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Fábula y química

Madrid. 18/06/21. Teatro de la Zarzuela. Chapí: El rey que rabió. Jorge Rodríguez Norton (El rey). Sofía Esparza (Rosa). Rubén Amoretti (El general). José Manuel Zapata (Jeremías). Alberto Frías (El capitán). María José Suárez (María). Ruth González (Paje). Carlos Cosías (El almirante). Igor Peral (El intendente). José Julián Frontal (El gobernador). Sandro Cordero (Juan). Pep Molina (El alcalde). Antonio Buendía (El corneta).

Parte del texto que aparece en esta crítica, relativo a la obra y la dirección de escena, proviene del artículo ya publicado por el mismo autor, relativo al cast principal, que puede leerse aquí.

En un país de fabula, vívia un viejo... rey. El Teatro de la Zarzuela ha querido despedir su actual temporada con El rey que rabió, de Ruperto Chapí. Lo hace siendo, apostaría, el único teatro lírico del mundo que ha conseguido subir a escena todos los títulos de su temporada, sin tener que cancelar o retrasar funciones. Y lo hace invitándonos a vivir una fábula, lo que es finalmente este título. ¿O dónde se ha visto que un rey se preocupe realmente por su pueblo? ¡Y hasta el punto de querer mezclarse con los pueblerinos para escuchar sus problemas de primera mano! Pronto se ve que el rey no se preocupa, sino que se aburre... y que lo que comienza siendo una aguda crítica social se diluye rápidamente en un superficial lío amoroso. Es, en cualquier caso y tras asistir a una función más, una obra de pegadizos ritmos y melodías, con cuadros muy bien perfilados musicalmente y un libreto un tanto - por momentos bastante - anquilosado.

Por lo expuesto hasta aquí y por lo acertado de querer dotar de atemporalidad y concreción espacial a la trama, la visión de Bárbara Lluch (quien ya dirigió en este escenario La casa de Bernarda Alba, de Ortega) en esta nueva producción resulta un total acierto. Para ello, la directora de escena catalana cuenta con dos cómplices como son Clara Peluffo con el vestuario y Juan Guillermo Nova con la escenografía. La primera destaca por su visión colorista y la exageración de sus creaciones, ayudando a definir los personajes. Un mundo naif, cargado de colores e iconos, también de formas, con figurines que parecen seguir el imaginario de John Tenniel en las primeras ilustraciones de Alicia en el país de las maravillas, y donde uno acaba encontrando sus propias reminiscencias cinematográficas (el Almirante parece tener hasta la misma risilla que Frank Morgan en El mago de Oz, o el figurín del paje pareciera Helena Bonham Carter en la Alicia de Burton), también, incluso, del imaginario shakesperiano. Por su parte, Nova parece dar un giro de timón a sus creaciones anteriores, más oscuras y realistas que la presentada aquí y que, a su vez, en ocasiones y por ciertos elementos, recuerda a producciones ya vistas, alguna de ellas en la propia Zarzuela. El videoarte, que siempre envejece rápido y, personalmente, me da pavor cuando se une al cartón piedra, está, sin embargo, bien resuelto. Por otra parte, elementos como el muro de palacio y el suelo ondulante dejan muy poco espacio para el movimiento y por momentos se da una sensación insalvable de apelotonamiento en la corbata... y entendiendo que ni siquiera está el coro al completo sobre el escenario.

Con todo, la propuesta de Lluch es detallada, buscando otorgar a cada personaje un perfil claro y sumando la reivindicación de lo social, en la senda con la que comienza la obra y hace todo lo que esta le permite para expresarlo. Tiene, además, detalles que conectan rápidamente con la actualidad social, incluyendo a mujeres en el pelotón militar, o sentando finalmente al personaje de Rosa sobre el trono. En este mundo de fantasía, mucho más rodado, perfilado y sutil en esta nueva función del día 18, siguen rechinando ciertos aspectos. Más comedidos María y el General en sus "interjecciones", redondeando sus personajes y el todo, aunque no así Jeremías insistiendo en lo que le duelen "los huevos" que se ha "pillado" al subirse a una camilla. Son estos momentos, aparentemente decisiones de cada cantante, que restan coherencia al concepto general de la propuesta. Y, personalmente, me siguen sobrando las formas del muchacho en su primer encuentro con María, totalmente alejadas del perfil que se nos presenta de él... de la escena, del libreto y de la obra. Un manoseo a una mujer que no viene a cuento. Contándome Lluch que ella misma se ha levantado de su butaca cuando ha visto violencia injustificada hacia la mujer en un escenario, es este un momento que me resulta incomprensible.

Jeremías y María son aquí el tenor José Manuel Zapata y la mezzosoprano María José Suárez que, más allá de lo expuesto, siguen estando espléndidos en sus respectivos quehaceres cómicos. A los tres segundos de que la Suárez haya salido a escena, cuando le mete la cuchara a su marido en la boca, ya me estoy riendo. Los dos llevan sus personajes a sus modos exagerados e histriónicos, sí, es cierto, pero sus modos son los que levantan las mayores sonrisas. Sonrisas, por cierto, de numerosos niños entre las butacas el día 18. Es este el público al que un teatro debe hacer la corte y no otro. Muy bien estuvieron, asimismo, Juan, el marido, interpretado por Sandro Cordero y Alberto Frías como El capitán, de impecables formas cómicas. Entre el resto de personajes secundarios, todos de buen nivel vocal y sin tantos errores en el texto (el día 9 se confundió "sobrina" con "hija" o "palacio" con "teatro"), destacaron también el paje de Ruth González, de maravillosas maneras teatrales y, por supuesto, el general de Rubén Amoretti, en un papel que inicialmente estaba previsto cantase Carlos Chausson. 

Como pareja protagonista, el cast alternativo presenta un duo de gran química, que funciona muy bien sobre el escenario. Por un lado, el Rey de Jorque Rodríguez Norton hace destacar el lado más frívolo, fresco, superficial del personaje. Un joven despreocupado en una voz con volumen y proyección que, a falta de mayor lirismo, se mostró siempre en unas formas fogosas y entregadas, atento a matices y dinámicas y con un agudo mantenido al final de su página solista del último acto, que hizo bravear al público. Por su parte, la Rosa de Sofía Esparza... fue perfecta. Es que no creo que pudiera pedirle más. Una vis dramática irreprochable, detalladísima, muy trabajada, junto a un timbre luminoso, claro, de atractivo vibrato y desenvuelto agudo. Una voz que corre desenvuelta por toda la sala; le faltó, tan sólo, un mejor remate en Mi tío se figura. Impecable, en cualquier caso. 

Finalmente, la batuta de Iván López-Reynoso volvió a mostrarse flexible y dinámica ante todos los cambios y estilos con los que Chapí impregna a su partitura. Y todo ello a pesar de contar con una orquesta mermada, para poder cumplir con los requerimientos sanitarios frente al covid19. Brilló de nuevo, especialmente, con el coro, así como en el Nocturno.

Foto: Javier del Real.