Ópera Garage
Madrid. 04/06/21. Teatro Real. Donizetti: Le convenienze ed inconvenienze teatrali (Viva la Mamma). Carlos Álvarez (Agata). Nino Machaidze (Daria). Borja Quiza (Procolo). Xabier Anduaga (Guglielmo). Pietro di Bianco (Biscroma). Sylvia Schwarz (Luigia). Enric Martínez-Castignani (Cesare). Piotr Miciński (El empresario). Luis López Navarro (El director de escena). Orquesta Sinfónica de Madrid. Coro Intermezzo. Laurent Pelly, dirección de escena. Evelino Pidò, dirección musical.
Parece que ha llegado, por fin, la ópera del garage al Teatro Real de Madrid. Y lo hace con un buen surtido de joyas para dar vida a un infrecuente, un tanto anodino título de Donizetti: Le convenienze ed inconvenienze teatrali, llamado siglos después como Viva la Mamma, por aquello de intentar vender más entradas. No apunto hacia lo banal de esta obra por capricho, sino porque, siendo gran amante del compositor de Bérgamo (quienes me lean a menudo darán buena cuenta de ello), encuentro esta partitura significativamente insustancial en el devenir del músico, sin poder alcanzar notoriedad siquiera aprovechando su superficialidad.
Estrenada en un sólo acto en 1827, esta farsa (una de las muchas con las que probó suerte Donizetti al inicio de su carrera), que no chispeante comedia, vió la luz cuando Rossini estaba a pocos años de abandonar sus propias óperas. No obstante, Berlioz relata en sus memorias lo mucho que le divirtió cuando pudo verla en Nápoles, interpretada con "fuego, espíritu y brío", y el propio Donizetti se animó a ampliarla a dos actos, buscando cosechar un éxito mayor. Sin embargo, en pocas décadas caería prácticamente en el olvido, mientras el compositor conseguía hallar la cuadratura del círculo en su propio camino del humor, con títulos como L'elisir d'amore (para quien escribe, una tragedia), La fille du régiment, tal vez Rita, y Don Pasquale. Todas remarcarían ese carácter naif, afectuoso, simpático aunque no desternillante, siempre con poso y esa atmósfera en color pastel de sus grandes comedias.
Sin duda, este Viva la Mamma llama la atención por ser una radiografía bastante fiel al universo operístico, a su parte más prosaica, ¡incluso de hoy en día!, con libreto del propio compositor, reflejando lo vivido de primera mano. La frágil realidad del artista, especialmente del cantante de ópera, en cuyo mundo, en cuyo escenario, por pequeño que este sea, suelen creerse - y serlo - todo. Olvidándose en numerosas ocasiones que tan sólo son uno más (como todos) al bajarse de él. Llega incluso a resultar enternecedor como, hoy en día, algunos pretenden cambiar su propia realidad, impostando nuevos discursos, mientras contribuyen a una práctica que es más de lo mismo desde hace décadas. Siglos, diría. Lo he dicho muchas veces, el mundo de la clásica es uno de los nichos del arte más acomodados y atrasados que existen. No hablo ya sólo de cantantes, sino de todos los agentes que participamos de él. No se extinguirá, supongo, pero está en constante peligro de hacerlo.
La puesta en escena de Laurent Pelly es, o así la he recibido yo, una absoluta genialidad en este sentido, reflejando todo ello. La trama, que se centra en los ensayos de una compañía de ópera de "segunda división", tiene lugar aquí en lo que, en una época pasada, debió ser un teatro, ahora absorbido por el parking; al parecer, de un centro comercial. Por desgracia, nada que no hayamos vivido en muchas de nuestras ciudades. Ahí tienen al Palacio de la Música de Madrid, peleando por no convertirse en un almacén de ropa más y que, con suerte, terminará siendo un teatro comercial donde ver al monologuista televisivo de turno. No hay más que asomarse desde el Teatro Real para ver, al otro lado de la Plaza de Isabel II, el antiguo Real Cinema convertido en un hotel. Pelly acentúa esta sensación creando una doble ruptura con el vestuario escogido. Los personajes aparecen ataviados con ropas de los años 40 ó 50, como si perteneciesen a una época pasada cuyos ecos aún resuenan en los muros de dicho parking. ¿Estaremos asistiendo a todo un flashback? Ya en la segunda parte, los cantantes se atavían con ropajes de siglos atrás para llevar a cabo su propia función. Está todo dicho.
