a pesar de los cortes) no termina, además, de casar con la actualidad. 

El argumento es un embrollo un tanto blando que se sustenta cuando el espectador pone de su parte. Un lío de amores y cambios de género encorsetado en las coordenadas de hace un siglo, donde el hombre por ser hombre y la mujer por ser mujer han de responder a unos cánones y convencionalismos que ya no tienen sentido. Más allá de la genética, lo femenino y lo masculino está en desuso. Por supuesto, el enredo atiende completamente a la concepción binaria y la heterosexualidad. No podemos esperar más de aquella época y sabiéndolo, así se recibe. Con todo, bien podríamos darle la vuelta. Uno, o una, es lo que es, por mucho que le intenten imponer o convencer de otra cosa. Así las cosas, si hay que dar la bienvenida a este Benamor es por el empeño y los mimbres que se han puesto a su servicio. Por encima de todo, la labor de Enrique Viana, ya no sólo en la adaptación y dirección de escena, sino en cada aparición que realiza sobre el escenario: como pastelero, como pastelera y como el sabio Abedul. Uno está esperando contínuamente a que vuelva a aparecer en la trama para reír con él. Viana es una gozada y él sólo ya vale el precio de la entrada. En cuanto a la escena, se completa con la minuciosa, hiperrealista y rica escenografía firmada por Daniel Bianco, en una perfecta simbiosis con el exótico vestuario de Gabriela Salaverri. La apuesta puede doblarse gracias a la gran labor de Núria Castejón con los numerosos momentos coreografiados.

Encomiable la labor del coro, aunque al masculino se le vea descordinado en sus movimientos por momentos y resolutiva la labor de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, a manos de José Miguel Pérez-Sierra. Su participación va de menos a más, alcanzando cotas de gran factura, una vez resueltos ciertos desajustes al comienzo de la noche. En cuanto al reparto vocal, destacar el impecable hacer de Vanessa Goikoetxea como Benamor, quien debutará próximamente en el Covent Garden de Londres, así como el belcantista, muy bien cantado Darío de Carol García. Divertidos Gerardo López como Jacinto, Emilio Sánchez como Babilón y Amelia Font como Pantea, y muy disfrutable la Ninetis de Irene Palazón. Mención aparte merce el Rajah-Tabla de Gerardo Bullón, con quien sólo cabe ser egoísta y querer escucharle siempre, más, en cualquier escenario.

Ya saben, la quinoa no tiene mucho sabor, pero aporta. No está de más comerla de vez en cuando, sobre todo si está tan bien servida como este Benamor.

Foto: Javier del Real.