Tormenta interior
Bayreuth. 25/07/21. Bayreuther Festspiele. Wagner: Der Fliegende Holländer. John Lundgren (Der Holländer). Asmik Grigorian (Senta). Georg Zeppenfeld (Daland). Eric Cutler (Erik). Marina Prudenskaya (Mary). Attilo Glaser (Der Steuermann). Coro y Orquesta de Bayreuther Festspiele. Eberhard Friedich, dirección del coro. Dmitri Tcherniakov, dirección de escena. Oksana Lyniv, dirección musical.
La inauguración de la presente edición del Festival de Bayreuth pasará a la historia como la del debut de la primera mujer que ha ocupado el foso del Festspielhaus. Y vaya por delante que la ucraniana Oksana Lyniv (1978), supo estar al nivel del reto, con un trabajo de lineas claras, potencia dramática y efectiva teatralidad.
Tiene todo el sentido que la primera mujer en protagonizar una de las citas clave del año operístico, sea en Bayreuth. No en vano, el Festival, fundado por Richard Wagner en 1876, es el más antiguo y de más solera de Alemania y uno de los más prestigiosos del mundo.
Se ha repetido hasta la saciedad pero es que se ha de hacer para valorar el hito: noventa y dos directores musicales distintos después y ciento cuarenta y cinco años desde su fundación, ha tenido que esperar el Bayreuther Festspiele para ver a una mujer en el foso.
Los tiempos han cambiado, las batutas femeninas se están reivindicando por fin y este debut, el más importante protagonizado por una mujer directora musical hasta la fecha, tiene el simbolismo y la importancia histórica para pasar a ser un referente y un modelo de futuro. No hay vuelta atrás, las batutas femeninas han venido para quedarse y el Wagner Festival ha marcado una pauta que otros festivales y teatros de ópera recogerán en breve. Tiempo al tiempo.
No le tembló el pulso a esta joven directora de cuarenta y tres años, ex asistente de Jonathan Nott en Bamberg y de Kirill Petrenko en Munich y directora de la Ópera de Graz del 2017 al 2020. La obertura sonó explosiva, enérgica y con un tempo implacabale, como corresponde a una de las oberturas de Wagner más espectaculares. La orquesta lució un sonido pletórico, más narrativo que lírico, en paralelo a una producción muy poco romántica firmada por Tcherniakov.
En ese sentido Lyniv supo encontrar un equilibrio digo de mención: sonido portentoso sin caer ni en la autocomplacencia ni en desaforados romanticismos sonoros. Acompañó excelentemente las voces solistas y supo salir airosa a la dificultad de trabajar con un coro que, por motivos de protocolos Covid, cantó en parte desde una sala adyacente al escenario. Casi no se notó esta importante salvedad, ya que Der fliegende Holländer es una de las óperas más corales de Wagner. Trabajo concienzudo, dinámicas exactas, flexibilidad con las voces y una tensión dramática que nunca perdió fuelle. Una labor admirable que irá in crescendo en las respectivas representaciones, ganado en matices, lirismo y colores.
Dmitri Tcherniakov fiel a su estilo adapta esta ópera romántica y la actualiza a un drama familiar y social con lectura feminista al final. No hay barcos, no hay puertos ni tormentas ambientales, el drama y la tormenta está en el interior de los protagonistas. El Holandés vive el trauma de ser el hijo y el testigo mudo de su madre, amante de Daland, usada y repudiada por el comerciante. La sociedad hipócrita y cerrada que la envuelve también le da la espalda, incluso las puertas de la iglesia se le cierran en la cara. Aislada y desesperada decide suicidarse colgándose desde la ventana de su casa con su hijo, el Holandés infante, como testigo traumático.
