Noche de verismo
Verona. 25/06/21. Arena de Verona. Mascagni: Cavalleria Rusticana y Leoncavallo: Pagliacci. Marina Rebeka (Nedda), Yusif Eyvazov (Canio), Amartuvshin Enkhbat (Tonio, Alfio), Riccardo Rados (Peppe), Mario Cassi (Silvio), Sonia Ganassi (Santuzza), Clasissa Leonardi (Lola), Murat Karahan (Turiddu), Agostina Smimmero (Lucia). Orquesta y Coro Arena de Verona. Michele Olcese, dirección de escena. Marco Armiliato, dirección musical.
A estas alturas, afirmar por escrito el buen tándem operístico que forman Cavalleria rusticana y Pagliacci puede ser algo parecido como inventar la rueda. No obstante, no por muy repetido esto resulta menos cierto. Ambas obras, de inspiración temática y estilística similar conforman una pareja de excepción que garantiza, para la mayor parte de aficionados al género, una noche emocionante y llena de geniales momentos líricos. Y toda esa emoción se refuerza, sin duda, en un entorno tan espectacular y único como es la propia Arena de Verona, cuya acústica, inevitablemente, no es la de un teatro cerrado pero resulta más que razonable atendiendo a su enorme tamaño.
Precisamente por lo anterior, este teatro agradece la presencia de voces de proyección generosa, capaces de traspasar el sonido de la, dicho sea de paso, bien nutrida orquesta, con la solvencia suficiente como para llegar a las filas más alejadas. Tal fue el caso de la práctica totalidad del elenco, que logró hacerse escuchar de notable en ambos títulos.
Fue la batuta experta de Marco Armiliato la que dirigió con gran oficio a una solvente Orquesta de la Arena de Verona la cual, se mostró razonablemente solvente y compacta, destacando en ese conocidísimo intermezzo de Cavalleria Rusticana que realmente iluminó con luz propia estival la noche veronesa.
En ese mismo título, Cavalleria, fue posible escuchar a Sonia Ganassi realizando un excelente trabajo como Santuzza, rol desde el que selló una noche realmente redonda tal y como hizo Murat Karahan como un Turiddu realmente pasional y que logró convencer y emocionar en su final 'Mamma, quel vino è generoso'. Alegre y desenvuelta, por su parte, se demostró la Lola de Clarissa Leonardi, que supo extraer toda la musicalidad de su rol con ese bello stornello que toma como base la sonoridad de la palabra giaggiolo y que Mascagni musicó de forma tan genial.
Asimismo, podemos destacar la solvencia de Agostina Smimmero como una Lucia de medios rotundos y, sin duda, mención aparte merece la labor de Amartuvshin Enkhbat primero como un Alfio impecable y después como un Tonio verdaderamente memorable. Al escuchar la facilidad y la rotundidad con la que abordó su prólogo en esta segunda obra, uno sólo podía pensar en tener la oportunidad de escucharle en un teatro más “convencional” donde la voz realmente llegue a resonar y rodearte aprovechando al máximo la acústica del recinto. Sin duda, el material de Enkhbat es envidiable y su presencia en estas representaciones fue verdaderamente sinónimo de excelencia.
Continuando con el reparto de Pagliacci, Marina Rebeka ofreció una Nedda entregada y pasional que acompañó de forma casi discreta al ecléctico Canio de Yusif Eyvazov, cuyos medios, si bien manejados con inteligencia y efectismo, no terminan de encontrarse a la altura, especialmente por su color, de las primeras figuras mundiales junto a las cuales su nombre y circunstancias le hacen encontrarse en la actualidad.
Por su parte gustó mucho, el Silvio de Mario Cassi, valor seguro para el rol, que abordó con unos medios rotundos de timbre genuinamente baritonal, así como el Arlecchino de Ricardo Rados, que aprovechó al máximo su breve intervención donde su entrega fue generosamente reconocida por los aplausos del público.
Desde el punto de vista escénico, la regia recayó en Michele Olcese, quién selló una Cavalleria apoyada en proyecciones de vídeo que, en ocasiones, distrajeron un tanto de la acción principal pero que en otros momentos sirvieron realmente para extender el alcance de los propios elementos escénicos. Fue la de Cavalleria, en todo caso, una escena de corte más clásico que la de Pagliacci, que por momentos, especialmente al inicio de la obra, parecía abandonar el ámbito circense para acercarse al cinematográfico, con una serie de elementos que parecían respirar de la atmósfera de La dolce vita de Fellini para, finalmente, volver a un enfoque más convencional para cerrar la representación, que concluyó con esa famosísima frase: “la commedia è finita” que, como no podía ser de otra forma, no fue pronunciada por el Canio de Yusif Eyvazov.
Fotos: © Arena di Verona