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Lamentación y apoteosis final

Madrid. 29/04/21. Teatro de la Zarzuela. Obras de Sorozábal, Chapí, Chueca, Penella y Roig, entre otros. Sonya Yoncheva, soprano. Alejandro del Cerro, tenor. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Miquel Ortega, dirección musical.

Ayer, nada importante, llegué como enfadado con la vida al Teatro de la Zarzuela. Salí feliz. Creo que por muchos vericuetos musicales y detalles que yo pueda explicar a continuación, con esta primera declaración, mi crítica ya debería estar más que clara. En eso ha de consistir para el público, en buena medida, el escenario. Un lugar que te atrape y te lleve a otro lado, que te cambie y te transforme, en menor o mayor medida, a corto o largo plazo. La pasada noche, desde luego, Sonya Yoncheva, supo muy bien como conseguirlo.

Primero de todo, por su cercanía, su amabilidad mostrada sobre el escenario, alejada del prototipo de diva de antaño, que aún hoy en día algunas artistas aspiran, inexplicablemente, a emular. No es que sea ya lo necesario para sobrevivir en la carrera de cantante en 2021, es que es lo inteligente para meterse al público en el bolsillo, como quedó una vez más demostrado. Sobre el papel, un programa bien construido, que uniendo páginas conocidas a otras menos transitadas (El pájaro azul, La Marchenera) fue avanzando desde las romanzas más recogidas a los momentos más efusivos y extrovertidos que podemos encontrar en la zarzuela, salpicado por algunos momentos orquestales (Borrachos, Burladores, La alegría de la huerta, La leyenda del beso), muy del gusto del director de la noche, Miquel Ortega, quien se mostró siempre atentísimo a las necesidades de la soprano búlgara, adaptándose en buena medida a sus notas mantenidas y unos tempi tendentes, yo diría, no a la lentitud, sino a lo degustado, al paladeo de quien está disfrutando de una noche que, sabe, no es muy probable que se vuelva a repetir. Al mismo tiempo, el maestro regaló una noche cuidada en la orquesta, donde la ORCAM fue de menos a más, dando lo mejor de sí misma y esuchándose, por ejemplo, unos acertados metales (La alegría de la huerta y Borrachos, especialmente), así como una voluptuosa cuerda en La leyenda del beso.

La voz de Yoncheva se mostró limpida, clara, de timbre brillante desde un primer momento, aunque fue ganando enteros a medida que la noche avanzó y público y artista entraron en calurosa sintonía. Un despliegue técnico envidiable de una artista inteligente, que caminó en la senda del detalle, de la sutileza cánora, con unos agudos algo acerados y unos pianissimi de ensueño. Hablando un perfecto castellano, la dicción de la soprano fue siempre convincente, incluso más que la de otros artistas nacidos en esta tierra nuestra. Fraseo cuidado, cincelado, expresividad sentida y apoyada en una partitura siempre presente. Así, en la primera parte de la noche, que fue una peregrinación entre lamentos, se mostró especialmente cautivadora en Tres horas antes del día, que terminó repitiendo como propina ante el aplauso del público, así como en Lágrimas mías en dónde estáis y Yo me vi en el mundo desamparada. Dada la dualidad de los registros en la zarzuela, estas dos últimas páginas fueron registradas y "popularizadas" por voces más graves como las de Teresa Berganza y Conchita Supervía. En esta ocasión, al fulgente tercio superior de Yoncheva se sumó su capacidad para transitar el inferior de forma cómoda, natural.

Para El gato montés de Penella, la soprano contó con un partenaire de muchos quilates, el tenor Alejandro del Cerro, quien desplegó una voz de pegada para lo que el rol requiere, pero sin "zapatazo", como suele cantarse. Timbre luminoso, voz ancha, personaje completo en pocos minutos. Por razones que no vienen al caso, es esta una obra con la que, más allá de lo musical, no conecto en absoluto y, habiendo escuchado este dúo en numerosas ocasiones, sin duda es la vez en que más lo he disfrutado. Y sin toreos ni mantones, cosa que otros seguramente no, pero yo agradezco. A Yoncheva todavía le quedaba su particular apoteosis y, con ella, la del público. La cantante, muy hábil, dejó para el final un crescendo de páginas conocidas y agradecidas, empezando por un sentido No corté más que una rosa y pasando por De España vengo, degustada hasta el extremo, recreada en sus tiempos lentos, en los pianissimi, en el jugueteo en fusas... y en la ovación cerrada del público. 

Como broche, la más conocida e internacional Carceleras de Chapí y la cubana Cecilia Valdés, zarzuela maravillosa que hace poco pudimos disfrutar, al completo y con escena, en este mismo teatro. En ambas, Yocheva echó a volar gracia natural en el decir, en el no decir, en el cantar, que tanto necesita la zarzuela. Tal era el aplauso del público, que terminó cerrando la noche con la Habanera de Carmen, acompañada por Miquel Ortega al piano. Un piano... que había estado en el escenario desde el primer momento, pero del que servidor no se percató hasta que comenzó a sonar... tal fue el magnetismo de Sonya Yoncheva.

Javier Camarena, Elina Garanča... la fórmula de grandes estrellas de la lírica internacional cantando zarzuela es un éxito asegurado y todo un acierto, con una visibilización merecida y necesaria. Utilizando argot futbolístico del que no tengo, en realidad, ni idea: Lisette Oropesa, ¡ve calentando que sales! Bueno, es sólo una idea, pero sería fantástico.

Foto: Javier del Real.