Toda esta historia la explica Tcherniakov durante la música de la obertura, con la escenografía de un pequeño pueblo, firmada por él mismo como escenógrafo, cuyos edificios se mueven de un lado a otro formando calles, rincones y espacios diferentes según la escena de la ópera. A modo de ciudad de Lego, la escenografía es funcional y responde con eficacia a la historia, releída por Tcherniakov a un estudio de la figura femenina bajo el yugo machista. Daland, un padre pendenciero, marido de Mary a la que tiene sometida como mujer y a la que solo le quedan las clases de canto que imparte al coro del pueblo (las hilanderías del libreto), como divertimento fuera de lo doméstico. La hija de ambos, Senta, es una mujer libre de prejuicios que se siente extraña en una sociedad asfixiante y timorata que espera salir de esa gris realidad por encima de un pretendiente, Erik, al que se le escapa el machismo imperante que ella tanto repudia.
Y en fin, un Holandés que vuelve ya adulto al pueblo donde vio morir a su madre, en busca de venganza como redención personal. Para él, seducir a la hija de Daland y usarla es vengar la muerte de su madre. No hay amor, solo interés, egoísmo, opresión femenina, lucha de clases y asesinatos. A pesar de que el abucheo fue casi unánime al trabajo del regista ruso hay que reconocerle el excelente trabajo actoral, la literalidad del texto con la acción, aunque interpretada, y el analítico y efectivo estudio psicológico de los personajes. La escena clave del dúo entre Senta y el Holandés, sentados en un comedor, muy del estilo Tcherniakov, funciona mejor en su toma televisiva, la vista por streaming, que en el teatro, con los protagonistas demasiado lejos y distantes del espectador. Uno de los problemas fundamentales de una producción teatralmente impecable.
Triunfo y encendida ovación para la Senta de la debutante Asmik Grigorian. Voz de irisada belleza, técnica notable pero evidentes problemas en el tercio agudo, que sonó forzado y al límite en los momentos más dramáticos para un rol que en realidad sobrepasa sus medios líricos. Gregorian tiene un carisma y una luz especial que hace olvidar sus límites vocales con este rol, con un acting muy cinematográfico y un halo magnético, realmente adictivo e hipnótico.
John Lundgren es un Holandés frío y calculador, por razones de producción, lejos del prototipo romántico dictado por el libreto. Quizás por eso su personaje quedó distante y algo desdibujado. Vocalmente es un cantante maduro y resolutivo que sólo mostró cierto desgaste en la escena final. A su lado, una vez más brilló con luz propia el nobilísimo instrumento, generoso en toda su tesitura, rotundo y solemne del bajo Georg Zeppenfeld como Daland. Excelente en su caracterización demostró además un notable trabajo actoral y gestual.
Desenvuelto y desahogado el Erik de Eric Cutler, debut en Bayreuth, quien sacó partido a una emisión clara y una dicción notable. Más protagonista como actriz, por la lectura que le impone Tcheniakov, que como rol vocal, solvente y eficiente Marina Prudenskaya como Mary, con sorpresa teatral final. Gustó mucho el Steuermann del también debutante Attilio Glasser. El tenor alemán lucio una emisión fresca, sonora y segura e iluminó su pequeño rol con llamativa brillantez vocal.
Gran trabajo del coro titular del Festival. Sobreponiéndose a tener parte de sus miembros cantando desde una sala adyacente, fuera de la vista del público y sin actuar en el escenario (coro de los tripulantes fantasmas del Holandés). Eberhard Friedrich volvió a triunfar con uno de los mejores coros del mundo.
Tcherniakov, ruso, Lyniv, ucraniana y Grigorian, armenia-letona, formaron un trio eslavo de gran interacción teatral y musical. Lo mejor de la lectura polémica y analítica de Tcherniakov fue encontrar la redención femenina por la redención femenina, sin la necesidad del hombre. En ese sentido, el abrazo final de Senta hija a Mary madre, después de una resolución de la historia sorprendente, se convirtió en la metáfora de la noche.
Lyniv desde el escenario se llevó una ovación de las que no se olvidan. Bayreuth también ha cumplido con una redención histórica, la batuta femenina ya ha hecho historia.
Fotos: © Bayreuther Fest / Enrico Nawrath