En la dirección de actores, Pelly hace todo lo que puede, que es mucho, para exprimir una obra, ya digo, un tanto insustancial. La gracia de esta farsa recae en los pormenores musicales, en los guiños líricos que, sin duda, harán disfrutar a quienes más entiendan y sepan del entramado que supone montar una ópera. A los extraños, puede que ya no tanto, aunque reirán con muchos de sus gags. Es por eso que, para sumarle atractivo al título, parace indispensable dotarle de un reparto que sitúe la calidad musical a gran altura. Quiero decir, una Tosca, una Bohème o unas Bodas de Figaro suelen ser títulos que llamen más la atención por ellos mismos, una Convenienze, seguramente no tanto. Sin duda el Teatro Real ha sabido reunir a un conjunto de nombres que han hecho de esta una interesante, seductora velada.
Primero de todo, obviamente, la Mamma Agata de Carlos Álvarez, recién nombrado Mejor Cantante en los Premios Ópera XXI, en una falocéntrica tercera edición, donde todos los premiados han sido hombres (¡12 premios a hombres o proyectos comandados por hombres! Quizá sea momento no ya de incluir nuevas categorías, sino de contar con personas más sensibilizadas ante la diversidad y la igualdad). Su interpretación resulta modélica en la contención de la misma, sin histrionismos y siempre en pro de la dignidad musical, sin caer en zafiedades. Resulta todo un placer, además, verle en una empresa tan distinta a lo acostumbrado, obteniendo un éxito demoledor. La vis cómica natural, justa, el canto sillabato bien desarrollado, una tesitura que se amolda a lo requerido, a pesar de las complicaciones que presenta el rol, por aquello de tratarse de un personaje travestido. Convendría, por cierto, revisar cómo los medios (sobre todo los generalistas) tratamos la noticia de que un rol de mujer sea interpretado por un hombre... ¡se lee cada cosa apolillada! ¿Quién hace hincapié en cierto punto de vista? ¿El público, los medios, el teatro?
Junto a él, la Daria de Nino Machaidze, que es una creación estupenda. Por la naturalidad dramática que desprende y por la frescura de un timbre luminoso, además de un buen trabajo de agilidades, que redondearon una interpretación de gran altura. De formas similares se presentó su marido en la ficción, el Procolo de Borja Quiza, extraordinario en lo dramático y bien resuelto en lo musical. Esa misma naturalidad es la que se echó en falta en el Guglielmo de Xabier Anduaga, de bellísimo timbre y línea de canto muy homogénea, algo encorsetado en la comedia, en un papel que pareciera hecho a su medida en lo dramático. Su aria solista fue uno de los momentos musicales que más aplaudió el público.
Extraordinaria la participación de Pietro di Bianco como Biscroma, el director musical. Vis teatral delineadísima, canto aseado e intervenciones al piano que dieron fluidez al desarrollo de la ópera. Con el Cesare de Enric Martínez-Castignani y el Empresario de Pitor Miciński, fue uno de los cantantes que ya estrenaron esta producción en la Opéra de Lyon. Sin duda, Pelly ha hecho muy bien en volver a contar con ellos tres. Se esperaba más de la Luigia de Sylvia Schwarz y a poco supo el Pippetto de Carol García, en un papel que se hizo muy corto ante sus cualidades.
Adecuado, correcto el Coro Intermezzo, al igual que Evelino Pidò al frente de la Sinfónica de Madrid, en una partitura de la que tampoco, parece, pueda sacarse mucho más, aunque en esta ocasión se quedaran detalles por el camino. Parece que hay capitanes que necesitan fragatas de mayor eslora para hacer brillar sus cualidades.
Fotos: Javier del Real.