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En un país de fábula

Madrid. 09/06/21. Teatro de la Zarzuela. Chapí: El rey que rabió. Enrique Ferrer (El rey). Rocío Ignacio (Rosa). Rubén Amoretti (El general). José Manuel Zapata (Jeremías). Alberto Frías (El capitán). María José Suárez (María). Ruth González (Paje). Carlos Cosías (El almirante). Igor Peral (El intendente). José Julián Frontal (El gobernador). Sandro Cordero (Juan). Pep Molina (El alcalde). Antonio Buendía (El corneta).

En un país de fabula, vívia un viejo... rey. El Teatro de la Zarzuela ha querido despedir su actual temporada con El rey que rabió, de Ruperto Chapí. Lo hace siendo, apostaría, el único teatro lírico del mundo que ha conseguido subir a escena todos los títulos de su temporada, sin tener que cancelar o retrasar funciones. Y lo hace invitándonos a vivir una fábula, lo que es finalmente este título. ¿O dónde se ha visto que un rey se preocupe realmente por su pueblo? ¡Y hasta el punto de querer mezclarse con los pueblerinos para escuchar sus problemas de primera mano! Pronto se ve que el rey no se preocupa, sino que se aburre... y que lo que comienza siendo una aguda crítica social se diluye rápidamente en un superficial lío amoroso.

Por lo expuesto hasta aquí y por lo acertado de querer dotar de atemporalidad y concreción espacial a la trama, la visión de Bárbara Lluch (quien ya dirigió en este escenario La casa de Bernarda Alba, de Ortega) en esta nueva producción resulta un total acierto. Para ello, la directora de escena catalana cuenta con dos cómplices como son Clara Peluffo con el vestuario y Juan Guillermo Nova con la escenografía. La primera destaca por su visión colorista y la exageración de sus creaciones, ayudando a definir los personajes. Un mundo naif, cargado de colores e iconos, también de formas, con figurines que parecen seguir el imaginario de John Tenniel en las primeras ilustraciones de Alicia en el país de las maravillas, y donde uno acaba encontrando reminiscencias personales de, por ejemplo, El mago de Oz, o del mismísimo Shakespeare. Por su parte, Nova parece dar un giro de timón a sus creaciones anteriores, más oscuras y realistas que la presentada aquí y que, a su vez, en ocasiones y por ciertos elementos, recuerda a producciones ya vistas, alguna de ellas en la propia Zarzuela. El videoarte, que siempre envejece rápido y, personalmente, me da pavor cuando se une al cartón piedra, está, sin embargo, bien resuelto. Por otra parte, elementos como el muro de palacio y el suelo ondulante dejan muy poco espacio para el movimiento y por momentos se da una sensación insalvable de apelotonamiento en la corbata... y entendiendo que ni siquiera está el coro al completo sobre el escenario.

Con todo, la propuesta de Lluch es detallada, buscando otorgar a cada personaje un perfil claro y sumando la reivindicación de lo social, en la senda con la que comienza la obra y hace todo lo que esta le permite para expresarlo. Tiene, además, detalles que conectan rápidamente con la actualidad social, incluyendo a mujeres en el pelotón militar, o sentando finalmente al personaje de Rosa sobre el trono. En este mundo de fantasía, sin embargo, rechina lo que parece el libre albedrío de algunos de sus habitantes. El general exclama "¡Coño, que bueno está este vino!", Jeremías insiste una y otra vez en lo que le duelen "los huevos" que se ha "pillado" al subirse a una camilla, o María insiste demasiado con el perro, emborronando un tanto su salida a escena. Son estos momentos, aparentemente decisiones de cada cantante, que restan coherencia al concepto general de la propuesta. La situación más llamativa se da cuando Jeremías y María se encuentran por primera vez. Este prácticamente coloca su cabeza en sus pechos y comienza a manosearla sin venir a cuento mientras ella, sorprendida, se queda paralizada con los brazos extendidos hacia atrás. Contándome Lluch que ella misma se ha levantado de su butaca cuando ha visto violencia injustificada hacia la mujer en un escenario, es este un momento que me resulta incomprensible.

Jeremías y María son aquí el tenor José Manuel Zapata y la mezzosoprano María José Suárez que, más allá de lo expuesto, están espléndidos en sus respectivos quehaceres cómicos. A los tres segundos de que la Suárez haya salido a escena, cuando le mete la cuchara a su marido en la boca, ya me estoy riendo. Los dos llevan sus personajes a sus modos exagerados e histriónicos, sí, es cierto, pero sus modos son los que levantan las mayores sonrisas, aunque descuadren un tanto en el conjunto. Muy bien estuvieron, asimismo, Juan, el marido, interpretado por Sandro Cordero y Alberto Frías como El capitán, de impecables formas cómicas. Entre el resto de personajes secundarios, todos de buen nivel vocal, destacaron también el paje de Ruth González y, por supuesto, el general de Rubén Amoretti, en un papel que inicialmente estaba previsto cantase Carlos Chausson. 

Como pareja protagonista, resolvieron bien sus partes tanto Enrique Ferrer como Rey, con la voz algo envarada, pero con el punto dramático bien perfilado, en un papel con el que debutó en el Teatro de la Zarzuela hace casi 25 años y Rocío Ignacio como Rosa, con bella línea de canto, si bien su aria solista, seguramente la pieza más conocida de toda la obra, fue interpretada con sorprendente lentitud. Por su parte, la batuta de Iván López-Reynoso se mostró flexible y dinámica ante todos los cambios y estilos con los que Chapí impregna a su partitura. Y todo ello a pesar de contar con una orquesta mermada, para poder cumplir con los requerimientos sanitarios frente al covid19. Brilló especialmente con el coro, así como en el Nocturno.

Foto: Javier del Real.